Ansiedad Moderna, Mujer Moderna. Lida Prypchan
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Y hasta aparentaba ser una mujer feliz: ella sentía inmensa felicidad al tomar su café en la mañana y después al fumarse un cigarrillo; sentía gran alegría cuando recibía la mas mínima caricia de un ser humano o de un animal; sentía felicidad - aunque a veces llorara - al escuchar una canción de su agrado; sentía alegría cuando hacía un nuevo amigo, aunque nunca lo llegara a conocer como ella hubiese querido y siempre dudara un poco de la amistad por su relatividad. A pesar de los mil golpes que se había llevado, seguía creyendo, aunque fuese a medias, en la amistad.
Sentía una gran emoción al bañarse como si con eso se despojara de sus malos hábitos y de las impurezas de su alma, disfrutaba enormemente del cine, le encantaba bailar como si con eso se desembaraza de su poderosa sexualidad; a fin de cuentas, qué es la vida sino matar el tiempo para ver cómo nos va llegando la muerte con su asquerosa puntualidad, como decía Benedetti.
Lucia caminaba con su soledad a cuestas: horas interminables paseando en el carro, horas interminables pensando en el futuro - planificando, construyendo sueños irrealizables-, horas infinitas viviendo en el pasado anhelando que el maldito tiempo retrocediese para hacer lo que otrora no tuvo valor de hacer - porque uno se arrepiente casi siempre de lo que no hizo o no tuvo valor de decir-, horas interminables de insomnio pensando en cual era el sentido de su vida, horas infinitas tratando de encontrarse sin poder saber si lo lograría o no.
Ella estaba consciente de que su vida era un entierro a cuestas, cada día estaba más cerca de la muerte, o sea que cada día dentro de sí moría una parte de ella; también los amigos que había perdido y los que aun tenia, todo esto se extinguía día a día en su interior. Su cuerpo, al igual que un carro, se iba desgastando poco a poco; cada día costaba más encender su cuerpo como si se extinguiera su batería.
Sus ilusiones se habían ido detrás de su último amor, y lamentablemente las ilusiones no se compran en la farmacia. Sus secretos morirían dentro de ella, así como los cigarrillos que se fumaba, como sus opiniones sobre los demás y sobre los eventos cotidianos, como sus ideas suicidas; ideas que le proporcionaban un poco de alivio a su tormentosa vida interior.
Un día la llamé, atemorizada, como presintiendo su muerte, y me dijeron que se había ahorcado. Dejó una nota que decía:
“De la vida no supe ni más ni menos que mis semejantes; no tuve la capacidad de responder a mis preguntas. Nadie pudo darme tranquilidad con sus respuestas, pero logré por lo menos discutir con la muerte a destiempo — o quizás fue una trampa que me tendió la vida en conexión con la muerte.
"No aguanto mis dudas, ni soporto mi vida y mucho menos la idea de que la muerte me tome desprevenida.”
Y Hay Pequeñas Alegrías
La Apatía y la Insensibilidad como denominador común de la Sociedad Actual
La apatía y la insensibilidad son características de nuestro tiempo. Gran parte de la población vive en ese estado. Se percibe en todas partes un clima de insatisfacción y los síntomas más claros de este vacío son la nostalgia por tiempos pasados, esa rememoración de viejos momentos.
Entonces aparecen hombres con sus opiniones: unos dicen que carecemos de fe, otros afirman que carecemos de arte. Pero más sabio fue aquel que dijo: “padecemos de carencia de alegría. Y la alegría, el anhelo de una vida superior, la jovialidad, se ve entorpecida por tener como principio y fundamento de nuestro estilo de vida la prisa. Tenemos tanta prisa o mejor dicho la prisa se ha apoderado tanto de nosotros, que ha absorbido hasta nuestras escasas parcelas de ocio.
Y los que creen contar con esos pequeños momentos de ocio, tarde o temprano se encontrarán pasándolos de una manera tan apresurada que no los diferenciarán de los intervalos de trabajo. El lema de nuestra época es: “Más cantidad, más celeridad”…
La consecuencia lógica es el aumento constante del placer y la disminución progresiva de la alegría. Este placer deja su marca en los hombres: rostros enfebrecidos y ojos vidriosos. Y ¿quién tiene la receta universal contra esta situación tan deplorable? Afortunada o desafortunadamente, nadie. Pero una vieja máxima si puede dejarnos algún beneficio. La máxima reza así: “El disfrute moderado, es doble disfrute. Y no desatienda las pequeñas alegrías”.
La moderación y la capacidad de goce suponen volver a las cosas que en la vida moderna están atrofiadas. Estas cosas son: una cierta provisión de serenidad, amor y poesía. Lo que sucede con las pequeñas alegrías es que están desparramadas en la vida cotidiana y nuestros sentidos embotados no llegan a percibirlas.
... cosas preciosas se ven cuando uno está dispuesto a observar,
cuando se siente ternura a través de la naturaleza ...
Es a través de nuestros ojos, esa fuente inexhausta de delicias, que tenemos nuestro contacto diario con la naturaleza. Deberíamos intentar, al encontrarnos con algo bello, detenernos para admirarlo y empaparnos de esa belleza. De hacerlo, esa dicha nos duraría todo el día.
Poco a poco y sin esfuerzo, el ojo sería el mediador de diversas sutiles sensaciones. A medida que los vayamos educando podremos, por medio de ellos, captar la gracia innumerable del diario vivir. El resto vendría solo. Lo importante es lograr abrir los ojos.
Cosas preciosas se ven cuando uno está dispuesto a observar, cuando se siente ternura a través de la naturaleza. Son las pequeñas alegrías y no las grandes, las que nos renuevan día a día.
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