Frida en París, 1939. Jaime Moreno Villareal

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Frida en París, 1939 - Jaime Moreno Villareal

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ha tenido que ir a buscarlos sin mí porque mi ojo me sigue molestando. Por su parte Frieda no anda bien del pie y una muchacha, Margarita Rodríguez, que vino a almorzar con nosotros, ha querido acompañarla, y no fue posible rechazarla pero tampoco explicarle, y es por eso que Frida deberá quedarse en el café a esperarlos, porque nadie que no sea de la familia puede ver a nuestros huéspedes y el sitio en que se encuentran. Les ruego que les expliquen y nos disculpen con ellos. Reúnanse después en el café y vuelvan, me dará gusto verlos por acá.9

      La cálida atmósfera que desprenden estas líneas ofrece tonos de cómo la camaradería entre los Rivera y los Breton se iba transformando en amistad. En contraste, la buena fe entre Breton y Trotski no estuvo exenta de roces y disgustos, pero mantuvieron trato de camaradas y al fin encauzaron su acuerdo en el Manifiesto, redactado por ambos. Al propugnar la no sujeción de la actividad artística a los dictados de un partido político, dicho manifiesto revistió un tinte “anarquista”, término que Trotski aprobó de buena gana para que apareciera con todas sus letras en la versión final. Diego suscribió con su nombre el Manifiesto para no comprometer al Viejo ante el Gobierno mexicano. Para Breton, el documento fue la prenda más valiosa de su estadía, pues la alianza con Trotski situaba al surrealismo en la vanguardia libertaria, plantándole cara al PCF.

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