Consejos sobre la salud. Elena Gould de White

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Consejos sobre la salud - Elena Gould de White Biblioteca del hogar cristiano

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violación de las leyes físicas, con su consecuente su­frimiento y muerte prematura, ha prevalecido durante tanto tiempo que sus consecuencias han llegado a aceptarse como la suerte natural de la humanidad; pero Dios no creó a la raza humana en una condición tan debilitada. Este estado de cosas no es obra de la Providencia, sino del hombre. Fue producido por los malos hábitos: por la violación de las leyes que Dios estableció para gobernar la existencia humana. La transgre­sión continua de las leyes de la naturaleza es una transgresión continua de la ley de Dios. Si los seres humanos hubiesen obedecido siempre la ley de los Diez Mandamientos, prac­ticando en su vida los principios de esos preceptos, hoy no existiría la maldición de las enfermedades que inundan al mundo...

      Cuando los seres humanos toman cualquier curso de acción que los hace derrochar su vitalidad o que anubla su intelecto, pecan contra Dios; no lo glorifican por medio del cuerpo y del espíritu que le pertenecen al Señor. Pero a pesar de que el hombre lo ha insultado, el amor de Dios todavía se extiende a la raza humana, concediéndole la luz, capacitando a la gente para ver que si desean llevar una vida perfecta necesitan obe­decer las leyes naturales que gobiernan el ser. Entonces, ¡cuán importante es que las personas caminen en esa luz, y que ejer­citen todas las energías, tanto del cuerpo como de la mente, para glorificar a Dios!

       El pueblo de Dios debe mantenerse pur o

      Vivimos en un mundo que se opone a la justicia, o a la pu­reza del carácter, y especialmente a crecer en la gracia. Hacia dondequiera que se mire se ve contaminación y corrupción, deformidad y pecado. ¡Cuánta diferencia hay entre todo esto y la obra que debe cumplirse en nosotros justamente antes de re­cibir el don de la inmortalidad! En estos últimos días los elegi­dos de Dios deben mantenerse sin mancha en medio de las co­rrupciones que pululan alrededor de ellos. Si se ha de realizar esta obra, necesita comenzarse de inmediato, inteligentemente y con fervor. El Espíritu de Dios debe tener el control perfecto e influir sobre cada acción.

      La reforma de la salud es uno de los aspectos de la gran obra destinada a preparar un pueblo para la venida del Señor. Se encuentra tan estrechamente conectada con el mensaje del tercer ángel como lo está la mano con el cuerpo. Los seres humanos han considerado livianamente la ley de los Diez Mandamientos; sin embargo el Señor no vendrá a castigar a los transgresores de su ley sin enviarles primero un men­saje de amonestación. Los hombres y las mujeres no pueden violar las leyes naturales, mediante la complacencia de sus apetitos depravados y pasiones carnales, sin violar la ley de Dios. Por eso él ha permitido que brille sobre nosotros la luz de la reforma pro salud para que podamos comprender la pe­caminosidad de quebrantar las leyes que él ha establecido en nuestro mismo ser.

      Nuestro Padre celestial observa la condición deplorable de las personas que –algunos por ignorancia– pasan por alto los principios de la higiene. Y es en amor y piedad por la raza humana que hace brillar luz sobre la reforma pro salud. Ha publicado su ley y el castigo por transgredirla con el fin de que todos aprendamos lo que es para nuestro más alto beneficio. Ha proclamado su Ley tan claramente y la ha hecho tan promi­nente, que se la puede comparar a una ciudad edificada sobre una montaña. Todos los seres inteligentes la pueden compren­der, si lo desean. Nadie más es responsable.

       La insensatez de la ignorancia

      La obra que acompaña al mensaje del tercer ángel consiste en explicar las leyes naturales y exhortar a que se obedezcan. La ignorancia no es excusa ahora para la transgresión de la ley. La luz brilla con claridad y nadie necesita ser ignorante; por­que el mismo gran Dios es el instructor de los seres humanos. Todos estamos comprometidos, por el deber más sagrado, a prestar atención a la filosofía sana y a la experiencia genuina que Dios nos está concediendo con respecto a la reforma pro salud. El Señor desea que este tema se presente ante el público de tal manera que la mente de la gente se interese profunda­mente en investigarlo; porque es imposible que los hombres y las mujeres aprecien la verdad sagrada mientras son víctimas del poder de los hábitos pecaminosos que destruyen la salud y debilitan el cerebro.

      Los que están dispuestos a aprender acerca de los efectos de la complacencia pecaminosa sobre la salud y comienzan una obra de reforma, aunque sea por motivos egoístas, al ha­cerlo se colocan en el lugar donde la verdad de Dios puede alcanzar su corazón. Y, por otra parte, quienes han sido alcan­zados por la presentación de las verdades bíblicas están en una posición donde la conciencia puede ser despertada sobre el tema de la salud. Ven y sienten la necesidad de romper con la tiranía de los hábitos y apetitos que los han gobernado durante tanto tiempo. Hay muchos que, si hubiesen acepta­do las verdades de la Palabra de Dios, su juicio habría sido convencido por medio de las más claras evidencias; pero sus deseos carnales, que exigen ser complacidos, controlan su intelecto a tal punto que rechazan la verdad porque se opone a sus deseos sensuales. La mente de muchos se rebaja tanto que Dios no puede trabajar por ellos o con ellos. Antes que puedan apreciar las demandas de Dios, la corriente de sus pensamientos debe cambiar y deben despertarse sus sensibi­lidades morales.

      El apóstol Pablo exhorta a la iglesia: “Hermanos, os rue­go por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1). La complacencia peca­minosa contamina el cuerpo e incapacita a las personas para la adoración espiritual. Los que aprecian la luz que Dios les ha dado acerca de la reforma de la salud, poseen una ayuda importante en la obra de ser santificados a través de la verdad y de llegar a ser aptos para la inmortalidad. Pero si desprecia la luz y vive en violación de las leyes naturales, debe pagar las consecuencias; sus facultades espirituales se anublan, ¿y cómo podrá perfeccionar su santidad en el temor de Dios?

      Los hombres han corrompido el templo del alma, y Dios los llama a que despierten y luchen con todas sus fuerzas para recuperar la virilidad que Dios les ha concedido. Sólo la gracia de Dios puede convencer y convertir el corazón; los esclavos de las costumbres pueden obtener poder sólo de él para quebrantar las cadenas que los aprisionan. Es impo­sible que una persona presente su cuerpo como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, mientras continúa practican­do hábitos que lo privan de su vigor físico, mental y moral. Nuevamente el apóstol dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom. 12:2).

       Como en los días de Noé

      Sentado sobre el monte de los Olivos, Jesús instruyó a sus discípulos acerca de las señales que precederían a su se­gunda venida: “Como en los días de Noé, así será la veni­da del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a to­dos, así será también la venida del Hijo del Hombre” (Mat. 24:37-39). En nuestros días existen los mismos pecados que acarrearon los juicios de Dios sobre el mundo en la época de Noé. En la actualidad, hombres y mujeres se exceden tanto en la comida y la bebida que terminan en glotonería y borra­chera. Este pecado prevaleciente, de la indulgencia del ape­tito pervertido, inflamó las pasiones de los seres humanos en los días de Noé y los condujo a una corrupción generalizada. La violencia y el pecado alcanzaron el cielo. Finalmente esta corrupción moral fue barrida de la Tierra mediante las aguas del diluvio.

      Los mismos pecados de glotonería y ebriedad entorpecie­ron las sensibilidades morales de los habitantes de Sodoma, de tal modo que el crimen parecía ser el deleite de los hombres y las mujeres de esa ciudad malvada. Por eso Cristo amonestó al mundo así: “Asimismo, como sucedió en los días de Lot; comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; mas el día en que Lot salió de Sodoma, llovió del cielo fuego y azufre, y los destruyo a todos. Así será el día en que el Hijo del Hombre

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