Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura). Arthur Conan Doyle
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Читать онлайн книгу Sherlock Holmes: La colección completa (Clásicos de la literatura) - Arthur Conan Doyle страница 120
Esos eran los primeros días a finales de los 80’s cuando Alec MacDonald estaba lejos de haber alcanzado la fama nacional que ahora ha alcanzado. Era un joven, pero confiable, miembro del departamento de detectives, que se había distinguido en varios casos que se le habían encomendado. Su alta y huesuda figura daba rasgos de excepcional fuerza física, que su gran cráneo y profundos, lustrosos ojos hablaban no menos de su filosa inteligencia que chispeaba de sus frondosas cejas. Era un callado y preciso hombre con un temperamento serio y un fuerte acento de Aberdeen.
Dos veces en su carrera le ayudó Holmes en alcanzar el éxito, siendo su única recompensa el disfrute intelectual en los problemas. Por esta razón, la inclinación y el respeto del escocés hacia su colega amateur eran profundos, y los demostraba con la franqueza con la que consultaba a Holmes en cada dificultad. La mediocridad no conoce nada más allá de ella, pero el talento instantáneamente reconoce a los genios, y MacDonald tenía talento suficiente para su profesión para permitirle percibir que no había humillación en buscar la asistencia de alguien que ya se erguía entre toda Europa, tanto en sus dones como en su experiencia. Holmes no estaba predispuesto a la amistad, pero era tolerante con el gran escocés, y sonrió al aparecer su figura.
—Usted es un pájaro madrugador, Mr. Mac —dijo él—, le deseo suerte con su gusano. Me temo que esto significa que hay alguna diablura en marcha.
—Si dijera “espero” en lugar de “me temo”, estaría más cerca de la verdad. Estoy pensando, Mr. Holmes —el inspector respondió con una sonrisa—. Bien, tal vez un pequeño trago disipará el frío de la cruda mañana. No, no fumaré, gracias. Deberé esforzarme mucho, pues las horas más tempranas de un caso son las más preciosas, como no sabe otro hombre mejor que usted. Pero..., pero...
El inspector se había detenido de repente, y miraba fijamente con absoluto asombro un papel que había sobre la mesa. Era la hoja sobre la que yo había garabateado el enigmático mensaje.
—¡Douglas! —balbuceó —¡Birlstone! ¿Qué es esto, Mr. Holmes? ¡Hombre, eso es una brujería! ¿Dónde, en nombre de todos los dioses, consiguió estos nombres?
—Es un código que el Dr. Watson y yo tuvimos oportunidad de resolver. ¿Pero por qué, qué hay de extraño con esos nombres?
El inspector nos miraba al uno y al otro con sorpresa confundida.
—Sólo esto —dijo—, que Mr. Douglas de Birlstone Manor House fue horriblemente asesinado anoche.
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