Creación artística y creación espiritual. Omraam Mikhaël Aïvanhov
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Por lo demás, el hombre es lo que es y no puede expresar la belleza divina, la belleza eterna en toda su pureza: al hacerla pasar a través de él, a través de su corazón y de su intelecto, deja sobre ella su huella, le comunica elementos de su propia naturaleza, de su propio temperamento. Así pues, el grado de belleza que el artista puede lograr y expresar – por medio de su obra – depende mucho de lo que él es. La belleza es como un rayo de luz que sólo aparece con todo su esplendor cuando atraviesa un medio perfectamente transparente. En un medio opaco, el rayo se desvía y se deforma. Por esta razón es absolutamente imprescindible que el artista haga un buen trabajo sobre sí mismo antes de crear, transformándose en una materia tan transparente y vibrante que pueda ser atravesada por la belleza divina.
Hay un proverbio francés que dice así: “La muchacha más hermosa del mundo no puede dar más de lo que tiene...” Para dar, es preciso poseer. Con mayor razón, para crear, hay que llevar en sí mismo los elementos de esta creación. Si alguien os muestra una obra monstruosa, se debe a que lleva monstruos en su interior, no hay que darle más vueltas. Para producir algo divino, primeramente el cielo debe habitar en nosotros y para dar más de lo que somos debemos salir de nosotros mismos y superarnos, penetrar en las regiones superiores y captar los elementos que más tarde podremos distribuir. Este es el secreto del arte divino: superarse para poder aportar algo mejor a los hombres.
Las personas esperan siempre algo mejor, algo nuevo, algo más hermoso y lo buscan en el teatro, en el cine, en los conciertos, en las bibliotecas, exposiciones, museos... instintivamente buscan lo mejor, pero no saben, los pobres, que en lugar de ir a buscar lo “mejor” en el concierto, en el teatro, en el music-hall, en las salas de fiestas, deberían elevarse hacia las alturas del alma y del espíritu para recibir la inspiración. ¿
¿Qué es la inspiración? Es una entidad que entra en un ser para poseerlo y manifestarse a través de él. Para ayudaros a comprenderlo mejor, veamos el caso de un pianista o un violinista que da conciertos. Algunas noches su actuación resulta inexpresiva y no emociona al público porque no irradia, no emana, ninguna fuerza sale de él que emocione, conmueva, proyecte hacia las alturas a los que le escuchan. Otras noches, de pronto, algo penetra en su interior – algo que él conoce muy bien – y, sin que sepa por qué su interpretación, sus gestos, incluso su actitud frente al instrumento, todo resulta diferente, y asistimos a un fenómeno inexplicable. Entonces exclamamos: “¡Es maravilloso, es divino, está inspirado!”
En la Ciencia esotérica, la inspiración no es más que un contacto, una comunicación con una fuerza, una inteligencia, una entidad que proviene de las regiones superiores y que nos utiliza para ejecutar aquello que no seríamos capaces de hacer por nosotros mismos. Supongamos que un poeta quiere escribir, pero su página sigue en blanco: se siente estéril, no está inspirado. Pero, de pronto, algo le penetra, una luz, una corriente, y se abandona a ella: ya no tiene que buscar más las palabras porque todo sucede como si alguien invisible le dictara, y él mismo se queda atónito al leer lo que ha escrito. ¿De dónde procede esa inspiración? ¿Quién sabe dónde hay que buscar los materiales, armonizar los elementos y combinarlos para crear formas tan expresivas?
Por sí mismo, el ser humano no puede producir creaciones geniales, sobrehumanas, divinas; pero pueden visitarle entidades muy evolucionadas que le inspiren. Por eso, debe aprender a atraer a estos seres. Ellos esperan y cuando ven a un ser que ha sabido introducir en su interior la luz, el orden y la paz, ¡con qué alegría corren a instalarse en él para ayudarle y ayudar a los demás a través suyo!
La Inteligencia cósmica ha depositado en nosotros un instinto que nos impele constantemente a ir más lejos, para que haya una evolución y un progreso en la especie humana. Mirad las plantas y los animales: después de muchos milenios siguen igual, evolucionan muy despacio, mientras que los hombres tienen la posibilidad de ir más rápido. Pero si éstos no tienen Iniciados ni Maestros que les guíen y les instruyan, la atracción que ejerce el lado exterior, objetivo, superficial de la existencia, hace que se conviertan en sus esclavos, en sus víctimas. Buscan las alegrías más grandes y las mayores satisfacciones en la periferia, en su entorno, en las creaciones humanas. Y se equivocan; para encontrar lo que buscan, deben buscar en las alturas o en las profundidades: lo cual en realidad es lo mismo, pero expresado de diferente manera. Todo lo que los seres humanos han logrado crear no es más que un reflejo lejano del mundo divino.
Incluso los más grandes artistas se ven limitados en sus medios de expresión, y les resulta imposible transcribir exactamente lo que ven, entienden o sienten en sus momentos de inspiración. Beethoven, Mozart, Leonardo de Vinci, Miguel-Angel o Rembrand no lograron reproducir tampoco todo lo que veían o escuchaban. No hay que creer, pues, que el ir a exposiciones y a museos es el mejor método para evolucionar. Evidentemente es algo que está bien, que es útil. También yo he visitado museos, exposiciones, templos, iglesias por todo el mundo; he ido a conciertos, al teatro... Pero es de poca importancia en comparación con las visitas que he realizado a otras regiones, porque en ellas he aprendido, he captado, he contemplado esplendores que superan todas las obras maestras del mundo. Por esto, delante de ciertas “creaciones”, no puedo expresar respeto ni admiración. No es culpa mía, porque ¡me han mostrado realidades demasiado bellas, demasiado perfectas!
Puesto que hasta ahora habéis podido constatar que todos los consejos y los métodos que os he dado son sensatos, verídicos y benéficos, os pido que toméis en consideración este consejo que hoy os doy: que salgáis de vosotros mismos, que os superéis para poder llegar a ser, algún día, verdaderos creadores.
III
EL TRABAJO DE LA IMAGINACIÓN
Todo el mundo sueña, desea, imagina, y como todo el mundo es capaz de imaginar, todos creen saber lo que es la imaginación. La verdadera imaginación, tal y como los Iniciados la conciben y con la que trabajan, se puede definir como una especie de pantalla situada en el límite entre dos mundos: el visible y el invisible, donde se proyectan imágenes, entidades que escapan normalmente a nuestra conciencia. En algunos seres muy desarrollados – que saben cómo utilizar esta facultad – la imaginación recibe y registra muchas cosas que ellos intentan expresar, describir o realizar; al principio quizás no se comprende a qué se debe, pero luego, se da uno cuenta de que había captado realidades que todavía no se han manifestado en el plano físico. El hombre que sabe cómo trabajar y hacia dónde dirigir sus pensamientos y sentimientos, purifica tanto su psiquismo que su imaginación se transforma en algo limpio, transparente, puro... y empieza a “ver” en los mundos sutiles. A este nivel, imaginación y visión son la misma cosa.
Pero quisiera llamar vuestra atención sobre el poder formador de la imaginación. La imaginación se puede comparar a una mujer embarazada: en el momento en que recibe el germen se pone a trabajar, le da forma y, unos meses después, da a luz a un hijo cuyo carácter, cualidades físicas y psíquicas corresponden a la naturaleza del germen. La imaginación, como la mujer, da forma y desarrolla los elementos que le han sido confiados; no es una criatura poderosa, pero es capaz de dar forma. El pensamiento crea y la imaginación moldea. Nos encontramos, de nuevo, ante el trabajo de los dos principios, masculino y femenino: el pensamiento, principio masculino, y la imaginación, principio femenino.
El pensamiento está representado por el sol, y la imaginación por la luna, símbolo de todo lo que es cambiante, variable, inconstante. Si se le deja vagabundear, si la voluntad no la dirige, la imaginación se asemeja a una prostituta. Por eso, el discípulo debe aprender a no dejar que “su mujer” – su imaginación – vaya de aquí para allá y le llene la casa de monstruos o le atosigue con el ruido de sus tripas vacías. Debe nutrirla con