Obras Completas de Platón. Plato

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Obras Completas de Platón - Plato

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esta concordia que hacen que un padre y una madre estén bien con sus hijos, un hermano con su hermano, una mujer con su marido.

      SÓCRATES. —¿Crees que un marido puede estar de acuerdo con su mujer sobre obras de lana que ella entiende perfectamente y que él no entiende?

      ALCIBÍADES. —No, sin duda.

      SÓCRATES. —Es imposible, porque es una obra de mujer.

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Es posible que una mujer pueda estar de acuerdo con su marido en materia de armas, cuando no sabe lo que son?

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —Me podrías responder que solo es acomodado al talento del hombre.

      ALCIBÍADES. —Es cierto.

      SÓCRATES. —¿Convienes en que hay ciencias que están destinadas a las mujeres, y otras que están reservadas a los hombres?

      ALCIBÍADES. —¿Quién puede negarlo?

      SÓCRATES. —Sobre todas estas ciencias no es posible que las mujeres estén de acuerdo con sus maridos.

      ALCIBÍADES. —Eso es cierto.

      SÓCRATES. —Por consiguiente no habrá amistad, puesto que la amistad no es más que la concordia.

      ALCIBÍADES. —Soy de tu opinión.

      SÓCRATES. —Y así cuando una mujer haga lo que debe hacer, no será amada por su marido.

      ALCIBÍADES. —No, me parece.

      SÓCRATES. —Y cuando un marido haga lo que debe hacer, no será amado por su mujer.

      ALCIBÍADES. —No.

      SÓCRATES. —¿Luego los Estados, en los que hace cada uno lo que debe hacer, no estarán bien gobernados?

      ALCIBÍADES. —Me parece que sí, Sócrates.

      SÓCRATES. —¿Qué es lo que dices? ¿Será bien gobernado un Estado sin que la amistad reine en él? ¿No hemos convenido en que por la amistad un Estado está bien regido, y que en otro caso todo es desorden y confusión?

      ALCIBÍADES. —Pero me parece, sin embargo, que es esto mismo lo que produce la amistad; que cada uno haga lo que debe hacer.

      SÓCRATES. —Hace un momento decías lo contrario; pero es preciso que te hagas entender. ¿Cómo dices ahora que la concordia bien establecida produce la amistad? ¡Ah!, ¿puede haber concordia sobre negocios que los unos saben y los otros no saben?

      ALCIBÍADES. —Eso es imposible.

      SÓCRATES. —Cuando cada uno hace lo que debe hacer, ¿hace lo que es justo o lo que es injusto?

      ALCIBÍADES. —¡Vaya una pregunta!, cada uno hace lo que es justo.

      SÓCRATES. —De aquí se sigue, que en el acto mismo en que todos los ciudadanos hacen lo que es justo, no pueden sin embargo amarse.

      ALCIBÍADES. —La consecuencia parece necesaria.

      SÓCRATES. —¿Cuál es, pues, esta amistad o esta concordia que puede hacernos hábiles y capaces de dar buenos consejos, para que entremos así en el número de los que llamas tú buenos ciudadanos? Porque no puedo comprender, ni lo que es, ni en quién se encuentra; porque tan pronto se la encuentra en ciertas personas, tan pronto no se la encuentra ya, como se ve por tus palabras.

      ALCIBÍADES. —Te juro, Sócrates, por todos los dioses, que yo mismo no sé lo que me digo, y que corro gran riesgo de estar dentro de algún tiempo en muy mal estado, sin apercibirme de ello.

      SÓCRATES. —No te desanimes, Alcibíades; si te apercibieses de este estado a los cincuenta años, te sería difícil poner remedio y tener cuidado de ti mismo; pero en la edad en que tú estás, es justamente el tiempo oportuno de sentir tu mal.

      ALCIBÍADES. —Y cuando uno siente el mal ¿qué deberá hacer?

      SÓCRATES. —Sólo hace falta, Alcibíades, responder a algunas preguntas; si lo haces, espero que, con la ayuda de Dios, tú y yo nos haremos mejores de lo que somos, por lo menos si damos fe a mi profecía.

      ALCIBÍADES. —Si solo consiste en responder, el éxito es seguro.

      SÓCRATES. —Veamos pues. ¿Qué es tener cuidado de sí mismo?, no sea que cuando creamos tener más cuidado de nosotros mismos, nos suceda muchas veces, que, sin apercibirnos, sea otra cosa muy distinta la que llame nuestra atención. ¿Qué es preciso hacer para tener cuidado de sí mismo? ¿Tiene un hombre cuidado de sí cuando lo tiene de las cosas que son suyas?

      ALCIBÍADES. —Así me parece.

      SÓCRATES. —¿Cómo? ¿Un hombre tiene cuidado de sus pies, cuando lo tiene de las cosas que son para sus pies?

      ALCIBÍADES. —No te entiendo.

      SÓCRATES. —¿No conoces nada que esté únicamente hecho para la mano? ¿Las sortijas para qué parte del cuerpo están hechas?, ¿no son para los dedos?

      ALCIBÍADES. —Sin duda.

      SÓCRATES. —¿Los zapatos no están hechos también para los pies?

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —¿Tenemos cuidado de nuestros pies cuando lo tenemos de nuestros zapatos?

      ALCIBÍADES. —Aún no te entiendo, Sócrates.

      SÓCRATES. —Pero qué, ¿no has dicho, Alcibíades, que se toma cuidado por las cosas?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Y hacer una cosa mejor no es tomar cuidado por ella?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Cuál es el arte que hace los zapatos mejores?

      ALCIBÍADES. —El arte del zapatero.

      SÓCRATES. —¿Por medio del arte del zapatero es como tenemos cuidado de nuestros zapatos?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Es por el arte del zapatero por el que nosotros tenemos cuidado de nuestros pies, o es por el arte que hace nuestros pies mejores?

      ALCIBÍADES. —Es por este último arte sin duda.

      SÓCRATES. —¿No hacemos nuestros pies mejores por el mismo arte que hace todo nuestro cuerpo mejor?

      ALCIBÍADES. —Sí.

      SÓCRATES. —¿Y este arte no es la gimnástica?

      ALCIBÍADES. —Ciertamente.

      SÓCRATES. —¿Por medio de la gimnástica tenemos cuidado de nuestros pies, y por el arte del zapatero

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