Tiempo mío, tiempo nuestro. Carlos Javier Morales Alonso
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Pues bien: esta analogía natural nos servirá para evidenciar (no hay tiempo aquí para analizarla) la gran paradoja humana que hemos observado: que cada persona haya de elegir libremente su proyecto de vida, que es el proyecto de su propio ser personal, y que, a la vez, ese proyecto sea una respuesta a la vocación del Ser supremo, una vocación otorgada por Él a esa persona antes de darle el ser.
Así le ocurre al poeta. Ni yo ni ningún poeta digno de tal nombre podemos escribir un solo verso por un acto de voluntad propia (hablo de un verso como parte de un poema verdadero, no del verso fácil que relumbra y se apaga enseguida). Uno siempre escribe un poema porque le viene dado, imprevisiblemente, un primer verso: unas palabras que son solo la antesala de un inmenso paisaje que habrá de ir descubriendo con otro y otros versos, hasta que el paisaje se le presente total, completo, cumplido; de una forma que también le viene dada y que no se toma por una decisión intelectual ni por las simples ganas de echar el cierre y dedicarse a otra cosa.
No obstante, el poema, en su principio, en su desarrollo y en su cierre, es lo más libre que yo pueda haber escrito. Por eso yo soy el responsable único de todo lo que digo. Sin embargo, sé que yo no he escrito el poema a solas; sé que ese poema era necesario con una necesidad que me trasciende.
Pues así ocurre con mi proyecto personal, trazado libremente, cuando se siente urgido por una vocación, una llamada de lo alto, en orden al cumplimiento de un destino de felicidad inmensa. Y si el reino de la poesía y del arte es el reino de la libertad absoluta, pues no hay ninguna expresión más libre que la de ese poema o la de cualquier otro mensaje artístico, no por ello el poema deja de estar condicionado —luminosamente condicionado— por Otro.
Esta analogía la he abordado con mayor detenimiento en mi libro La vida como obra de arte, pero convenía recordarlo aquí con el fin de entender en su justo sentido lo que diré en los capítulos siguientes. Además, tal reflexión también me obliga a advertir al lector contra un peligro de nuestra sociedad actual, regida por el mercado y el consumo, que trata de mecanizar el comportamiento de cada persona.
En efecto, cada persona sufre hoy en día una presión enérgica y constante para dejar de seguir su vocación propia, para dejar de ser ella misma y dedicarse a un trabajo que sea máximamente productivo, pero muy poco o nada creativo. Y conste que, cuando hablo de trabajo, hablo de cualquier profesión u oficio, no solo del trabajo artístico. Cualquier ejercicio profesional puede realizarse aplicando mecánicamente unas leyes externas o imprimiendo en esa tarea la huella del ser personal de cada uno. La diferencia externa, en cuanto al resultado del trabajo, puede ser muy sutil y pasar inadvertida para muchos. La diferencia interna, la que se produce dentro de la persona que trabaja y de quien recibe el beneficio de ese trabajo, tiene un efecto inmediato de poder incalculable.
LA INTIMIDAD: EL CONOCIMIENTO Y EL AMOR PERSONALES
Como expliqué más ampliamente en el libro mencionado, la intimidad es lo más propio que una persona posee. Esto puede parecer una verdad de Perogrullo si no se tiene en cuenta que nuestra sociedad actual atraviesa una tremenda crisis de intimidad. No se habla de uno mismo, o no se habla de lo esencial de uno mismo; como tampoco se permite al otro hablar sobre sí, abrir su alma o, mejor, abrir su ser personal.
Esta crisis de intimidad, de auténtica comunicación y comunión entre las personas, procede y va acompañada de un consumo compulsivo de elementos sucedáneos de la intimidad de la persona: anécdotas más o menos superficiales de la vida privada de otros, sentimientos ajenos que se exageran sin ninguna relación con su motivación profunda; exposiciones parciales o totales del desnudo de hombres y mujeres de carne y hueso…, que son personas reales, sí, pero despojadas de su dimensión psicológica y espiritual, reducidas a una carnalidad morbosa.
El daño no solo se hace a quienes son «asaltados» para que expongan su intimidad más epidérmica; el daño se lo hace también quien consume tales productos supuestamente íntimos, por cuanto enseguida va identificando su propia intimidad con esas apariencias sentimentaloides u obscenas, hasta llegar a creer que su intimidad, su ser personal, es eso y solo eso. ¡Cómo se reduce la capacidad de conocer y amar al otro! ¡Cómo se destruye la comunión interpersonal, familiar y social!
La intimidad es el ser mío en cuanto mío, es decir, mi propio ser personal, lo que me define completamente como persona. Es lo más sagrado que puedo ofrecer al otro. Por eso exige un ofrecimiento mutuo entre los dos.
De hecho, porque el ser humano es espiritual (espiritual y corporal por naturaleza) es un ser único y, en cierto modo, solo en cierto modo, independiente de todos los demás seres del Universo. Su dimensión espiritual, que está llamada a unificar y dirigir su cuerpo, le permite conocer y amar. El conocimiento de un hombre o de una mujer, de cualquier homo sapiens, es inmensamente superior al del cualquier homínido que pueda parecérsele, precisamente por su carácter espiritual.
En virtud de su espíritu el ser humano no solo puede adquirir información del exterior, sino que puede tomar conciencia de sí mismo: puede conocerse y, al darse cuenta de que él es único en su especie y en la totalidad del Universo, puede concebir la unidad del mundo y, a la vez, distinguir entre el yo y el mundo. Por eso todo hombre tiene y aspira a tener una imagen cada vez más real del Universo, lo cual no ocurre con ningún otro ser de la naturaleza visible. Y es precisamente esa capacidad insaciable de conocimiento lo que manifiesta su naturaleza espiritual y le permite gobernar el mundo físico.
Cada hombre o mujer son únicos gracias a su espíritu. Es el espíritu el que le dice a un niño gemelo que es un ser distinto y único respecto de su hermano gemelo. Y, al transmitirle la conciencia de que es único, también lo hace consciente de que es libre, de que puede comportarse de un modo diferente al de su hermano, de que puede orientar su vida de una forma absolutamente singular. El ser espiritual es un ser libre, aun estando encarnado en un cuerpo. No es lo mismo el cuerpo de un esclavo que el cuerpo de un ser libre.
De otra parte, al conocer el mundo y conocerse a sí misma, la persona humana toma conciencia de que está sola: es independiente de los demás, puede vivir por sí misma; pero ama, siente la necesidad de estar acompañada por otro ser humano, por otra persona única e irrepetible. Siente la necesidad de relacionarse con otro semejante, aunque no sea exactamente igual, porque nadie podrá serlo y porque no le satisface un ser absolutamente idéntico a sí mismo. Busca a otra persona, sí, no a cualquier cosa ni animal, y la busca precisamente porque es otra. Y se da cuenta de que, justamente por poder conocer y amar, su vida está llamada a ser una relación continua con esa otra persona.
Conocimiento y amor del mundo y de mí mismo, conocimiento y amor de ti. Conciencia de que mi mundo y el tuyo son distintos, aunque son dos visiones del único Mundo real. Amo ese mundo tuyo porque es distinto del mío y, a la vez, es un mundo real; no una pura representación. Tu mundo tiene consistencia propia y la tendrá mientras tú vivas. Por eso quiero ser tuyo sin dejar de ser yo mismo. Esto es el amor.
Soy persona porque conozco y amo, porque conozco y amo a otra persona. Sin el otro yo no sería persona: mi ser y mi existir quedarían totalmente frustrados, con una frustración radical que proviene de ser una persona y, sin embargo, no poder entregarme a otra ni recibir su ser personal, su amor. Esto es la intimidad: el ser de la persona en cuanto unida libremente a otra. Una persona radicalmente sola jamás podrá tener nada íntimo.