La belleza del mundo. Cory Anderson

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La belleza del mundo - Cory Anderson La belleza del mundo

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brasas para alimentar el fuego. La tenue luz cayó sobre las paredes, breve y temblorosa. Las palmas de sus manos estaban palpitantes. Puso la rejilla de la chimenea y se quedó en ropa interior, temblando. Luego se metió debajo de las mantas y se acercó a Matty. Su pequeño cuerpo. En la oscuridad, Jack escuchó cada respiración superficial.

      ¿Qué haré ahora?, pensó. ¿Qué haré?

      La vida puede ser brutal.

      Jack lo sabía.

      Yo también.

      Algunas veces me pregunto por qué suceden las cosas de la manera en que lo hacen. Si existe alguna lógica o razón. Se dice que una mariposa en Brasil puede batir sus alas y provocar un tornado en Texas. Una pequeña mariposa desata una tormenta al otro lado del mundo. Pienso en ello. ¿Sentí el aleteo cuando Jack y yo nos conocimos? ¿Sentí el tornado que se avecinaba?

      Mirando atrás, creo que así fue. Sí, lo sentí.

      Jack caminó frente a mis ojos y todo cambió.

      Escucho las puertas de los casilleros abrirse y cerrarse. El metal suena. Las voces gritan y ríen en el pasillo. Colores brillantes relampaguean en camisetas y jeans. Es mi primer día en una nueva escuela. Estoy a punto de abrir mi casillero. Acabo de terminar la clase de cálculo y estoy pensando en los límites del infinito.

      Estoy distraída.

      Luke Stoddard se acerca y comienza a hablarme, y yo ni siquiera lo vi venir. Descubro su nombre más tarde. Luke usa una sudadera de futbol. Tiene los dientes derechos. Es grande, y dice algo acerca de mostrarme los alrededores. Se aproxima a mí, demasiado, así que retrocedo contra mi casillero. El metal presiona mis omóplatos. Mi codo. La parte de atrás de mi cabeza. Da un paso más cerca. Me va a tocar. Sé que lo hará.

      Dejo caer mis libros. Los papeles sueltos flotan y se dispersan. Decoran el pasillo, cuadrados de confeti blanco en un desfile de papel picado.

      Entonces veo a Jack.

      Déjala en paz.

      Jack le dice a Luke.

      Aléjate de mí.

      Le digo a Jack, unos minutos después.

      No lo digo en serio.

      A veces reproduzco ese recuerdo en mi cabeza. El momento en que vi a Jack por primera vez.

      El dulce y enfurecido Jack. El callado Jack.

      Mirando atrás, creo que la mariposa batió sus alas en ese momento.

      Los vientos comenzaron a arremolinarse.

      Todo cambió.

      Jack despertó.

      Matty estaba acostado, envuelto en las mantas, mirándolo. Callado. En un sueño, Jack había estado corriendo por un campo vestido de nieve con la luna mirando hacia abajo. Con el olor a tierra fría en su nariz. Necesitaba encontrar algo que se había perdido. Al despertar, todo se derrumbó en la luz gris del día, los colores se desvanecieron con presteza.

      Le revolvió el cabello a Matty.

      —Hola.

      —Hola.

      —Todo está bien.

      Matty asintió. Sus ojos brillaban a la luz cenicienta. Algo innombrable y ajustado.

      Jack podía sentir la pala en sus manos. Se levantó y encendió el fuego mientras Matty se vestía. El aire se sentía quebradizo como un hueso. La sombría luz del día entraba en líneas oblicuas a través de la ventana y se arrastraba sobre el colchón. Matty miró la mecedora vacía y no dijo una palabra acerca de la colcha arcoíris faltante.

      La nieve caía en gruesos y duros copos, y se apilaba en el alféizar de la ventana. Jack espolvoreó canela sobre la avena, la sirvió en tazones y los llevó a la mesa de la cocina. Matty estaba sentado sosteniendo un papel azul en sus manos.

      —¿Qué es eso? —preguntó Jack.

      —Nada.

      —A mí me parece algo.

      Matty no lo miraba.

      —Tenemos una excursión hoy.

      —Suena divertido. ¿Adónde?

      —No quiero ir.

      Jack lo observó con atención. Llevaba una de esas viejas camisas de lana que antes habían sido suyas. Le faltaban dos botones. Tela a cuadros, desgastada. Se había peinado el cabello con agua, pero no había logrado aplacarlo.

      —¿Por qué?

      —Este papel dice que puedes quedarte en la escuela si no quieres ir.

      —¿Por qué no quieres ir?

      —Porque no.

      —¿Por qué?

      Matty se sentó allí sosteniendo el papel. Parecía estar a punto de llorar. Jack tomó el papel y lo leyó. La excursión era al Museo de Idaho para ver dinosaurios y costaba dos dólares. La gasolina para el autobús. Una prensa se cerró alrededor del pecho de Jack.

      —¿Es por los dos dólares?

      —No me importa si no voy. Eso es todo.

      Jack caminó hacia el armario y tomó el bote amarillo. Quitó la tapa, contó dos dólares y se los entregó a Matty:

      —Mírame. No vamos a morir si te doy dos dólares.

      Matty lo miró. Sus ojos lo atenazaron.

      —¿Me crees?

      —Sí.

      —Estamos bien.

      Matty miró las manos de Jack y apartó la mirada. No hay descripción de estúpido en la que no encajes, pensó Jack.

      —Estamos bien —dijo otra vez.

      —De acuerdo.

      Comieron su avena uno al lado del otro. Jack firmó la hoja de permiso y la guardó en la mochila de Matty. Calentó el abrigo de Matty junto al fuego y lo extendió para que él metiera sus brazos. Subió la cremallera. Observó a Matty esperar el autobús, lo vio subir y observó después cómo el autobús traqueteaba por la carretera. Cuando desapareció sobre la colina, seguía mirando. Sólo podía pensar en que le había mentido a Matty. No estaban bien. Tenían trece dólares y treinta y seis centavos. Tenían un aviso de embargo en el cajón de la cocina, un calentador de agua roto, una despensa vacía y un papá en prisión. Y a mamá bajo la nieve, en el patio trasero.

      Se sentó a la mesa de la cocina y escuchó el tic tac del reloj sobre el horno.

      —Necesitas

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