Obras Completas de Platón. Plato

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Obras Completas de Platón - Plato

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de una necesidad absoluta que todo lo que es santo sea justo.

      EUTIFRÓN. —No puede ser de otra manera.

      SÓCRATES. —¿Todo lo que es justo te parece santo, o todo lo que es santo te parece justo? ¿O crees, que lo que es justo no es siempre santo, sino tan solo que hay cosas justas que son santas y otras que no lo son?

      EUTIFRÓN. —No puedo seguirte, Sócrates.

      SÓCRATES. —Sin embargo, tú tienes sobre mí dos ventajas muy grandes, la juventud y la habilidad.

      Pero, como te decía antes, confías demasiado en tu sabiduría. Te suplico, que deseches esa apatía, y que te apliques un momento; porque lo que yo te digo no es difícil de entender, no es más que lo contrario de lo que canta un poeta:

      ¿Por qué se tiene temor de celebrar

      a Zeus que ha creado todo?

      La vergüenza es siempre compañera del miedo.

      No estoy de acuerdo con este poeta; ¿quieres saber por qué?

      EUTIFRÓN. —Sí, tú me obligas a decirlo.

      SÓCRATES. —No me parece del todo verdadero, que la vergüenza acompañe al miedo, porque se ven todos los días gentes que temen a las enfermedades, la pobreza y otros muchos males, y sin embargo, no se avergüenzan de tener este temor. ¿No te parece que es así?

      EUTIFRÓN. —Soy de tu dictamen.

      SÓCRATES. —Por lo contrario, el miedo sigue siempre a la vergüenza. ¿Hay hombre, que teniendo vergüenza de una acción fea, no tema al mismo tiempo la mala reputación que es su resultado?

      EUTIFRÓN. —Cómo no ha de temer.

      SÓCRATES. —Por consiguiente no es cierto decir:

      La vergüenza es siempre compañera del miedo.

      Sino que es preciso decir:

      El miedo es siempre compañero de la vergüenza.

      Porque es falso que la vergüenza se encuentre dondequiera que esté el miedo. El miedo tiene más extensión que la vergüenza. En efecto, la vergüenza es una parte del miedo, como lo impar es una parte del número. Dondequiera que hay un número, no es precisión que en él se encuentre el impar, pero dondequiera que aparezca el impar hay un número. ¿Me entiendes ahora?

      EUTIFRÓN. —Muy bien.

      SÓCRATES. —Esto es precisamente lo que te pregunté antes: ¿si dondequiera que se encuentre lo justo allí está lo santo, y si dondequiera que se encuentre lo santo allí está lo justo? Parece que lo santo no se encuentra siempre con lo justo, porque lo santo es una parte de lo justo. ¿Sentaremos este principio, o eres tú de otra opinión?

      EUTIFRÓN. —A mi parecer, este principio no puede ser combatido.

      SÓCRATES. —Ten en cuenta lo que voy a decirte; si lo santo es una parte de lo justo, es preciso averiguar qué parte de lo justo tiene lo santo, como si me preguntases, qué parte del número es el par, y cuál es este número, y yo te respondiese que es el que se divide en dos partes iguales y no desiguales. ¿No lo crees como yo?

      EUTIFRÓN. —Sin duda.

      SÓCRATES. —Haz pues el ensayo de enseñarme a tu vez, qué parte de lo justo es lo santo a fin de que indique a Méleto que ya no hay materia para acusarme de impiedad; a mí que tan perfectamente he aprendido de ti lo que es la piedad y la santidad y sus contrarias.

      EUTIFRÓN. —Me parece a mí, Sócrates, que la piedad y la santidad son esta parte de lo justo que corresponde al culto de los dioses, y que todo lo demás consiste en los cuidados y atenciones que los hombres se deben entre sí.

      SÓCRATES. —Muy bien, Eutifrón; sin embargo, falta alguna pequeña cosa, porque no comprendo bien lo que tú entiendes por la palabra culto. ¿Este cuidado de los dioses es el mismo que el que se tiene por todas las demás cosas? Porque decimos todos los días, que solo un jinete sabe tener cuidado de un caballo; ¿no es así?

      EUTIFRÓN. —Sí, sin duda.

      SÓCRATES. —El cuidado de los caballos ¿compete propiamente al arte de equitación?

      EUTIFRÓN. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —Todos los hombres no son a propósito para enseñar a los perros, sino los cazadores.

      EUTIFRÓN. —Sólo los cazadores.

      SÓCRATES. —Por consiguiente el cuidado de los perros pertenece al arte venatorio.

      EUTIFRÓN. —Sin dificultad.

      SÓCRATES. —¿Pertenece solo a los labradores tener cuidado de los bueyes?

      EUTIFRÓN. —Sí.

      SÓCRATES. —La santidad y la piedad es del cuidado de los dioses. ¿No es esto lo que dices?

      EUTIFRÓN. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —¿Todo cuidado no tiene por objeto el bien y utilidad de la cosa cuidada? ¿No ves hacerse mejores y más dóciles los caballos que están al cuidado de un entendido picador?

      EUTIFRÓN. —Sí, sin duda.

      SÓCRATES. —¿El cuidado que un buen cazador tiene de sus perros, el que un buen labrador tiene de sus bueyes, no hace mejores lo mismo a los unos que a los otros, y así en todos los casos análogos? ¿Puedes creer, que el cuidado en estos casos tienda a dañar lo que se cuida?

      EUTIFRÓN. —No, sin duda, ¡por Zeus!

      SÓCRATES. —¿Tiende pues a hacerlos mejores?

      EUTIFRÓN. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —La santidad, siendo el cuidado de los dioses, debe tender a su utilidad, y tiene por objeto hacer a los dioses mejores. ¿Pero te atreverías a suponer que, cuando ejecutas una acción santa, haces mejor a alguno de los dioses?

      EUTIFRÓN. —Jamás, ¡por Zeus!

      SÓCRATES. —No creo tampoco que sea ese tu pensamiento, y ésta es la razón por la que te he preguntado cuál era el cuidado de los dioses, de que querías hablar, bien convencido que no era este.

      EUTIFRÓN. —Me haces justicia, Sócrates.

      SÓCRATES. —Éste es ya punto concluido. ¿Pero qué clase de cuidado de los dioses es la santidad?

      EUTIFRÓN. —El cuidado que los criados tienen por sus amos.

      SÓCRATES. —Ya entiendo; ¿la santidad es como la sirviente de los dioses?

      EUTIFRÓN. —Así es.

      SÓCRATES. —¿Podrías decirme lo que los médicos operan por medio de su arte? ¿No restablecen la salud?

      EUTIFRÓN. —Sí.

      SÓCRATES. —El arte de los constructores

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