Curso de sociología general 2. Pierre Bourdieu
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Hay que preguntarse cuáles son las condiciones, las causas ocasionales que hicieron que en 1933 el antiintelectualismo pudiera expresarse particularmente: ¿no está ligado a una superproducción de poseedores de títulos, al hecho de que los asistentes tenían una carrera muy lenta, y también al contexto de crisis política (podía decirse cualquier cosa con la apariencia de decir algo)? Aquí habría que hacer todo un análisis de algo muy difícil de aprehender científicamente pero que el sociólogo, o en todo caso yo, está muchas veces obligado a suponer: la existencia de una suerte de conciencia confusa de las condiciones de aceptabilidad de lo que se va a hacer o decir. En cada momento, con respecto a todo lo que hacemos, hay una especie de referencia vaga: “Esto puede hacerse”, “Esto puede decirse”, “Es una transgresión, pero tolerable”, “Es impensable”, “Es imposible”, “Eso no se hace”. Hay una suerte de evaluación acerca de la cual es muy difícil saber cómo se constituye. Creo que se constituye mediante una suerte de estadística práctica, semiconsciente. Como sea, creo que, para comprender fenómenos de revolución literaria o maneras cotidianas de hacer y obrar, es muy importante saber que existe esa sensibilidad a un índice objetivo de aceptabilidad de las prácticas.
Después de las condiciones de los productores, hay que analizar las posiciones sociales de estos en el espacio. El campo es el sujeto de las acciones por mediación de la posición ocupada en el campo tal como se expresa en la práctica del agente, que respecto de esa posición tiene una disposición parcialmente previa al momento de ocuparla (le dan forma la familia, etc.), pero parcialmente constituida por la posición, y en particular por lo que esta hace posible u obligatorio. Para decir las cosas como son, una posición es un puesto: hay puestos de escritores. Por ejemplo, desde Zola, desde Sartre, en el puesto de escritor está el hecho de firmar petitorios. Decir que hay invenciones sociales equivale a decir que hay puestos. Se habla de un puesto de tornero, un puesto de ensamblador, etc.: es lo mismo en el caso de los intelectuales, aunque, claro está, no se definen de manera estricta. Una propiedad de los puestos es que cuanto más altos son, más vaga es la definición, más implica que se pueda y se deba jugar con ella –esta es una ley muy general– y mayor es el interés en que la posición sea vaga, mientras que, a reserva de verificarlo –creo que es así, pero no estoy seguro–, cuanto más se baja en la jerarquía social, mayor es el interés en que la definición sea rígida y esté jurídicamente fundada. Es un incordio, desde luego, pero al menos es una protección, un límite: hay cosas que no nos pueden hacer. Con todo, el puesto implica deberes (“debes hacer esto”). Es también una potencialidad objetiva: poner a alguien en un puesto es generar un proceso psicosociológico muy complicado sobre el cual el psicoanálisis tendría mucho que decir. Me detengo aquí.
Hay una cosa muy importante en la posición de los periodistas. Se dice “la prensa” [la presse]: estamos presionados [pressés], todo es urgente, no tenemos tiempo para leer y, por tanto, nos pagan por hablar de libros que no leemos (es un hecho social verificable, lo digo sin maldad: aun el menos destacado de los periodistas lo confiesa y no se ve cómo podría hacer). Por consiguiente, leemos lo que dicen los otros periodistas sobre el tema del que hay que hablar y, efecto de campo muy típico (verificado cien veces; no tengo estadísticas, pero hay otras maneras de acceder a la verdad social), hay libros de los que no se puede no hablar, ya que el jefe de redacción dice: “Es absolutamente necesario que hables del libro de Fulano”. Las personas que están en esta lista, de quienes nos preguntamos (con la óptica de un enfoque normativo) por qué están en ella, no pueden sacar un libro sin que el fenómeno se desencadene: “Es absolutamente necesario hablar de su libro”. Sin embargo, en cierto momento, la combinación de esta restricción muy fuerte con un antiintelectualismo mediocre tiene por consecuencia que nos pongamos a vapulear a alguien. Lo reitero: no hay decisión, no es algo deliberado; pero es muy fastidioso cuando uno está en primer lugar en el palmarés, porque ahí está estructuralmente expuesto. La víctima real o potencial puede vivirlo como un complot (“me la tienen jurada”, “me quieren tumbar”, “la derecha/la izquierda quiere tumbarme”, “es el gobierno”, etc.), pero me parece, de hecho, que en los casos observados es un efecto de campo combinado con un efecto de habitus: “Es absolutamente necesario hablar de Fulano, pero nos saca de quicio, tal vez sea el nuevo Sartre: más valdría derribarlo antes…” [risas en el auditorio].
(Evidentemente, esto no es consciente pero resulta en cosas que van a aparecer… Durkheim dice que la religión es una ilusión bien fundada.[109] Creo que esta frase se aplica a una multitud de fenómenos sociales: muchas veces, el sociólogo debe destruir cosas para poder construir su objeto. Por ejemplo, me pasé la mañana destruyendo el análisis del tipo “es algo deliberado”, pero hay que preguntarse por qué esta ilusión tiene un estatus social colectivo. Una buena teoría científica –esta es una de las diferencias con las ciencias de la naturaleza– debe abarcar, integrar la teoría de lo que es y la teoría de las razones que hacen que no se lo perciba así; debe conllevar una sociología de lo que las cosas son y de las razones por las cuales no se las ve. Me parece que este es uno de los grandes cortes, que se explica por razones rigurosamente históricas, entre lo que yo hago y la tradición de los fundadores, sobre todo Marx, pero también Durkheim. A estos les costaba tanto fundar la ciencia social –no es un azar que haya sido la última en aparecer… todos dijeron que era muy arduo, que había que ser especialmente vigoroso–, necesitaban tanta energía, por ejemplo, para destruir la representación del trabajo y reemplazarla con la teoría del plusvalor, que no tuvieron la fuerza de pensar por qué les hacía falta tanta energía para comprenderlo.[110] Si hubiera sido evidente que el trabajo es la producción de plusvalor, no les habría costado tanto y habrían podido integrar las razones por las cuales la teoría era ardua de construir y no se difundía con tanta facilidad, chocaba con resistencias, etc.).
He perdido por el camino mi caso particular… Hablaba de la ilusión de simultaneidad que es un fundamento objetivo de una visión del complot. La visión del complot es en verdad una forma elemental de la percepción del mundo social. Su probabilidad de aparición es desigual según las clases sociales, los medios, los momentos; será llamativamente fuerte en la pequeña burguesía declinante. Dicho esto, puede encontrar condiciones objetivas. Aquí, si lo que digo es cierto, hay un efecto de campo. En determinado momento, un hombre está a la cabeza en el hit parade de los intelectuales. Ahora que Aron [segundo en el palmarés] ha muerto,[111] se ve con claridad quién puede ser el próximo sobre quien arrecien los dardos. Efectos de campo van a provocar la obligación de celebrar, en un contexto tal que la licitud del antiintelectualismo crece, y existen buenas oportunidades de ver aparecer… Puedo decir lo que pensaba: por ejemplo, le puede tocar a Foucault. Así, estamos ante un efecto de ilusión bien fundada: los efectos de campo, combinados con efectos de posición ligados al habitus, pueden engendrar formas de invenciones simultáneas en todos los puntos del campo, desde Le Point hasta Libération, y podemos ver aparecer cosas que acaso se perciban como una campaña. Ahora bien, hay multitud de campañas, y desde el punto de vista del disimulo, de la violencia simbólica, las mejores son las campañas sin sujeto.
Creo que debo dejar aquí. De todos modos, digo muy rápidamente que los objetos percipientes van a tener propiedades de visibilidad y legibilidad. Eso, todo el mundo lo nota bien: habida cuenta de las categorías de percepción de los periodistas, que son personas presionadas (habría que caracterizar aquí su formación social, sus categorías de percepción, lo que tienen interés en ver y en no ver), hay gente que va a ser más visible y legible y hay también gente que va a tener mayor propensión que otra a hacerse ver y a ser bien vista; hay por tanto gente que se hará ver mejor y será mejor vista. A priori, todo esto puede deducirse: las personas mejor vistas serán las que