Los señores del Uritorco. Sebastiano De Filippi
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Por lo demás, los artefactos arqueológicos han sido interpretados etnológicamente, no pudiendo hacer de ellos más que descripciones razonablemente precisas y alguna que otra datación radiocarbónica (14C); aunque, lamentablemente, algunas fueron condimentadas con elucubraciones que no guardan fundamentos serios, fuera de ciertos ámbitos esotéricos que creen haberse apropiado de la temática.
Perimidas teorías difusionistas se cuelan en libros no especializados –atesorados generalmente por lectores de nula versación en cuestiones históricas– que buscan establecer como verdades absolutas especulaciones de corte racista, propias de cierta literatura europea del siglo XIX. Un pensamiento acendradamente reaccionario, que supone el origen ario o la presencia civilizadora de etnias nórdicas en las sierras cordobesas, intenta rediseñar sin prueba alguna el milenario pasado de la región. Increíblemente, ha tenido cierto éxito por fuera del ámbito académico.
Así, quien manifieste algún interés por los henia-kamiare se encuentra hoy con la disyuntiva entre la indigencia bibliográfica y la lectura de escritos de corte veladamente ocultista que incluyen a los comechingones en contextos que difícilmente puedan justificarse con algún asidero científico. En la era de internet estas elucubraciones proliferan y se entremezclan fácilmente con datos genuinamente antropológicos. Todo ello hace un flaco favor a los pobladores originarios de las serranías cordobesas.
La Constitución Nacional de la República Argentina, en el inciso 17 de su artículo 75, dispone –entre otras acciones de igual importancia–, “reconocer la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos. Garantizar el respeto a su identidad, y el derecho a una educación bilingüe e intercultural”. Sobre la base de lo que venimos de exponer, es ciertamente difícil que un Estado Nacional cumpla cabalmente con disposiciones como esta si la sociedad en su conjunto ignora la cultura de las etnias que debería tutelar.
Con esta pequeña obra, carente de pretensiones en cuanto a novedad conceptual y a formalismo académico, esperamos entonces dar un primer paso para modificar esta preocupante situación. Lo intentamos desde el respetuoso recuerdo de esos primeros y curiosos soldados, ingenieros, abogados y naturalistas –solo en algunos casos historiadores o sociólogos– que hace ochenta o noventa años se improvisaron antropólogos y arqueólogos para beneficio de las generaciones venideras.
Los escritos científicos a los que hicimos alusión –y que citamos profusamente a lo largo de este trabajo como forma de reconocimiento a la autoridad de sus autores, puesto que lograr consultarlos requeriría al lector una cantidad insólita de tiempo y energía– son una de las dos fuentes principales de este trabajo sobre un pueblo que parece injustamente relegado al olvido.
La otra es la entrañable experiencia personal de los autores como impenitentes viajeros de los cerros y valles de la Comechingonia, cuyo encanto irresistible parece acrecentarse con el paso de los años, experiencia que incluye extensas charlas in situ con ancianos repletos de historias y de historia, a quienes va con estas líneas el mayor de nuestros agradecimientos.
Por medio de estas pocas palabras damos la bienvenida al lector, con la esperanza de que comparta la idea que nos impulsó a escribir el libro que tiene entre sus manos: no se puede valorar lo que se desconoce.
Descubramos, pues, a los auténticos Señores del Uritorco.
I
SEMBLANZA DE UN PUEBLO OLVIDADO
Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia destrucción; la ambición, la intriga abusan de la credulidad y de la inexperiencia de hombres ajenos de todo conocimiento político, económico o civil; adoptan como realidades las que son puras ilusiones; toman la licencia por la libertad, la traición por el patriotismo, la venganza por la justicia.
Simón Bolívar en el discurso al Congreso de Angostura (Discursos y proclamas, París, Garnier Hermanos, 1913, p. 33)
Denominaciones
Por increíble que parezca, el olvido y la confusión en los que el mundo actual tiende a sumir a este pueblo originario de lo que hoy es la República Argentina alcanza hasta su propia denominación.
Sucede que los dos grupos humanos que hoy solemos identificar genéricamente como “comechingones” desconocían por completo este término, optando por denominarse a sí mismos –respectivamente– henia (en el norte) y kamiare o camiare (en el sur).1
La realidad es que “comechingones” resulta un término que no da cuenta de grupo étnico alguno, sino más bien de un espacio territorial –la denominada “provincia de los comechingones”– y es un producto propio de la intervención europea.
Al respecto, se ha escrito con total claridad:
Ningún testimonio nos autoriza a reconocer que los nativos se llamaran a sí mismo comechingones. Así como la fragmentación política de las comunidades prehispánicas refuerza la idea de que, al menos en el nivel de la identidad positiva, no puede hipotetizarse la existencia de alguna unidad étnica supragrupal.2
Acerca del origen del término castellano “comechingón” no hay más consenso que sobre el hecho que fue atribuido a este pueblo por terceros, pero lo seguro es que surgió de intenciones tendencialmente peyorativas.3
Esta voz de sonoridad tan peculiar parece ser, prima facie, la deformación de un grito de guerra que sonaba algo así como “kom chingon”, con la esperable connotación de invitar a enfrentar y derrotar al enemigo.
Los belicosos indígenas sanavirones, que con sus reiteradas invasiones al territorio henia-kamiare desde Santiago del Estero fueron sus tradicionales enemigos, habrían deformado la expresión mencionada en “kamichingan”, palabra que en sanavirón podía significar dos elementos con relación a este pueblo: “habitante de cuevas” –lo que, como se puede leer en otro apartado de este trabajo, es solo parcialmente cierto– y “vizcacha”. Sin embargo, hasta esta ya tradicional dicotomía comechingón-sanavirón parece tener limitado asidero para los investigadores más recientes.
En los últimos años se ha puesto en crisis la concepción de que las nominaciones de comechingones y sanavirones dan cuenta de grupos étnicos propiamente dichos, esto es, conjunto de personas que se reconocen como una unidad definida y separada de los otros […] los “comechingones” como unidad claramente diferenciada es un construcción española que operó extendiendo un nombre que, posiblemente, se aplicaba a parte de un grupo de toda la región serrana […] Hasta el presente, ni la arqueología ni la etnohistoria han podido identificar ningún rasgo que sea propio y exclusivo de ese grupo, así como resulta muy difícil definir áreas específicas para este grupo separadas de los “sanavirones”.4
En tiempos recientes una teoría alternativa sobre el vocablo “comechingón” apunta al significado, más neutro y aceptable, de “pueblos de las serranías” (o “serranías con muchos pueblos”), acaso el que mejor describe a este grupo humano.5
El mencionado binomio comechingón-sanavirón parece estar circunscripto, además, a un lapso temporal bastante acotado:
Asentados los españoles en Córdoba, los términos «comechingón» y «sanavirón» […] se pierden y solo aparecen aisladamente en los documentos, en particular el segundo, en boca de los propios indígenas, como un modo de referirse a grupos ingresados recientemente al territorio cordobés.6
En este tema, como en otros tantos inherentes a los henia-kamiare, hay un vacío