De mujer a mujer. María Zambrano
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Mistral las secundó siempre que pudo cuando se lo pidieron, pero también las apoyó profesionalmente sin que se lo requirieran. Así lo hizo cuando estampó su firma —para dejar constancia de su cariño, pero también como una forma de respaldar su trayectoria— en el libro de la exposición de pintura de Maruja Mallo que visitó, sin que la artista lo supiera, en Nueva York, o cuando realizó gestiones en favor de la concesión del Premio Nobel a Juan Ramón Jiménez, tema este último que se apunta en las cartas de Zenobia Camprubí, en las que abundan —casi a modo de monólogos— las descripciones de su vida cotidiana, un día a día familiar y social del que también le habló Teresa Díez-Canedo, en cuyas misivas asoma el tema de la integración en México de la segunda generación del exilio, la generación nepantla. Sus cartas le revelaron el desánimo que la aquejaba, un desaliento que Mistral contribuyó a combatir invitándola a pasar con ella unos días en la hacienda El Lencero, donde también compartió momentos de charla y de confidencias con Margarita Nelken tras confesarle esta por escrito el alcance de su desasosiego. El fallecimiento de su hijo la había dejado «en carne viva», doblada, con su cruz a cuestas, para el resto de su vida [p. 89]. El encuentro la reconfortó, siquiera temporalmente, y sirvió también para confirmar el afecto que sentía por su «gran y querida (muy querida) Gabriela» [p. 92], a la que en 1946 le había pedido —como lo había hecho también Maruja Mallo tres años antes— que le enviara una fotografía suya «para tenerla cerquita» [p. 89].
La admiración que Margarita Nelken sintió por ella no fue mayor que su cariño, como le confesó en una de sus misivas. Las de las demás corresponsales contienen también numerosas expresiones de afecto, sentimientos sinceros que la poeta chilena propició las más de las veces entre quienes la trataron. Su bondad y su generosa preocupación por los demás la llevaron a entregarse a las causas y a las gentes más necesitadas, recordó Guillermo de Torre tras su fallecimiento. A menudo lo hizo a través de la correspondencia, invirtiendo en responder —de su puño y letra y a pesar de los problemas de visión que padecía— a quienes se dirigían a ella las horas que no utilizó en organizar su propia obra. Las exiliadas republicanas cuyas cartas se reúnen en el presente volumen le mostraron su cariño, y valoraron su acreditada sororidad. Le correspondieron haciéndole llegar cartas que fueron —de acuerdo con el rótulo que empleó la poeta en algunos de sus poemas y de sus textos periodísticos— recados para Gabriela Mistral. Ella, que alabó y reivindicó un mejor futuro para las mujeres de América, a las que concebía, según puede leerse en la carta que le remitió a María Zambrano en 1940, como «un precioso mujerío» [p. 148], probablemente comprendió que sus corresponsales —a las que alentó a través de su correspondencia con una amistad, una empatía y un apoyo emocional que contribuyeron sin duda a su empoderamiento— constituían una digna representación de otro precioso mujerío, el de las mujeres del exilio republicano de 1939. Para ellas, Gabriela Mistral encarnaba también a la mujer que había logrado alcanzar sus propósitos gracias a sus méritos y a su esfuerzo, unos valores que, por razones de género, exigían un empeño complementario para obtener el reconocimiento debido. Tal vez por eso también decidieron escribir estas cartas de mujer a mujer.
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