Puerto de Ideas de la A a la Z. Группа авторов

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que nos dice que una palabra aislada es todo y a la vez es nada. Así, por ejemplo, cuando mencionamos la palabra activismo y la aislamos, ¿a qué nos estamos refiriendo? ¿Al activismo de Göebbels arengando a las tropas nazis? ¿O a la famosa frase de Auschwitz, “El trabajo os hará libres”? ¿O más bien es el significado de Stalin llamando a cada ciudadano de la ex Unión Soviética a defender, contra todo internacionalismo, a la madre patria y no a la ex URSS? ¿O es el activismo de Jesucristo en “El Sermón de la Montaña” o el de San Pablo diciendo que aunque hables todas las lenguas y tengas la voz de los ángeles, si no tienes amor sonará como una campana hueca? ¿O yendo más lejos es el activismo infinito de la luz de las estrellas fecundando el Universo? ¿O de los mares y ríos fecundando la tierra?

      La palabra “activismo”, como todas las otras, aún cuando a los poetas les subyugue la idea de “La Palabra” y no falten entre ellos esas intragables declaraciones, tan rimbombantes como vacías, donde se nos informa a los otros miembros del gremio que la poesía es la gran sostenedora de la “sacralidad de la palabra en la palabra”. Las razones que nos llevan a descreer de “La Palabra”, para creer en cambio en esa magnitud aleatoria e inabarcable que denominamos una lengua, son las mismas pero con signos opuestos: la palabra acción en sí no representa nada, es un hueco al que se le puede añadir lo que se quiera porque igual el resultado será cero, pero si la sacas del universo de las lenguas que hablamos el mundo entero se derrumba.

      No es necesario entonces acudir al clásico desgano de un Borges para vislumbrar que carecemos de todo poder sobre las palabras porque estas, en su pluralidad, no solo no son un invento de lo humano, sino que lo humano es un invento de ellas.

      Perdidos en los recovecos y fisuras de esa lengua en la que estamos contenidos y atraídos a la vez por la fatalidad de sus combinaciones en las cuales se encuentran representadas masacres, guerras interminables, emigraciones forzadas. No podemos contra la lengua y ella tiene todo el poder sobre nosotros, de allí posiblemente la fascinación por las palabras únicas, seguramente como un resabio de la palabra Dios, el activista por definición, pero que deja de ser inofensiva si se la acompaña de la palabra “verdad” de la cual sí sabemos algo: que es la más peligrosa de las mentiras: se mata y se muere en nombre de ella.

      Arrasados en un mundo que quiere permanentemente imponernos significados únicos, donde ciertas palabras momentáneamente elevadas a los altares, como lo son ahora las palabras democracia, orden, estallido, y la palabra activismo (con toda su carga esperanzadora para muchos y aterrorizante para otros), se van tomando sucesivamente los escenarios, ellas nos traen el recuerdo de un significado transversal que cruzando todas las lenguas, vocablos e idiomas, nos muestra que si la palabra activismo tiene un sentido es solo por la mayor o menor cercanía que pueda tener con otra palabra que es tal vez la única que no requiere de las demás para significarse: la palabra amor. Maiakovski vio la barca del amor estrellarse contra lo que llamó “los escollos de la vida cotidiana”, y luego se mató. Todas las palabras pueden matar, incluso esa, pero también la palabra suicidio tiene distintos significados: morir de amor o morir por amor. Es el único activismo que para mí cuenta.

      B

      belleza

      Cualidad de bello.

      Bello

      Del latín bellus ‘bonito’.

      1. Que, por la perfección de sus formas, complace a la vista o al oído y, por extensión, al espíritu.

      2. Bueno, excelente.

      belleza

      Rafael Gumucio

      La belleza a la que le atribuimos las gracias y las desgracias de la cultura es lo menos cultural que tenemos. Todos los experimentos en la materia indican que Marilyn Monroe es bella en Laponia y en Mongolia, tal como lo fue en Estados Unidos. Su belleza era una forma de poder que ella nunca poseyó del todo y terminó por matarla.

      Gracias a Marilyn sabemos, para empezar, dos cosas: que la belleza mata y que por ella daríamos la vida. El arte, el pensamiento, la ética, la religión tienen como fin cercar ese objeto, disminuir ese poder para usarlo con el mismo cuidado y diligencia con que los primitivos aprendieron a usar el fuego sin quemar todas las praderas cada vez que encendían una fogata. No en vano, a la hora de definirla o explicarla, filósofos tan hábiles como Platón, Kant o Spinoza naufragan en la imprecisión, la vaguedad o la simple impotencia. La belleza es algo que no pueden negar, pero desbarata todos sus planes de paz universal y razón razonable. La belleza tuvo la culpa de la guerra de Troya, pero también es culpable de la Ilíada y la Odisea. La belleza separa a los hombres, pero sin ella ¿para qué, para quién hablar?

      ¿Es la belleza la guerra que emprendemos por ella y la paz con que convertimos la guerra en poema? En esa pregunta se han perdido la mayor parte de las doctrinas que quieren mejorar a los hombres de la enfermedad de ser demasiado humanos. Por eso el judaísmo primitivo, el cristianismo, el islam, el socialismo, y muchas ramas del feminismo han preferido pasar por alto el problema y decretar que la belleza es simplemente un prejuicio cultural. Un atavismo de ayer que, en el mundo justo de mañana, ya no seguirá subyugándonos. Libres de las forma de las cosas, dicen, podremos dedicarnos al fondo de las cosas. Pero lo que amamos en la belleza es que, justamente, no se pueden separar forma y fondo. Que en ella se reconcilian de una manera embriagadora las dos cosas.

      La belleza, como la muerte o el deseo, es algo que no podemos definir. Porque sabemos demasiado bien qué es. El papel del arte no es producir belleza sino, al revés, domesticarla para que podamos experimentar sus efectos secundarios. Aprendemos, gracias a siglos de arte y literatura, a llamar belleza a la simple paz del agua en el fondo de una jarra de arcilla y a las olas encontrándose con el acantilado que convertirán, después de siglos, en arena, y a regresar al anochecer a la ciudad y verla perder los últimos rayos de sol en el asiento trasero del auto. Esa belleza es la que hemos aprendido a defender de la otra, de la de las Misses. Una belleza que no sea un privilegio, que no sea una excepción, que sea la regla.

      Conseguir una belleza justa, una belleza que no solo lleven sobre sus hombros pocos individuos, es la gran lucha de la cultura occidental. Confieso que he tratado muchas veces de reconciliar belleza y justicia. Confieso que he tratado de amar la sencillez de las cosas tal y como son. Amar el pan, los días martes, la luz de las once y media de la mañana. Pero, lo quiera o no, la belleza sigue siendo para mí esa palpitación que hace que todo parezca provisorio, que la vida parezca un cuento y la realidad una mera carcasa de la que mi cuerpo, libre por un segundo, escapa, sabiendo que tendrá que pagar tarde o temprano por su imprudencia. Pero feliz, sin embargo. Inconfesablemente feliz. Dispuesto a pagar igual.

      C

      creatividad

      De creativo e -idad.

      Facultad de crear.

      Crear

      Del latín creāre.

      1. Producir algo de la nada.

      2. Establecer, fundar, introducir por vez primera algo; hacerlo nacer o darle vida, en sentido figurado. Crear una industria, un género literario, un sistema filosófico, un orden político, necesidades, derechos, abusos.

      creatividad

      Pablo Simonetti

      La creación de una obra literaria se asemeja al crecimiento de un árbol. Crear y crecer, verbos consecutivos en el diccionario. Antes del primer

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