2030: Cómo las tendencias actuales darán forma a un nuevo mundo. Mauro F. Guillen

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desbocado provocaría hambrunas y enfermedades, puesto que el suministro de alimentos sería incapaz de mantener el ritmo del crecimiento poblacional. Malthus y muchos de sus coetáneos temían que la especie humana estuviera al borde de la extinción por sobrepoblación. “El poder de la población”, escribió, “es tan superior al poder de la tierra para producir la subsistencia del hombre que la muerte prematura debe, de uno u otro modo, visitar a la raza humana.”

      Hoy podemos decir, con la perspectiva que nos da ver hacia el pasado, que Malthus subestimó nuestra capacidad de invención e innovación, que ha conducido a espectaculares aumentos en el rendimiento de las cosechas. También minimizó las gigantescas posibilidades de expandir el suministro de alimentos mediante el comercio internacional, gracias a la aceleración y el abaratamiento de los transportes transoceánicos. Estuvo en lo correcto, sin embargo, en subrayar que la población y los alimentos son las dos caras de la misma moneda.

      Aunque Malthus subestimó el posible impacto de la innovación sobre la producción y distribución de comida, omitió por completo las formas en las que la tecnología moderna reduciría nuestro apetito sexual. El vínculo entre ambas cosas es sorprendentemente simple: cuanto más formas de entretenimiento tenemos disponibles, menos sexo practicamos. La sociedad moderna ofrece un abanico de opciones de entretenimiento, desde la radio y la televisión hasta los videojuegos y las redes sociales. En algunos países desarrollados, incluyendo Estados Unidos, las tasas de actividad sexual se han reducido en las últimas décadas. Un meticuloso estudio publicado en Archives of Sexual Behavior encontró que “los adultos estadunidenses tuvieron sexo unas nueve veces menos por año a principios de la década de 2010 que a finales de la de 1990”, un desplome que ocurrió con particular insistencia entre los estadunidenses casados y aquellos con una pareja estable. Si se ajusta por edad, “aquellos que nacieron en la década de 1930 (la generación silenciosa) fueron quienes tuvieron sexo con mayor frecuencia, mientras que aquellos nacidos en la de 1990 (los milenials y la iGen) tuvieron sexo con menor frecuencia a causa de […] un incremento en el número de individuos sin una pareja o cónyuge estable y un descenso en la frecuencia de la actividad sexual en aquellos con pareja”.

      Un ejemplo divertido que demuestra el efecto de las formas alternativas de entretenimiento en nuestro apetito sexual tiene que ver con un apagón. En 2008, en la isla de Zaníbar, en la costa de África Oriental, ocurrió un apagón particularmente insidioso que duró un mes entero. Sólo afectó la zona de la isla en la que las casas estaban conectadas a la red eléctrica; el resto de la población siguió usando sus generadores de diésel. Esta situación le ofreció a los investigadores un “experimento natural” único para estudiar el efecto del apagón en la fertilidad de la gente, pues el “grupo de tratamiento”, formado por clientes de la red eléctrica, pasó un mes sin electricidad, mientras que el “grupo de control” que usaba generadores de diésel no tuvo este inconveniente. Nueve meses más tarde en el grupo de tratamiento nacieron aproximadamente 20 por ciento más bebés que en el grupo de control.

      El dinero mueve al mundo

      Y a nadie le sorprenderá saber que el dinero también es un factor importante en nuestras decisiones reproductivas. En 2018 The New York Times encargó un estudio para descubrir por qué los estadunidenses están teniendo menos hijos, o ninguno. Cuatro de las cinco razones principales tenían que ver con el dinero. “Los salarios no están creciendo en forma proporcional al costo de la vida, y si a eso le sumamos los préstamos estudiantiles resulta que es muy difícil alcanzar una situación de estabilidad económica, incluso si fuiste a la universidad, trabajas en una empresa y tienes pareja con ingresos”, observó David Carlson, un hombre casado de 29 años de edad cuya esposa también trabaja. Los jóvenes provenientes de familias de bajos ingresos también tienen miedo de tener hijos y se ven obligados a elegir entre comenzar una familia o gastar dinero en otras cosas valiosas. Por ejemplo, Brittany Butler, nativa de Baton Rouge, Luisiana, es la primera graduada de la universidad en su familia. A los 22 años sus prioridades son obtener un posgrado en Trabajo Social, pagar sus préstamos estudiantiles y vivir en un vecindario seguro. Los bebés pueden esperar.

      Durante la década de 1960 Gary Becker, economista de la Universidad de Chicago, propuso una forma innovadora de pensar en las decisiones reproductivas de la población: los padres sopesan la cantidad y la calidad de los hijos que desean tener. Por ejemplo, conforme aumentan los ingresos de una familia la gente puede comprar un segundo o tercer automóvil, pero si sus finanzas siguen mejorando en forma indefinida no comprarán una o dos docenas. Tampoco adquirirán una docena de refrigeradores o de lavadoras. El argumento de Becker es que en vez de multiplicar la cantidad, los incrementos en los ingresos llevan a la gente a concentrarse en la calidad, es decir, reemplazan sus carcachas con automóviles o camionetas más nuevas, más grandes o más lujosas. En el caso de los hijos eso se traduce en dedicar más atención y más recursos a un menor número de hijos. “La interacción entre la cantidad y la calidad de los hijos”, escribió, “es la principal razón por la que el precio real de los hijos aumenta conforme al ingreso”, lo que significa que cuando los padres ven aumentar sus ingresos prefieren invertir más en cada hijo para darle mejores oportunidades de vida.

      Las ideas de Becker sobre el comportamiento humano le valieron, en 1992, el premio Nobel de Economía, y aunque su forma de abordar un tema tan complejo como la fertilidad ignoró el papel de las preferencias, las normas y valores culturales sí hizo énfasis en una tendencia social de gran importancia. Hoy en día muchos padres prefieren invertir más de su tiempo y recursos en un menor número de hijos y proporcionarles todas las oportunidades posibles para alcanzar el éxito, ya sea abriéndoles un plan de ahorros para la universidad o inscribiéndolos en actividades extracurriculares. Como explica Philip Cohen, sociólogo de la Universidad de Maryland: “Queremos invertir más en cada niño para darle todas las oportunidades posibles de competir en un entorno cada vez más desigual”. Desde esta perspectiva los hijos resultan ser proyectos de inversión, con valores actuales netos y tasas de rendimiento.

      Para entender cómo los padres toman decisiones sobre el número de hijos que quieren resulta aleccionador calcular cuánto gastan en cada uno. En 2015 el gobierno federal calculó que la familia estadunidense promedio gasta la asombrosa cifra de 233,610 dólares para criar a un hijo, desde su nacimiento hasta los 17 años. Este monto puede duplicarse rápidamente si se incluye el pago de la universidad. En mi computadora tengo una hoja de cálculo para calcular los ingresos familiares y los gastos de cada año; el resultado es que la familia estadunidense promedio puede gastar bastante más de medio millón de dólares en cada uno de sus hijos, suponiendo que se gradúen de una universidad cara. También hice una segunda hoja de cálculo con la misma información, excepto por los niños y sus gastos. Al final de esta segunda hoja la gente puede tener, en vez de un hijo con una excelente educación, un auto de lujo o una casa en la playa.

      ¿Los big brothers gubernamentales pueden influir

      en nuestras decisiones reproductivas?

      Hace unos años el gobierno de Singapur trató de ponerlo a prueba. Le inquietaba que las parejas de esta isla diminuta pero próspera, en la que tres cuartas partes de la población son étnicamente chinas, estuvieran renunciando a tener bebés en favor de las cinco “C”, por su letra inicial en inglés: efectivo, automóvil, tarjeta de crédito, condominio y club campestre. Los funcionarios de gobierno mandaron una carta a una muestra de parejas casadas sin hijos en la que argumentaban que era necesario para el país tener una población joven que pudiera mantener el crecimiento de su pujante economía. La carta incluía una oferta poco común: unas vacaciones gratuitas en Bali, que el gobierno pensaba que podían poner a la gente de humor reproductivo. Las parejas, anhelosas de una oportunidad para pasar tiempo en una hermosa playa, aceptaron entusiasmadas la oportunidad. Tomaron las vacaciones, pero no cumplieron su parte del trato: no nacieron bebés, al menos no los suficientes para satisfacer a los funcionarios de gobierno. El programa piloto se canceló a los nueve meses.

      La República Popular China también ha tratado de modificar tendencias demográficas, por ejemplo, con su draconiana

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