Un océano de luz. Martin Laird

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Un océano de luz - Martin Laird Sauce

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en este punto, defendiendo la elección de «algún tipo de Dios o algo espiritual» para evitar las peligrosas consecuencias de no hacerlo: una especie de apuesta de Pascal expulsando todo el aire.

      El dilema que Wallace plantea es bien conocido en la tradición cristiana. En su diario personal, Flannery O’Connor, la gran maestra norteamericana de la novela corta del siglo XX, escribe: «No te conozco, Dios, porque estoy en camino» 11. David Foster Wallace también sabe que asimismo él está en camino. Pero hay una crucial diferencia entre O’Connor y Wallace en este punto. O’Connor habla con Dios. Se da cuenta de que está «en camino», porque sabe que está en una relación viva y amorosa con Dios. Wallace, por el contrario, parece pensar que nosotros, tan solo siendo conscientes, somos capaces de cambiar esos patrones habituales y profundamente incrustados de egocentrismo. Nuestro papel es necesario, sí, pero no basta por sí solo. Más adelante, en este libro tendremos ocasión de ver la urgencia repentina de la gracia en la vida de la joven escritora holandesa judía Etty Hillesum.

      Según Wallace, solo nosotros podemos controlar nuestra configuración por defecto, «yo soy el centro del universo». Sin embargo, la persona egocéntrica que trata de «resetear» su configuración por defecto no conoce nada más que su configuración por defecto. La configuración por defecto es, por tanto, únicamente remplazada por otra versión de la misma configuración por defecto. La pregunta profunda que hemos de hacernos es: «¿Cuál es la naturaleza de estos pensamientos que desechamos o a los que nos aferramos?». A esta pregunta no se responde con nuestra mente racional, sino con el silencio interior, que hemos cultivado a lo largo de varios años de práctica de silencio interior. El silencio interior nos lleva a un tipo de descubrimiento diferente: los pensamientos en sí mismos –ya sean ego-céntricos u orientados en otra dirección– son completamente transparentes. No son reales de la manera en que alguna vez consideramos que lo fueron. El parloteo dentro de nuestra cabeza con el que Wallace está tan familiarizado proporciona a nuestros pensamientos su gancho narrativo. Nuestro propio silencio interior, cultivado en una relación que es por naturaleza oración, revela la aparente solidez de que nuestros pensamientos son ilusorios.

      A pesar de las afirmaciones de Wallace, no podemos conseguirlo por nosotros mismos. Lo que solo nosotros podemos hacer, no podemos hacerlo solos. De modo que aquello que el cristianismo llama «gracia» –Dios entregándose constantemente, derramándose constantemente a sí mismo– es una necesidad absolutamente probada. Como veremos en los textos de Howard Thurman, el famoso predicador y teólogo norteamericano, confidente y mentor del Dr. Martin Luther King, Jr., la gracia de la experiencia religiosa es cuestión de ser libre para disfrutar de Dios «viniendo a sí mismo dentro de mí... En ese glorioso y trascendente momento, me puede fácilmente parecer que todo lo que existe es Dios» 12. Thurman no es el centro de su propia experiencia. El centro es Dios. Sin esta bendecida dimensión de receptividad que se olvida de sí misma, lo que Wallace desea de verdad para cada uno de nosotros no podría mantenerse. No habría ni transformación ni liberación, porque la configuración predeterminada de Wallace volvería a lo único que conoce. Hay alguien que podría estar de acuerdo con gran parte de la crítica de Wallace, pero que ha llegado a un nivel mucho más profundo: el monje trapense del siglo XXI Thomas Merton, que, a pesar de que falleció en 1968, sigue siendo un profeta espiritual para las primeras décadas del siglo XXI, tal como lo fue para las últimas décadas del XX.

      Escrito hace más de cincuenta años, Acción y contemplación sigue siendo uno de los ensayos más relevantes de Merton. Wallace reconoce nuestra necesidad de contar con las suficientes habilidades de interioridad para poder hacernos conscientes de nuestros modelos egocéntricos de pensar y comportarnos. Asimismo, se da cuenta de que podemos elegir a qué prestar atención. Al escoger prestar atención a algo diferente a los monólogos que tienen lugar en nuestra cabeza, encontramos la posibilidad de estar menos centrados en nosotros mismos y ser personas más compasivas. Merton no tendría ningún problema con Wallace en este punto, pero Merton diría que hay que ahondar aún más: hacer un viaje más profundo a nuestras tierras sin explorar. Wallace nos enseña a despejar parte de la maleza, pero parece no darse cuenta de lo que se nos requiere para poder adentrarnos en los paisajes inexplorados e interiores del espíritu. Tal como dice Merton, «sin una comprensión más profunda derivada de la exploración de los territorios interiores de la existencia humana, el amor tenderá a ser superficial y engañoso» 13. Wallace percibe los aspectos superficiales e ilusorios de nuestras vidas y amores, pero ni siquiera él ha entrado en el «terreno interior» de la vida. Merton nos recuerda que las habilidades de «meditación y contemplación se han asociado [tradicionalmente] con la profundización de la vida personal de cada uno y el aumento de la capacidad de comprender y servir a los demás» 14. Para Merton, una vida de contemplación –dentro de los muros de un monasterio o no– implica necesariamente nuestro encuentro con el terreno interior de la existencia humana.

      Lo que Wallace sugiere se reconoce fácilmente como un tipo de antigua disciplina contemplativa llamada «vigilancia» o «atención». El cultivo de la vigilancia interior requiere que nos volvamos íntimamente conscientes de los pensamientos que estamos teniendo, más de lo que Wallace cree. El monje del desierto del siglo IV Evagrio Póntico fue un maestro de la vigilancia interior altamente cualificado 15. De hecho, vemos que Evagrio nos exige que nos volvamos más hábiles de lo que Wallace sugiere. Hacernos conscientes de nuestros pensamientos-sentimientos a medida que surgen y se desvanecen es un entrenamiento para algo más: la unión amorosa con Dios a través de la contemplación. Para Evagrio, la vigilancia interior es necesaria pero insuficiente para la contemplación. Porque, una vez que hemos aprendido a ser conscientes de nuestros pensamientos, ¿qué los desencadena? ¿Se juntan o actúan individualmente? ¿Hay algunos que nos planteen más dificultades que otros? ¿En qué circunstancias somos más vulnerables a los pensamientos dolorosos y cuándo somos menos vulnerables a sus ataques? Hemos de aprender a abandonar esos pensamientos para poder entrar en la zona abierta y amplia cuyo nombre es oración. Tal como Evagrio lo plantea con su característico estilo críptico, «la oración es la supresión de los pensamientos» 16.

      Merton sugiere que la contemplación, la «percepción interior de la presencia directa de Dios, no es tanto cuestión de causa y efecto cuanto una celebración de amor. A la luz de esta celebración, lo que más importa es el amor en sí, el agradecimiento, el consentimiento a la bondad infinita y rebosante de amor que procede de Dios y revela [a Dios] al mundo» 17. La apertura de la percepción de la «presencia directa de Dios» y nuestro consentimiento a la «bondad rebosante de amor» no son descubrimientos ni acontecimientos separados en el tiempo; primero va una y luego el otro. Ocurren simultáneamente. Si no somos conscientes de la presencia directa, Merton asegura que «no tendremos nada que ofrecer a los demás. No les comunicaremos nada más que el contagio de [nuestras] propias obsesiones, agresividades, ambiciones egocéntricas y falsas ilusiones sobre fines y medios» 18. La interioridad humana y su plena floración como contemplación tienen un papel relevante a la hora de «abrir nuevos caminos y nuevos horizontes» 19.

      El 11 de octubre de 2012, el 104º arzobispo de Canterbury, el Dr. Rowan Williams, se dirigió al Sínodo de los obispos en Roma 20. En un discurso inspirado e inspirador, Williams recordó a los obispos la absoluta centralidad de la contemplación para la viva humanidad en Cristo. «La humanidad en la que nos transformamos en el Espíritu, la humanidad que queremos compartir con el mundo como fruto de la labor redentora de Cristo, es una humanidad contemplativa» 21. Williams continuó diciendo algo que seguramente sorprendió a algunos de los obispos: «La contemplación está lejos de ser solo un tipo de cosa que hacen los cristianos: es la clave para la oración, la liturgia, el arte y la ética, la clave para la esencia de una humanidad renovada capaz de ver al mundo y a otros sujetos del mundo con libertad, libertad de las costumbres egoístas y codiciosas y de la comprensión distorsionada que de ellas proviene» 22. Y siguió diciendo: «Para explicarlo con audacia, la contemplación es la única y última respuesta al mundo irreal e insano que nuestros sistemas financieros, nuestra cultura de la publicidad y nuestras emociones caóticas e irreflexivas nos empujan a habitar. Aprender la

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