Obras Completas de Platón. Plato
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CÁRMIDES. —Así me parece.
SÓCRATES. —Pero qué, ¿no crees que Homero ha tenido razón en decir: el pudor no es bueno al indigente?[6]
CÁRMIDES. —Verdaderamente sí.
SÓCRATES. —Pero entonces el pudor ¿es bueno y no es bueno a la vez?
CÁRMIDES. —Así parece.
SÓCRATES. —Pero la sabiduría es buena, puesto que hace buenos a los que la poseen, sin hacerlos jamás malos.
CÁRMIDES. —A mi parecer, es como dices.
SÓCRATES. —Luego la sabiduría no es pudor, puesto que es esencialmente buena, y que el pudor tan pronto es bueno, tan pronto malo.
CÁRMIDES. —Bien dicho, Sócrates, a mi parecer. Pero veamos, si te place, esta otra definición de la sabiduría. Me acordé hace un momento haber oído decir que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio. Examina, pues, si el autor de estas palabras te parece que ha hablado bien.
SÓCRATES. —¡Picaruelo! ¿Es Critias o algún otro filósofo el que te ha sugerido esa idea?
CRITIAS. —Algún otro, ciertamente, porque a mí no lo ha oído.
CÁRMIDES. —¡Ah!, ¿qué importa, Sócrates, de quién lo he oído?
SÓCRATES. —De ninguna manera importa, porque, por regla general, no hay que examinar quién ha dicho esto o aquello, sino si está bien dicho.
CÁRMIDES. —Perfectamente.
SÓCRATES. —Pero ¡por Zeus!, si descubrimos lo que esto significa, no me sorprenderé poco; es un verdadero enigma.
CÁRMIDES. —¿Por qué?
SÓCRATES. —Porque no ha reflexionado en el sentido de las palabras el que ha dicho que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio. Veamos; ¿piensas que el maestro de escuela no hace nada cuando lee o escribe?
CÁRMIDES. —Nada de eso.
SÓCRATES. —¿Pero crees que se limita a leer o a escribir su propio nombre?, ¿no os instruye a vosotros, jóvenes, no os hace escribir los nombres de vuestros enemigos lo mismo que los vuestros y los de vuestros amigos?
CÁRMIDES. —Así es la verdad.
SÓCRATES. —¿Y obrando de esa manera erais unos insensatos?
CÁRMIDES. —Nada de eso.
SÓCRATES. —Sin embargo, vosotros no hacíais solo lo que os era propio, si es que leer y escribir es hacer alguna cosa.
CÁRMIDES. —Ciertamente es hacer alguna cosa.
SÓCRATES. —Y curar, querido mío, construir, tejer y ejecutar cualquier obra en cualquier arte, es sin duda alguna cosa.
CÁRMIDES. —Ciertamente.
SÓCRATES. —Pero qué, ¿te parecería bien administrada la ciudad, en la que la ley ordenase a cada ciudadano tejer y lavar sus ropas, hacer su calzado, su vendaje, sus frascos de perfumes y todo lo demás, de suerte que sin echar mano a lo que no le perteneciera, amoldase e hiciese por sí mismo todo lo que le fuese propio?
CÁRMIDES. —Ése no es mi dictamen.
SÓCRATES. —Sin embargo, si fuese gobernada sabiamente, ¿sería bien administrada?
CÁRMIDES. —Necesariamente.
SÓCRATES. —¿Luego la sabiduría no consiste en hacer todas estas cosas, ni en hacer lo que nos es propio?
CÁRMIDES. —No, evidentemente.
SÓCRATES. —Luego hablaba enigmáticamente, como yo dije antes, el que decía que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio; porque no podía ser tan sencillo que lo entendiera como nosotros. ¿O quizá estas palabras son de un insensato?
CÁRMIDES. —Nada de eso; son de un hombre que me parecía de hecho un sabio.
SÓCRATES. —Nada más cierto entonces que ha querido proponerte un enigma, porque es muy difícil en verdad saber lo que significan estas palabras: hacer lo que nos es propio.
CÁRMIDES. —Quizá.
SÓCRATES. —Veamos, ¿qué es hacer lo que nos es propio? ¿Puedes decírmelo?
CÁRMIDES. —Yo no sé nada, ¡por Zeus! Pero no sería imposible que el que ha hablado de esta manera se comprendiese a sí mismo.
Al decir esto, se sonreía y dirigía sus miradas hacia Critias, que estaba visiblemente en brasas hacía rato. Deseoso de aparecer ventajosamente delante de Cármides y de todos los que allí estaban, se había contenido hasta entonces, haciendo un sacrificio; pero en este momento no era ya dueño de sí mismo. Entonces vi en claro que no me había engañado, conjeturando que Critias era el autor de la última respuesta de Cármides con motivo de la sabiduría. En cuanto a éste, poco empeñado en defender esta definición, y queriendo dejarlo a cargo del que la había inventado, aguijoneaba a Critias, afectando mirarle como un hombre reducido al silencio. Éste, no pudiendo sufrir más, y no menos colérico contra el joven que un poeta contra el actor que desempeña mal su papel, dirigiéndole una mirada, exclamó:
CRITIAS. —¿Crees, Cármides, que porque tú no sabes lo que pensaba aquel que ha dicho que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio, crees, repito, que él no lo supiera?
SÓCRATES. —¡Ah!, mi querido Critias, ¿es extraño que tan tierno joven ignore estas cosas? Tú, por el contrario, estás en edad de saberlas, sobre todo después de tus muchos estudios. Si eres del dictamen que la sabiduría es lo que él decía, y si te consideras con fuerza para explicar esta proposición, tendré mucho gasto en examinarla contigo, para ver si es verdadera o falsa.
CRITIAS. —Sí, ciertamente soy de este dictamen, y me considero con fuerzas para defenderlo.
SÓCRATES. —Muy bien. Pero veamos, ¿me concedes lo que antes dije: que todos los artífices trabajan en alguna cosa?
CRITIAS. —Sin dudar.
SÓCRATES. —¿Y te parece que trabajan únicamente en las cosas que les son propias o bien en las que conciernen a otros?
CRITIAS. —También en las que conciernen a otros.
SÓCRATES. —Son sabios, aun cuando no trabajen únicamente en lo que les es propio.
CRITIAS. —¿Y qué significa eso?
SÓCRATES. —Para mí nada. Pero mira si esto no significa nada para el que, después de haber sentado que la sabiduría consiste en hacer lo que nos es propio, reconoce en seguida y tiene por sabios igualmente los que hacen lo que concierne a otros.
CRITIAS. —¿Pero qué, he reconocido por sabios a los que hacen lo que concierne a los demás, o los que trabajan en este sentido?