Viviendo Sobrio. Anonimo

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Viviendo Sobrio - Anonimo

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      Si nos sentíamos muy preocupados por esto, bebíamos menos, o intentábamos beber solamente uno o dos tragos, o cambiábamos de licores fuertes a vino o cerveza. Al menos, tratábamos de limitar la cantidad para evitar emborracharnos desastrosamente. O intentábamos ocultar cuánto bebíamos.

      Pero estas tácticas nos resultaban cada vez más difíciles. De vez en cuando, incluso nos absteníamos de beber totalmente durante una temporada.

      Con el tiempo, volvíamos a beber: sólo un trago. Y, ya que esto aparentemente no nos hacía ningún grave daño, nos parecía que podíamos tomarnos otro sin peligro. Tal vez eso era lo único que tomamos en aquella ocasión, y era un alivio descubrir que podíamos tomar solamente uno o dos tragos y luego parar. Algunos hicimos eso muchas veces.

      Pero la experiencia resultó ser engañosa. Nos convenció de que podíamos beber sin peligro. Y entonces llegaba la ocasión (una celebración especial, una pérdida personal, o nada en particular) en que dos o tres tragos nos hacían sentirnos bien, así que creíamos que dos tragos más no nos harían daño. Y sin la menor intención de hacerlo, nos encontramos otra vez bebiendo demasiado. Estábamos de vuelta donde habíamos empezado: bebiendo en exceso sin querer hacerlo.

      Tales experiencias repetidas nos han obligado a llegar a esta conclusión lógicamente ineludible: si no nos tomamos el primer trago, nunca nos emborrachamos. Por lo tanto, en vez de planear no emborracharnos nunca, o intentar limitar el número de bebidas o la cantidad de alcohol, hemos aprendido a concentrarnos en evitar sólo un trago: el primero.

      De hecho, en vez de preocuparnos por limitar el número de tragos que bebemos durante una ocasión, evitamos el que sirve para empezar la serie.

      Parece un razonamiento muy simplista, ¿no es así? A muchos de nosotros, ahora nos resulta difícil creer que no se nos hubiera ocurrido esto antes de llegar a A.A. (Para decir verdad, nunca tuvimos un deseo sincero de dejar de beber hasta que nos enteramos de lo que era el alcoholismo). Pero lo más importante es: Ahora sabemos que esto es lo que da resultados.

      En vez de tratar de calcular cuántos tragos podríamos aguantar, ¿cuatro, seis, una docena?, nos decimos: “No te tomes el primer trago”. Es mucho más sencillo. Tener la costumbre de pensar así nos ha ayudado a cientos de miles de nosotros a mantenernos muchos años sobrios.

      Los médicos expertos en el alcoholismo nos dicen que, desde el punto de vista médico, tiene mucho sentido evitar el primer trago. El primer trago es el que inmediatamente, o poco después, provoca la compulsión de beber y seguir bebiendo hasta encontrarnos de nuevo en problemas con la bebida. Muchos de nosotros hemos llegado a creer que nuestro alcoholismo es una adicción a la droga que es el alcohol; al igual que los demás adictos que quieren seguir recuperándose, tenemos que mantenernos alejados de esta primera dosis de la droga a la que somos adictos. Nuestra experiencia parece demostrar esto, como se puede leer en el libro Alcohólicos Anónimos y en nuestra revista, el Grapevine, y como se puede oír decir dondequiera que se reúnen los miembros de A.A. y comparten sus experiencias.

      3 Usar el plan de 24 horas

      En nuestros días de bebedores, pasamos tan malos ratos tan a menudo que juramos no hacerlo “nunca más”. Hicimos promesas solemnes de no beber durante un año, o prometimos a alguien que íbamos a pasar tres semanas o tres meses sin tocar el alcohol. Y, naturalmente, tratamos de abstenernos de beber durante varios períodos de tiempo.

      Éramos totalmente sinceros al hacer estas promesas rechinando los dientes De todo corazón, no queríamos volver a beber nunca más. Estábamos decididos. Juramos dejar de beber, con intención de mantenernos alejados del alcohol por un tiempo indefinido.

      No obstante, a pesar de nuestras buenas intenciones, siempre teníamos los mismos resultados casi inevitables. Y con el tiempo se iban desvaneciendo los recuerdos de las promesas solemnes y de los sufrimientos que nos habían conducido a hacerlas. Volvimos a beber, y acabamos con más problemas. Nuestro “para siempre” había durado muy poco.

      Algunos de los que habíamos hecho tales promesas teníamos nuestras reservas personales: Nos dijimos a nosotros mismos que la promesa de no beber sólo se aplicaba a las bebidas fuertes, no al vino ni a la cerveza. De esa manera, si acaso no lo supiéramos ya, nos dimos cuenta de que podíamos emborracharnos con el vino y la cerveza también. Simplemente teníamos que beber más para que nos produjeran los mismos efectos que los licores destilados. Acabamos tan borrachos con la cerveza y el vino como lo habíamos estado con las bebidas fuertes.

      Y otros logramos dejar de beber completamente y cumplimos con lo que habíamos prometido exactamente como lo habíamos jurado, hasta cumplir el tiempo fijado. Y luego pusimos fin a la sequía y volvimos a beber y muy pronto nos encontramos otra vez metidos en problemas y con una carga adicional de nuevos remordimientos y culpabilidad.

      Habiendo pasado ya estas luchas, en A.A. tratamos de evitar expresiones tales como “régimen seco” o “juramentos de abstinencia”. Nos hacen pensar en nuestros fracasos.

      Aunque nos damos cuenta de que el alcoholismo es una afección crónica e irreversible, hemos aprendido por experiencia a no hacer promesas de sobriedad a largo plazo. Nos parece más realista, y más práctico, decir “No voy a tomarme un trago hoy”.

      Incluso si bebimos ayer, podemos planear no beber hoy. Puede ser que bebamos mañana —quién sabe si entonces estaremos vivos— pero decidimos no beber durante estas venticuatro horas. Sea cual sea la tentación o incitación, nos resolvemos a hacer todo lo necesario para evitar beber hoy.

      Con razón nuestros amigos y familiares están cansados de oírnos prometer: “Esta vez lo digo en serio”, sólo para vernos regresar borrachos a casa. Por eso no les prometemos a ellos, ni incluso entre nosotros, que no vamos a beber más. Cada uno de nosotros se lo promete a sí mismo. Después de todo, lo que está en juego es nuestra propia salud y nuestra propia vida. Nos corresponde a nosotros, no a nuestros familiares o amigos, tomar las medidas necesarias para mantenernos en buena salud.

      Si sentimos un deseo muy apremiante de beber, dividimos las 24 horas en partes más pequeñas. Decidimos no beber durante una hora, digamos. Podemos soportar la molestia temporal de estar sin beber una hora más; y luego otra más y así sucesivamente. Muchos de nosotros empezamos a recuperarnos exactamente así. De hecho, cada recuperación del alcoholismo empieza con una hora de sobriedad.

      Una versión de esto es simplemente posponer el (próximo) trago.

      (¿Y cómo va eso? ¿Todavía sigues bebiendo tu gaseosa? ¿Has pospuesto aquel trago que mencionamos en la página 1? Si es así, éste puede ser el comienzo de tu recuperación.

      El próximo trago lo podemos tomar un poco más tarde. Pero ahora lo posponemos. No lo vamos a tomar hoy o en este momento. (No hasta terminar esta página, digamos.)

      El plan de veinticuatro horas es muy flexible. Podemos volver a empezar en cualquier momento, dondequiera que estemos. En casa, en el trabajo, en un bar o en un hospital, a las cuatro de la tarde o a las tres de la mañana, podemos decidir allí mismo no tomarnos un trago en las próximas veinticuatro horas, o cinco minutos.

      Con este plan, constantemente renovado, evitamos las desventajas de métodos tales como el régimen seco o el juramento solemne de abstinencia. Un período de régimen seco o un juramento llegan a su fin, según lo habíamos previsto, así que nos sentíamos libres de volver a beber. Pero hoy siempre está presente. La vida es diaria; todo lo que tenemos es el día de hoy; y cualquiera puede pasar un día sin beber.

      Primero, tratamos de vivir en el momento presente para poder

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