Conducta violenta: impacto biopsicosocial. Luis Miguel Sánchez Loyo
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En el segundo capítulo los autores presentan una reflexión sobre el acoso escolar en la educación superior, en donde se reflexiona en torno a las agresiones, la violencia y la discriminación entre la población juvenil, fenómeno que se ha incrementado en forma considerable durante los últimos 10 años. Se explica que en el contexto estudiantil el acoso juega un papel importante, y que ahí la violencia manifestada puede ser el resultado de la falta de tolerancia y solidaridad por parte de los universitarios ante las situaciones de estrés durante la carrera.
El tercer apartado de la obra es un análisis titulado “Juventud, homicidio y la esperanza de vida en México”. En él se señala que si bien el homicidio no es el único tipo de crimen violento, representa sin duda un caso extremo de violencia interpersonal que refleja los graves problemas sociales que están presentes en los distintos sectores sociales, así como en las relaciones propias del espacio privado. Cuando los homicidios o los intentos de homicidio implican a jóvenes —ya sea como víctimas o agresores—su impacto social es mayor, pues la juventud de las víctimas contribuye en mayor grado al incremento de la carga global de muerte prematura, lesiones y discapacidad que soporta la sociedad en su conjunto.
En el cuarto capítulo de la obra se hace una revisión de los principales factores de riesgo asociados al comportamiento violento, desde alteraciones en los neurotransmisores cerebrales y los perfiles hormonales hasta factores psicosociales como la cultura, la familia y los materiales comunicantes en los mass media, que refuerzan modelos de conductas violentas y que poco a poco van alterando el equilibrio de los sujetos en su entorno personal, familiar, escolar, social y cultural.
Se sabe que en nuestra sociedad la violencia sexual es un problema que no distingue sexo, edad, clase o grupo social ni cultural, nadie se encuentra libre de estar involucrado en este problema. Esa es la temática que se aborda en el capítulo quinto del presente trabajo, donde se enfatiza la definición de la Organización Panamericana de la Salud sobre la violencia sexual: “todo acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual, los comentarios o insinuaciones sexuales no deseados, o las acciones para comercializar o utilizar de cualquier otro modo la sexualidad de una persona mediante coacción por otra persona, independientemente de la relación de ésta con la víctima, en cualquier ámbito, incluidos el hogar y el lugar de trabajo”.
En el apartado sexto se analizan de forma detallada las bases genéticas del comportamiento violento. Los autores sintetizan el papel del sistema endocrino, del sistema nervioso y de otros genes asociados a la violencia que sin duda ayudarán al lector a comprender el fenómeno del comportamiento violento.
El capítulo séptimo complementa la comprensión del objeto en cuestión de la obra desde la perspectiva de la neurobiología de la conducta violenta y la agresión. Este fenómeno, desde ese enfoque, ha sido motivo de un estudio más puntual en fechas recientes, a partir de que se han identificado los diferentes sustratos relacionados con la emoción, el comportamiento y los mecanismos regulatorios involucrados en la reactividad tanto primitiva como cognitiva de los sujetos.
Por su parte, el capítulo octavo da cuenta de las características clínicas psiquiátricas, psicológicas y neurocognitivas en personas con conducta violenta autoinfligida e interpersonal, haciendo hincapié en los tipos de violencia y las explicaciones teóricas de la violencia autoinflingida.
Al finalizar la obra, en los capítulos noveno y décimo, se analiza la conducta violenta en dos grupos etarios, los adolescentes y los adultos mayores, destacando la violencia ejercida entre los adolescentes. Así, se exponen el acoso emocional por sobrepeso y obesidad que sufren ellos y los malos tratos del adulto mayor en el ámbito familiar.
Esperamos que las contribuciones plasmadas en el presente libro sirvan como insumo de trabajo para el desarrollo de programas y acciones encaminadas tanto a la atención como a prevención de la violencia en todos sus ámbitos, y que proporcione al lector una comprensión más amplia sobre el comportamiento violento.
Dr. Eduardo Gómez Sánchez
Director de la División de Disciplinas Básicas para la Salud
Claudia Lisette Charles Niño
Fernando Antonio Velarde Rivera
Iván isidro Hernández Cañaveral
La conducta violenta puede ser un síntoma de un problema más grave en el individuo, como ocurre en la esquizofrenia, desórdenes bipolares, psicosis, trastornos de la personalidad, entre otros. Dado que es muy congruente la etiológica biológica además de la psicosocial, se hace indispensable conocer qué factores pueden jugar un papel importante para aportar una solución multidisciplinar al problema. La evidencia más abundante yace en la participación de factores genéticos asociados a patologías que cursan con sintomatología que desencadena una conducta violenta. Sin embargo, es posible que otros factores recientemente descritos puedan explicar patologías o conductas violentas temporales como consecuencia de un mal manejo de la ansiedad y el estrés. Además, una sociedad cada vez más afectada por el estrés exige a la naturaleza humana un manejo adecuado de este mal, que puede no ser completamente racionalizado y controlado. En este capítulo se abordará la participación de la otra carga génica con la que el individuo cuenta sin ser plenamente consciente de ello: nuestro otro genoma, término recientemente acuñado por la descripción de los trillones de microorganismos y sus genes involucrados directamente en el ser humano. Por otro lado, la respuesta inmunológica exacerbada frente a algunos microorganismos patógenos puede desencadenar también desórdenes neurológicos con conductas violentas.
Nuestro otro genoma
La relación entre los microorganismos y el ser humano ha sido poco valorada por muchos años. La importancia inherente a elucidar la relación hospedero-parásito en aquellos microorganismos patógenos generó desatención en aquellos microorganismos colonizantes no patógenos. El descubrimiento de antimicrobianos, su evolución y, finalmente, el uso indiscriminado de ellos evidenció la importancia de los microorganismos considerados comensales y poco estudiados. Incluso, se comprobó que muchos microorganismos considerados comensales, sobre todo los que residen en el intestino y comúnmente llamados en conjunto microbiota intestinal, tienen una participación crucial en algunos procesos fisiológicos en el ser humano. Este hallazgo elevó su categoría a microbiota simbionte. Se ha documentado mediante análisis filogenéticos que la microbiota intestinal desarrolla funciones metabólicas en la mayoría de los mamíferos desde hace al menos 500 millones de años y que la coadaptación fue crucial para el establecimiento de la microbiota específica de cada una de las especies que participan como hospederas de estos microorganismos (Cho y Blaser, 2012).
La composición de la microbiota humana es compleja y diversa. El proyecto del Microbioma Humano (HMP por sus siglas en inglés), llevado a cabo por los Institutos Nacionales de Salud de Estados Unidos (NIH por sus siglas en inglés) y cuya primera fase concluyó en 2012, estimó que existen alrededor de 104 células bacterianas que conforman el microbiota humano (sin incluir otros microorganismos como protozoarios, virus, etcétera) así como un estimado de hasta 100 veces más genes que el genoma propio (Lloyd-Price et al., 2016). Además, generó información valiosa respecto a los géneros y especies predominantes de la microbiota bacteriana según el sitio anatómico. Existe una variación intraindividuo según el sitio anatómico y además existe una variación interindividuo para un mismo sitio anatómico (figura 1). Los filos más