Nueva luz sobre los Evangelios. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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La vida espiritual comporta períodos de transformación que marcan el paso de una etapa a otra, de la misma forma que en la vida fisiológica se produce, por ejemplo, la pubertad o la menopausia. Estas transiciones no se manifiestan de manera tan aparente en el plano espiritual, pero son muy significativas, porque producen grandes cambios en la vida interior. Así pues, de la misma forma que en la vida física se produce el paso de la infancia a la adolescencia y después a la edad adulta, en nuestra evolución espiritual también está previsto este paso. Tenemos que seguir siendo niños hasta que no hayamos alcanzado la madurez de adultos. Pero después, una vez que ya seamos adultos, ya no tenemos que seguir comportándonos corno niños.
Ahora, bajo este enfoque, las palabras de Jesús son más fáciles de comprender: “Si no os volvéis como niños, no entraréis en el Reino de Dios...” Sí, a partir del día en que dejáis de confiar en el Padre Celestial, en la Madre Divina, en que dejáis de amarles, de abandonaros en sus manos, empezáis a sentir las cargas de la vida, la miseria, la fealdad, os cansáis, ya no tenéis la alegría del niño despreocupado, que juega y que canta; os arrugaréis, os apergaminaréis, porque tienes demasiado peso sobre vuestras espaldas. Pero si, aún teniendo responsabilidades de adultos, queréis seguir siendo, a pesar de vuestros deberes y de vuestras cargas, hijos celestiales, confiados, persuadidos de tener arriba unos padres que os aman, entonces os desarrollaréis plenamente, os transformaréis en seres sonrientes, hermosos, luminosos.
¿Está claro ahora? Todos nosotros tenemos que ser, de ahora en adelante, hijos del Cielo; así sentiremos el amor de nuestro Padre y de nuestra Madre, su presencia, su ayuda que nos sostendrá, protegerá, animará e iluminará. Mientras que todos aquellos que se creen superiores, que se permiten romper sus lazos con el Cielo, se sienten desgraciados, abandonados en medio del frio y de la soledad. Este es el estado en que se encuentran actualmente muchos que se creían muy maduros, muy inteligentes y muy poderosos.
Las dificultades y las cargas pesan sobre aquellos que han abandonado a sus padres celestiales. Sed, pues, como niños, agarraos a vuestro Padre y a vuestra Madre celestiales, tened plena confianza en ellos. Para aquél que se siente hijo de Dios, todas las dificultades acaban por resolverse, porque el Cielo nunca deja que un hijo suyo llore en soledad, siempre acude a socorrerle.
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