Nueva luz sobre los Evangelios. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Omraam Mikhaël Aïvanhov
Nueva luz sobre los Evangelios
Izvor 217-Es
ISBN 2-85566-430-6
Traducción del francés
Tituló original:
Nouvelles lumières sur les évangiles
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I
“NO SE PONE EL VINO NUEVO EN ODRES VIEJOS”
“Nadie remienda un vestido viejo con un paño nuevo, pues lo nuevo arranca parte de lo viejo, y empeora la rotura. Ni tampoco se echa vino nuevo en odres viejos, porque así revientan los odres, el vino se derrama y se pierden los odres. Sino que se echa el vino nuevo en odres nuevos, y así se conserva lo uno y lo otro...”
San Mateo 9:16-17
Seguro que estas frases no son nuevas para vosotros, porque a menudo se hace alusión a ellas; pero pienso que contienen verdades que todavía no sospecháis y debéis conocer. ¿Qué significan las palabras “odres viejos”, “odres nuevos”, “vino nuevo”? En los tiempos actuales, se pone el vino en cubas. Antaño, se utilizaban odres – pellejos de animales cosidos en forma de saco – y no se podía conservar el vino nuevo en odres viejos debido a que el vino nuevo produce fermentaciones y emanaciones de gas que habrían destruido los odres usados, con lo que el vino se hubiese derramado. Así pues, se ponía el vino nuevo en odres nuevos, sólidos y capaces de resistir fuertes presiones.
¿Qué representa el proceso de la fermentación desde el punto de vista científico? La fermentación es una descomposición natural de la materia orgánica. Existen diferentes tipos de fermentaciones y algunos de ellos fueron estudiados por los alquimistas, que extraían de determinadas fermentaciones los elementos necesarios para la fabricación de la piedra filosofal. En el hombre pueden también producirse toda clase de fermentaciones, no sólo en sus órganos físicos sino también en su corazón y en su cabeza, es decir, en sus sentimientos y en sus pensamientos.
Cuando Jesús decía: “Se echa el vino nuevo en odres nuevos, y así se conserva lo uno y lo otro”, comparaba su enseñanza con el vino nuevo, porque esta enseñanza debía ser vertida en seres sólidos, resistentes, capaces de soportar todos los cambios que inevitablemente iba a provocar en ellos. Porque, al igual que el vino, una enseñanza iniciática no es una cosa muerta; al contrario, vive, y su vida acarrea todo tipo de consecuencias. El odre representa al ser humano, y en este odre hay aún, por decirlo de alguna forma, muchos otros odres: la cabeza, los pulmones, el estómago... El corazón, el intelecto y el alma, también son odres, y si no estamos atentos a lo que en ellos introducimos, si descuidamos el mantenimiento de estos odres, los resultados son deplorables.
A veces algunos se quejan, diciéndome: “Antes, me sentía mucho mejor. Comía, bebía, hacía tonterías, me divertía... y me sentía bien. Pero, desde que trato de seguir la Enseñanza de la Fraternidad Blanca Universal me siento mal, como si empezara a producirse una fermentación dentro de mí. Verdaderamente, esta Enseñanza no me conviene...” No comprenden lo que les pasa y en vez de evolucionar normalmente, se lamentan, se desaniman y retroceden. ¿Qué significa esto? ¡Que son odres viejos y que no es tiempo aún de verter en ellos el vino nuevo!
Observaos vosotros mismos, observad a los demás y comprobaréis que cuando aceptan una Enseñanza, por más divina que ésta sea, al cabo de un mes, de seis meses, o de uno año – eso depende de las personas – los seres empiezan a caer en las mayores contradicciones; se vuelven irritables o depresivos, e incluso sucede que su trabajo, en vez de intensificar su lado positivo, no hace más que desarrollar su lado negativo porque cada nuevo pensamiento y cada nuevo sentimiento, produce fermentaciones en su interior.
Escuchándome pensaréis que es muy peligroso aceptar nuestra Enseñanza aunque sea realmente pura y divina. No, no hay ningún peligro; pero, en primer lugar, hay que saber que debemos preparar dentro de nosotros mismos una forma sólida capaz de contener y de soportar una filosofía, una idea, una Enseñanza nueva. No se puede recibir una filosofía nueva sin haberse armonizado previamente con esta filosofía. sin haber fortalecido y preparado el estómago, la cabeza, los pulmones y todo el organismo, para poder resistir la tensión que van a producir las nuevas corrientes que se reciben. No os imaginéis que las corrientes de amor y de luz son fáciles de soportar. Al contrario, se puede decir que los seres humanos están mejor preparados para el sufrimiento, para las penas y las decepciones que para la alegría, la inspiración y las corrientes muy elevadas. Muchas veces incluso se diría que les gusta hundirse en las complicaciones, y si un día reciben una inspiración luminosa, se diría que hacen todo lo posible para desprenderse de ella. ¿Por qué hacen esto? ¡Es tan raro y tan valioso recibir una inspiración divina!
¡Si los humanos supiesen qué mejoras fisiológicas se producen bajo la influencia de una idea divina! ¡Y es esta oportunidad, precisamente, la que rechazan! ¿Dónde encontrarán después ocasiones de transformarse? Un día lamentarán haber obrado de esta manera y dirán: “Es verdad, ¡cuántas veces rechacé la luz porque tuve miedo del Espíritu!” He observado repetidas veces que la gente no tiene miedo del infierno, de los diablos, de los sufrimientos, del desorden y de todo lo que es inferior, pero, en cambio, teme en gran manera al Espíritu y a los estados de conciencia sublimes. Por un lado tienen algo de razón, porque sienten en el fondo de su ser que no son odres nuevos: tienen todavía necesidad de vivir en la vida inferior e, instintivamente, tienen miedo de no poder soportar esta vida nueva, esta expansión de conciencia. Los que temen al Espíritu no saben muy bien por qué, pero sienten instintivamente que hay algo que temer: tendrán que abandonar sus viejas costumbres. En realidad, no hay nada más hermoso que poder captar las corrientes espirituales: esta luz, esta fuerza, esta alegría que viene a nosotros cada día, este amor que traspasa las almas a cada instante. Si obstaculizamos estas corrientes con nuestras debilidades, con nuestros pensamientos y nuestros sentimientos negativos, es señal de que nuestros odres no están aún preparados para recibir el vino nuevo. Son odres viejos y tenemos que cambiarlos.
Las células de nuestro cuerpo se renuevan constantemente; cada día hay células usadas, enfermizas, que son reemplazadas por células sanas. Este proceso de renovación dura siete años. Cada siete años todas las moléculas y átomos de nuestro cuerpo han sido reemplazados por otros. Diréis: “Pero, entonces, ¡todo nuestro ser se ha renovado!” No, porque aunque en el transcurso de estos siete años todas nuestras células hayan sido reemplazadas, tenéis que saber que cada célula posee una memoria o, si queréis, unos hábitos que transmite en forma de marcas o moldes esotéricos a la célula que la reemplaza. Los pensamientos, los sentimientos y las energías circulan sobre estos moldes como sobre surcos bien trazados. Esto es lo que explica que las nuevas partículas, al tomar el lugar de las antiguas, hereden su memoria; aunque hayan transcurrido siete años las células se encuentran en el mismo estado, a menudo un estado inferior.
¿Qué edad tenéis? ¿Cuántos períodos de siete años habéis vivido ya? Sin embargo, ¡seguís siendo fieles a los mismos hábitos, habéis conservado la misma forma de pensar, repetís las mismas tonterías! El que vuestras células se hayan renovado en siete años no basta para regenerar completamente todo vuestro ser. Vuestro cuerpo se ha transformado, sí, pero las tendencias, los hábitos siguen siendo los mismos, porque las nuevas células han sufrido la influencia de antiguos moldes o, digamos, de la antigua memoria.
Para transformarse realmente, hay que cambiar la memoria de las células. A medida que las nuevas células