Antropología y archivos en la era digital: usos emergentes de lo audiovisual. vol.1. Группа авторов

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Antropología y archivos en la era digital: usos emergentes de lo audiovisual. vol.1 - Группа авторов

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en el contexto de proyectos inmobiliarios y de desarrollo urbanístico innovadores, así como con lógicas mercantiles que imponen criterios de eficiencia en la gestión de instituciones culturales y científicas. En una línea similar se pueden entender los esfuerzos por llevar adelante la construccion e instalación del MUNA (nuevo Museo Nacional de Arequología) en el Santuario Arqueológico de Pachacamac, al sur de la ciudad de Lima, que compromete el traslado de la colección arqueológica del Museo de Arequeología, Antropología e Historia fundado en 1822, actualmente clausurado y que pasará a ser el Museo Nacional de Historia una vez que se restaure el antiguo local. Tales cambios implican una reconceptualización en la gestión de las colecciones, el vínculo con los públicos y la locación de los depósitos y salas de exhibición que privilegian la puesta en valor de las colecciones arqueológicas por su potencial para el mercado turístico. El tema de la precariedad se ha convertido actualmente en un tema de debate político también en el caso del almacenamiento de las colecciónes etnográficas en los museos europeos. Durante mucho tiempo se hacía hincapié en la falta de condiciones de conservación adecuadas en los archivos y depósitos de los países de origen de los objetos, lo que sirvió de pretexto para no retornar artefactos que fueron botín de guerra o adquiridos bajo circunstancias dudosas. En la actualidad, existe una opinión crítica respecto al almacenimiento de los más de 500 000 objetos reunidos en el Ethnologisches Museum Berlin en un estado lejos de ser ideal.9 Con el fin de remediar las condiciones de precariedad en las que se encuentran estos objetos, se ha decidido mantener la mayor parte de los artefactos en los depósitos de un edificio construido en 1966, en proceso de renovación, y se prevé restituir su acceso a la investigacíon internacional a través de la creación de un «Campus de investigación» (Forschungscampus) en este mismo edificio. En vista de su potencial para atraer al público, se trasladará una parte muy pequeña a las exposiciones del prestigioso Humboldt Forum, cuya inauguracón se proyecta para septiembre de 2020. El debate sobre la precariedad también hace alusión a discursos emergentes en torno a los derechos culturales sobre los recursos patrimoniales por parte de comunidades de origen y creadoras de los objetos guardados que promueven la autogestión y la colaboración. Finalmente, el declive del archivo moderno se explica también por cambios en las prácticas gubernamentales que moldean nuevas subjetividades políticas, así como por el surgimiento de nuevas agencias y formas de sociabilidad en el marco del desarrollo de tecnologías digitales y la expansión de las redes sociales que promueven y ofrecen los escenarios para el modelado de sujetos participativos, coproductores de contenidos (Jenkins, Ito & Boyd, 2016; Cánepa & Ulfe, 2014), que sin embargo deben desempeñarse en un entorno digital dominado por las grandes corporaciones como Google.

      No se trata únicamente de digitalizar las colecciones existentes con fines de preservación y accesibilidad. El archivo digital implica nuevas formas de coleccionar, catalogar y exhibir, así como de hacer accesibles viejos y nuevos objetos de colección. Además, transforma los términos en los que se concibe el estatus de originalidad y se imagina la propiedad sobre las colecciones (Cánepa, 2018). Este requiere de nuevas experticias, propone usos inesperados y moldea a nuevos usuarios que se relacionan de modos innovadores con los objetos de colección, así como con el museo como institución, materialidad y práctica. En otras palabras, en la caducidad del archivo está en juego su función como institución cultural e instrumento gubernamental, así como la instauración de nuevas formas de relación entre el archivo, sus objetos y los usuarios que apuntan a formas de actuación ciudadana emergentes (ver volumen 2).

      Las pretensiones de totalidad y eternidad del archivo como edificio y locación de aquellos objetos que adquieren el estatus de patrimonio y expresión material de la memoria de la humanidad se vieron retadas por las llamas que consumían el edificio del Museo Nacional de Rio de Janeiro hasta sus cenizas, del mismo modo en que en otros lugares y momentos lo han hecho las guerras, la negligencia y la contingencia. Sin embargo, y paradójicamente, es por la misma razón que el archivo se «convierte en algo que elimina la duda y ejerce un poder debilitador sobre esa duda. Luego adquiere el estado de prueba. Es una prueba de que una vida realmente existió, que algo realmente sucedió, un relato que puede ser montado. El destino final del archivo está, por lo tanto, siempre situado fuera de su propia materialidad, en la historia que hace posible» (Mbembe, 2002, pp. 20-21). Es en esta línea de reflexión, como hemos anunciado al inicio, que el objetivo de ambos volúmenes consiste en problematizar los retos del archivo moderno a la luz de los enfoques y debates a los que está sujeto y que se han visto revelados en el incidente del incendio del Museo Nacional de Rio de Janeiro. Más precisamente, los distintos artículos aportan en la reflexión acerca de cuál o cuáles podrían ser las historias que este hace posible en su relación con la antropología y otras prácticas disciplinarias vinculadas a él, así como en el marco de desarrollos tecnológicos y actores sociales emergentes.

      La antropología y el archivo: de las expediciones científicas a la práctica colaborativa

      Desde los albores de la disciplina antropológica, a fines del siglo XIX, los antropólogos han estado implicados en la creación de archivos personales por parte de los investigadores a través de la documentación etnográfica y el trabajo de campo (Stocking, 1988). Estos archivos, conformados por objetos de cultura material como artefactos, indumentaria, implementos de uso ritual, así como registros fotográficos y sonoros, junto con las notas de campo, eventualmente pasaron a constituir las colecciones de los museos etnográficos que empezaron a conformarse a la par del afianzamiento de la disciplina y sus métodos primero en los países imperialistas del Norte global (véase, por ejemplo, Penny, 2002). En ese entonces, los depósitos y archivos de museos estaban regidos por principios clasificatorios y enfoques comparativos, por la pretensión de totalidad y por el anhelo de rescatar para la historia universal los vestigios de sociedades en extinción (Fischer, Bolz & Kamel, 2007). La generación y acumulación de estos materiales documentales se vio además incentivada por los desarrollos tecnológicos en el campo de la fotografía y del registro sonoro, así como por la demanda de contenidos para ser exhibidos ante un creciente público no especializado ávido del consumo de realidades exóticas. Estas les fueron ofrecidas a través de las exhibiciones mundiales, el cine, las postales, el mercado de antigüedades y curiosidades, y los museos antropológicos (Mitchell, 1998; Brigard, 2003; Poole, 2000; Gänger, 2014).

      Los nacientes archivos etnográficos se surtieron primero de los materiales reunidos en el marco de las expediciones científicas de las que participaron investigadores de distintos campos de las ciencias, y que se llevaron a cabo en las regiones «inexploradas» de las colonias, así como en las aún jóvenes naciones americanas (De Brigard, 2003; Ethnologisches Museum Berlin, 2002; Pineda, 1999). Hasta el siglo XIX era usual recoger el material de valor etnográfico a la par de especies botánicas, animales y minerales. Ya a partir de esa centuria, este tipo de viajes exploratorios fueron emulados por iniciativa de los Estados de los países de Latinoamérica como parte de sus proyectos civilizatorios y de expansión territorial en búsqueda de recursos naturales. Algunos ejemplos incluyen las expediciones que se realizaron hacia la Amazonía a partir de la segunda mitad del siglo XIX (La Serna & Chaumeil, 2016). En este contexto se fundaron también museos nacionales como el Museo Nacional de Rio de Janeiro; el Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú; el Museo Nacional de Colombia, que se nutrieron de colecciones arqueológicas y etnográficas.

      Otra fuente importante de estas colecciones, ya sea que integraran los museos locales o los museos europeos o de los Estados Unidos de América, fueron, además de los viajeros extranjeros, miembros de la elite local, que en el caso de países como México y el Perú se dedicaban de manera autodidacta y como una forma de distinción social a coleccionar curiosidades y a extraer piezas de sitios arqueológicos (Achim & Podgorny, 2014; Delpar, 1992; Lerner & Ortiz, Torres 2017; Gänger, 2014). Paralelamente, la recolección de objetos etnográficos respondía a una modalidad bastante extendida que servía a investigadores y a amateurs para financiar investigaciones de campo. Los museos otorgaban fondos a cambio de la entrega de objetos y, en algunos casos, de registros fotográficos y sonoros de las poblaciones indígenas (Kraus, Halbmayer & Kummels, 2018, p. 15). Las colecciones de los museos etnográficos incluyen materiales recogidos por actores distintos con agendas particulares, así como

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