Mujeres poderosas: aduéñate de tu cuerpo, de tu mente y de tus deseos. Adriana Ortíz Barraza

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Mujeres poderosas: aduéñate de tu cuerpo, de tu mente y de tus deseos - Adriana Ortíz Barraza

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cambios de nuestro propio desarrollo. Solo imagínate todo lo que ya has superado en esos nueve meses de gestación. Antes del parto, pasaste de ser la unión de un óvulo y un espermatozoide ganador entre millones de ellos a una pequeña célula implantada en el útero.

      Las respuestas las puedes encontrar en tu interior.

      Aproximadamente el 70 % de los embriones no llega a nacer. Incluso antes de que la madre se entere de ello, el embrión tiene que estar saludable para que se pueda desarrollar. Entonces vamos creciendo en tamaño, nos aclimatamos a nuevas funciones dentro de ese pequeño cuerpo en formación, adquirimos la fuerza suficiente para hacerle frente a lo desconocido, adaptarnos a ello y, entonces, nacer.

      Es por esta razón que estar en el mundo es nuestro primer acto de poder, pues tuvimos que usar nuestra facultad y potencia para sobrevivir a esos primeros embates. Y esto fue porque tuvimos la capacidad necesaria para superar los distintos procesos biológicos que se nos presentaron, a pesar de nuestra pequeñez y absoluta inexperiencia.

      En este punto me gustaría detenerme a reflexionar respecto a las personas con algún tipo de discapacidad, problemas orgánicos, o bien, quienes pudieron haber nacido con alguna enfermedad congénita. El poder también es parte de ellos, ya que con la complejidad de su situación pueden construir cosas impresionantes y ser grandes ejemplos para el mundo. Hay quienes nadan sin brazos, corren sin piernas, leen sin ver o escriben sin dedos. Eso es romper las barreras de lo imposible y, en definitiva, es una manifestación magnífica de poder.

      La palabra poder significa “ser capaz”o “ser posible”.

      Como concepto, el poder puede ser abordado desde diferentes ámbitos. Desde lo social, lo filosófico, lo psicológico o incluso lo cultural. Y cada uno nos aporta aspectos relevantes, ya que como humanidad estamos vinculados a dichos ámbitos que repercuten en nuestras elecciones y en cómo decidimos actuar.

      La palabra poder proviene del latín posere, que significa “ser capaz” o “ser posible”, por lo que su definición se relaciona con la capacidad que tiene una persona para realizar determinada labor, lo cual implica acrecentar habilidades intelectuales, físicas y emocionales.

      En la historia de Juana podemos observar claramente como ella consideraba que no tenía las herramientas suficientes para salir de su tristeza y frustración. Se sentía poco capaz o, dicho de otra forma, sin poder. En su caso, fue a través del proceso psicológico que pudo encontrar los instrumentos necesarios para irse fortaleciendo. Y poco a poco el trabajo en terapia contribuyó a que lograra sentirse poderosa y capaz.

      He tenido la oportunidad de conocer diversas experiencias que me dieron una visión de lo que es el poder, particularmente aquel asociado con lo femenino. Por ejemplo, en el deporte. Mientras trabajaba con niñas y jóvenes y ejercía como profesora de educación física, jugadora y entrenadora de básquetbol, el poder estaba relacionado con potencializar el dominio del cuerpo, competir y ganar.

      Más adelante, al concluir mis estudios en Psicología, pude aprender acerca del funcionamiento de la mente humana, por lo que comencé a abordar la psicología del deporte con diversos equipos y atletas, entre los que destacaban gimnastas rítmicas, basquetbolistas, patinadoras y corredoras. El poder ahora estaba relacionado con el control mental y el buen manejo emocional para tomar decisiones asertivas.

      Después, cuando comencé a formarme como psicoanalista y dediqué la mayor parte de mi tiempo a la psicoterapia individual y de pareja, encontré otras manifestaciones de la complejidad humana: el psiquismo, los conflictos existenciales, el dolor, los deseos inconscientes, la conciencia y un sinfín de principios psicológicos y psicoanalíticos que implica el descubrimiento de uno mismo.

      Escuchaba a diario historias de mujeres tendidas en el diván explorando los conflictos que las aquejaban, cada una descubriendo sus deseos para alcanzar sus metas. Aquí el poder estaba centrado en la salud mental y en ser más conscientes de sus realidades, generando elementos que les permitieran resolver cualquier conflicto de la mejor manera.

      Todas estas experiencias me han llevado a considerar que el poder se encuentra interrelacionado con dos aspectos fundamentales: la influencia y la trascendencia.

      Algunas personas pueden ejercer su poder en un aspecto más que en otro, dependiendo de sus intereses, habilidades o hasta de sus necesidades. Habrá quienes lleguen a experimentar ambos aspectos y otros que, habiéndolos experimentado, los desconocían o no vivieron lo suficiente para ver sus alcances.

      LA INFLUENCIA, UNA CAPACIDAD QUE VIENE DEL PASADO

      La influencia tiene que ver, por una parte, con reconocer y analizar todo lo que nos ha marcado a lo largo de la vida.

      El poder se encuentra relacionado con la influencia y trascendencia.

      Quizá alguna persona nos dio una enseñanza que sigue vigente para nosotros, ya sea de forma positiva o negativa, y esto es a lo que apela la influencia. Es una forma de poder, ya que se trata de un cambio o un acto producido en una persona por intervención de otra. También se refiere a lo transgeneracional, es decir, a lo que nuestros padres, abuelos, bisabuelos y todo nuestro árbol genealógico ha aportado en nuestra línea de tiempo, ya que todo ello actúa en nosotros de una u otra manera.

      A veces, aunque no hayamos conocido a algún integrante de la familia, como los bisabuelos o los abuelos, forman parte de nuestros pensamientos, ya que los conocemos a través de las historias que nos narran otros miembros de nuestra familia.

      Mi abuela Chuy, por ejemplo, una de las mujeres más importantes en mi vida, solía contarme la historia de su padre, quien murió cuando ella tenía 13 años. Lo describía con tal precisión que yo sentía que conocía en persona al mismísimo don Isauro. Era apicultor y ganadero y mi abuela me decía que era un hombre muy culto, que hasta tocaba el piano en la iglesia. Vivió y creció en tiempos de la Revolución Mexicana, a principios del siglo xx, donde se creía que la función de la mujer únicamente era casarse y tener hijos.

      Todo nuestro árbol genealógico actúa en nosotros.

      Sin embargo, él pensaba distinto. Estaba a favor de que las mujeres tuvieran educación y gracias a ese pensamiento mi abuela fue de las pocas mujeres que aprendió a leer y a escribir en su pequeño pueblo llamado Victoria, ubicado en el estado de Guanajuato.

      Quizá tú también puedas recordar alguna historia que te contaron en la infancia acerca de tus antepasados, quizá también la tengas muy presente. Alguien que dejó una huella muy profunda, tan profunda que sigue viva gracias a la transmisión de su historia de una generación a otra. Precisamente esto es un ejemplo de influencia, ya que un recuerdo ha prevalecido en el espacio y el tiempo.

      Así como mi bisabuelo rompió con la concepción de que solo los hombres tenían derecho a educarse, Juana, la joven con la que comencé este capítulo, pudo romper con su idea de que era débil y que solo podía llorar. Esto cambió el rumbo de su narrativa personal y, por qué no, también de quienes la rodeaban.

      Por eso, si se pretende experimentar la capacidad de influencia hay que salir de nuestros cautiverios, es decir, de las ataduras o cargas que no nos dejan avanzar, como aquellos mensajes que recibimos en la infancia de que no podíamos o de que no éramos buenos en algo. Tal vez en tu familia consideraban que las mujeres solo podían casarse y tener hijos para realizarse en la vida o que debían estudiar la carrera que el padre decía porque era la tradición familiar.

      En cualquier caso, y como decía Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis: “De tus vulnerabilidades saldrán tus fortalezas”. Conocer más

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