El grito del silencio. Fernando Bermúdez López
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Liberación interior
El sentido del silencio es la interiorización. Porque de nada sirve el silencio exterior si por dentro estamos llenos de ruidos, imaginaciones, fantasías, que son como humo arrastrado por el viento.
El silencio exterior no tendría sentido si no hacemos silencio interior, que es dominio y control de la imaginación y de las emociones, para experimentar la fuente de energía, de creatividad e inteligencia que hay en el interior de cada ser humano, como bien señala el monje benedictino Anselm Grün.
Cuando tratamos de hacer silencio, puede ser que descubramos dentro de nosotros un desorden debido a la aglomeración de recuerdos, pensamientos, sentimientos, imaginaciones y emociones incontrolados que se entrecruzan en nuestra mente. Pueden hacerse presentes estados de ánimo que nos inquietan y miedos que interrumpen nuestra concentración. Afloran a la superficie deseos y necesidades reprimidas, e incluso acuden a nuestra mente un sinfín de oportunidades perdidas y de fantasías.
Silencio no significa solo renuncia a la palabra, sino, sobre todo, liberación de toda clase de pensamientos inútiles y sentimientos que distraen la conciencia. Nos abre la puerta para penetrar en la dimensión espiritual que nos conduce a una profunda transformación interior.
Exige desprenderse de recuerdos del pasado para adentrarse con entereza y madurez en el presente, como veremos más adelante. Con el silencio posibilitamos la superación de traumas y heridas no cicatrizadas para lograr el encuentro y armonía con uno mismo, con las personas que nos rodean, con el cosmos y con el misterio de Dios, que nos envuelve.
El silencio interior nos libera de añoranzas, apegos, preocupaciones y temores. Nos ayuda a poner orden en el caos interior de nuestras emociones y pasiones. Nos conduce a un vaciamiento y desprendimiento de todo. Es libertad de la mente y del corazón. Con el silencio interior enmudecen las actitudes e impulsos egoístas, agresivos y violentos. Posibilita que se desarrolle el amor agape, el amor generoso y desinteresado, amor a la vida, a la creación y a las personas. Desarrolla la ternura. El silencio interior nos revela la auténtica esencia del alma.
El silencio conlleva capacidad de escucha, de diálogo, de reflexión y profundidad en la palabra. En el silencio, la palabra alcanza su plenitud, señala Arturo Paoli. Nos infunde ternura, respeto y tolerancia, nos ayuda a situarnos en el lugar del otro, a ser comprensivos y compasivos. Nos capacita para estar abiertos al Espíritu y al amor a todos los hombres y mujeres, particularmente a los más pobres y necesitados.
El viaje más fascinante, que muchos rehúyen emprender, es el viaje al interior de uno mismo. Provoca vértigo y miedo encontrarnos con nuestras propias miserias, con nuestros traumas, con nuestro pasado, con nuestras contradicciones, nuestras luchas interiores, nuestras debilidades y pequeñeces, pero también con nuestras fortalezas y posibilidades, anhelos y sueños. El monje trapense Thomas Merton subraya la necesidad de realizar este viaje al centro de uno mismo cuando dice: «¿Qué ganamos con navegar hasta la Luna si no somos capaces de cruzar el abismo que nos separa de nosotros mismos?».
Solo en la soledad del desierto interior es posible encontrarnos con nosotros mismos y crecer como personas y como creyentes. La espiritualidad del desierto relativiza las cosas, hasta la misma religión, con sus dogmas, cánones, normas y ritos, para centrarse en la búsqueda y unión con el Misterio trascendente, el Absoluto, el Dios amor, el Dios de Jesús, que se nos hace presente en los pobres y excluidos. O, dicho con otras palabras, desde el silencio llegamos a relativizarlo todo, menos el misterio de Dios y el sufrimiento humano provocado por la injusticia.
El silencio nos ayuda a tomar conciencia de que somos energía en el universo. Nuestros pensamientos, sentimientos, plegarias y acciones son energía que se proyecta hacia toda la humanidad y hacia el universo, allí donde la fuente del amor nos revitaliza. Allí regresamos al origen de todo y al futuro.
Cuando, por la noche, en silencio, contemplamos las estrellas y nos detenemos en una de ellas, y vamos adentrándonos en su interior, y atravesamos el cosmos, sentimos que todo el universo es nuestra casa y que somos parte de la Energía que dio origen a la explosión y expansión cósmica del Big Bang.
El silencio nos identifica con todos los seres vivos de nuestra tierra, con los árboles y plantas, aves y peces, con los animales domésticos y de las montañas y selvas. Todos son nuestros hermanos. Salimos de la misma Fuente. Pero muy particularmente nos identifica y hermana con todo ser humano, sin distinción de nacionalidad, color de la piel, lengua o credo religioso. Todo hombre y mujer es mi hermano, compañero de camino.
El silencio rompe prejuicios, desecha toda discriminación, racismo, xenofobia y aporofobia, disipa los miedos al diferente, nos abre a la acogida, particularmente del inmigrante y refugiado. Supera los nacionalismos y las fronteras. Nos hace ciudadanos del mundo.
El silencio nos enseña que lo que importa en la vida es pasar por ella siendo coherentes, amando y haciendo el bien. Todo lo demás es relativo. ¿Se abrirá nuestra sociedad a la brisa del silencio, a la fuerza creadora que une y mueve todo?
Como ejercicio propongo sentarse, si es posible todos los días, en un lugar tranquilo, sin ruido alguno, olvidando las tareas que tenemos entre manos; descansar las manos sobre el regazo, cerrar los ojos y escuchar solo el sonido de la propia respiración. Quedarse inmóvil, sereno, durante un largo rato, abriendo todos nuestros canales a la acción del Espíritu. Y, desde el silencio, escuchar la voz de la conciencia. Y seguir en silencio, sin prisa, hasta escuchar el grito de la humanidad sufriente y el grito de la tierra. Así irás viendo lo que acontece a tu alrededor y en el mundo con ojos nuevos y descubrirás tu misión en la vida.
Dios habla cuando el hombre calla
Hoy no es necesario retirarse al desierto de la Tebaida, del Sahara, del Sinaí o de Palestina, como hicieron los anacoretas y monjes antiguos, para buscar el silencio. El desierto puede hallarse en todas partes, también aquí, porque el desierto no significa alejamiento de la gente, sino silencio interior y conciencia de la presencia de Dios en la historia y en la vida de cada ser humano. El silencio del desierto se encuentra en la ciudad, en nuestra casa, en la vida cotidiana, en el trabajo, en las luchas por un mundo más humano y, sobre todo, dentro de uno mismo.
El desierto es el lugar al que hay que ir, sobre todo en tiempos de crisis, para ver la luz que da sentido a la vida y a la historia y levanta la esperanza de los pobres de la tierra.
Los antiguos ermitaños y monjes del desierto son hitos que interpelan nuestra vida personal y desenmascaran a la sociedad moderna, por haberse hecho esclava del materialismo consumista impuesto por el sistema capitalista neoliberal, que es injusto, inhumano y cruel, causante del hambre de millones de seres humanos. En este sistema no hay tiempo para reflexionar ni para confrontarse consigo mismo, ni con la realidad histórica, ni con Dios. No hay tiempo para orar. Se teme al silencio. La soledad nos espanta.
El viento de la historia es elocuente. Su sonido solo se percibe desde el silencio. Para construir un mundo alternativo, justo y profundamente humano es necesario aprender a escuchar el sonido del silencio.
No pocos líderes que llegaron al poder con proyectos revolucionarios y sueños de un mundo nuevo de justicia y fraternidad se acomodaron al statu quo traicionando sus principios, porque les faltó