Edgar Allan Poe: Novelas Completas. Edgar Allan Poe

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Edgar Allan Poe: Novelas Completas - Edgar Allan Poe

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buenas en la morada del eremita, intenta entrar por la fuerza.

      Ahí, como se recordará, las palabras de la narración son las siguientes:

      «Y Ethelred, que por naturaleza tenía un corazón valiente, y que, además, se sentía fortalecido por el poder del vino que había bebido, no esperó al momento de parlamentar con el eremita, que, en realidad, era un hombre de carácter obstinado y malo, sino que, sintiendo la lluvia en los hombros y temiendo el estallido de la tempestad, levantó decididamente su maza y a fuertes golpes abrió un hueco en las tablas de la puerta por donde meter su mano enguantada; y luego, tirando con fuerza hacia si, rajó, rompió, y destrozó de tal forma que el ruido de la madera seca y hueca retumbó en el bosque y lo llenó de alarma»

      Al terminar esta frase, me sobresalté y me detuve un momento; pues me pareció (aunque en seguida concluí que mi excitada imaginación me había traicionado), me pareció que, desde algún lugar muy alejado de la mansión, llegaba confusamente a mis oídos algo que podía ser, por su parecido, el eco (aunque ahogado y confuso, por cierto) del mismo ruido de rajar y destrozar que sir Launcelot había descrito con tanto detalle.

      Fue, sin duda alguna, la coincidencia lo que me había llamado la atención; pues, entre el batir de los marcos de las ventanas y los mezclados ruidos normales de la tormenta que seguía aumentando, el sonido en sí, con toda seguridad, no tenía nada que me interesara ni me molestara. Seguí leyendo la historia:

      «Pero el buen campeón Ethelred pasó la puerta, y se quedó muy furioso y sor-prendido al no percibir señales del malvado eremita y encontrar, en cambio, un dragón prodigioso, cubierto de escamas, con lenguas de fuego, sentado en guardia delante de un palacio de oro con suelo de plata; y del muro colgaba un escudo de reluciente bronce con esta leyenda:

      Quien entre aquí conquistador será; Quien mate al dragón el escudo ganará.

      »Y Ethelred levantó la maza y golpeó la cabeza del dragón, que cayó a sus pies y lanzó su pestilente aliento con un alarido tan horrible y áspero, y a la vez tan penetrante, que Ethelred se vio obligado a taparse los oídos con las manos para no escuchar el horrible ruido, tal como jamás se había oído nunca hasta entonces»

      Aquí me detuve otra vez bruscamente, y ahora con un sentimiento de violento asombro, pues no podía dudar de que en esta ocasión había oído de verdad (aunque me resultaba imposible decir de qué dirección procedía) un grito insólito, un sonido chirriante, sofocado y aparentemente lejano, pero áspero, prolongado, la exacta réplica de lo que mi imaginación atribuyera al extranatural alarido del dragón, tal como lo describía el novelista.

      Oprimido, como sin duda lo estaba desde la segunda y más extraordinaria coincidencia, por mil sensaciones contradictorias, en las que predominaban el asombro y el pánico, conservé, sin embargo, la suficiente presencia de ánimo como para no excitar con ninguna observación la sensibilidad nerviosa de mi compañero. No estaba seguro de que hubiera advertido tales sonidos, aunque en los últimos instantes se había producido una evidente y extraña alteración de su apariencia.

      Desde su posición frente a mí, había hecho girar poco a poco su silla, de forma que ahora estaba sentado mirando hacia la puerta de la habitación; y por esto, sólo en parte podía ver yo sus facciones, aunque percibía que le temblaban los labios, como si murmurara algo inaudible.

      Tenía la cabeza doblada sobre el pecho, pero supe que no estaba dormido porque vi que tenía los ojos muy abiertos y fijos, cuando le miré de reojo. El movimiento del cuerpo contradecía también esta idea, pues se mecía de un lado a otro con un balanceo suave pero continuo y uniforme. Tras haber notado rápidamente todo esto, reanudé la lectura del relato de sir Launcelot, que seguía así:

      «Y entonces el campeón, después de escapar a la terrible furia del dragón, se acordó del escudo de bronce y del encantamiento roto, apartó el cadáver de su camino y avanzó con valor por el pavimento de plata del castillo hasta la pared donde colgaba el escudo, el cual, en realidad, no esperó su llegada, sino que cayó a sus pies sobre el suelo de plata con grandísimo y terrible fragor» Apenas había pronunciado estas palabras, cuando como si en realidad un escudo de bronce, en ese momento, hubiera caído con todo su peso sobre un piso de plata percibí un eco claro, profundo, metálico y resonante, aunque aparentemente sofocado. Incapaz de dominar mis nervios, me puse en pie de un salto, pero el movimiento de balanceo rítmico de Usher no se interrumpió. Corrí apresuradamente hasta el sillón en el que estaba sentado. Sus ojos miraban fijamente hacia delante y dominaba su persona una rigidez pétrea. Pero, cuando posé mi mano sobre su hombro, un fuerte estremecimiento recorrió su cuerpo; una sonrisa infeliz temblaba en sus labios; y vi que hablaba con un murmullo bajo, rápido e incoherente, como si no advirtiera mi presencia.

      Inclinándome sobre él, muy cerca, bebí, por fin, el horrible significado de sus palabras.

      ¿No lo oyes? Sí, yo lo oigo y lo he oído. Mucho… mucho… , mucho tiempo… , muchos minutos, muchas horas, muchos días lo he oído, pero no me atrevía…

      ¡Oh, ten lástima de mí, miserable, desventurado! ¡No me atrevía… , no me atrevía a hablar! ¡La hemos encerrado viva en la tumba!¿ No dije que mis sentidos son agudos? Ahora te digo que oí sus primeros débiles movimientos en el ataúd hueco. Los oí… hace muchos, muchos días… pero no me atrevía… ¡no me atrevía a hablar! Y ahora, esta noche, Ethelred, ¡ja, ja!

      ¡La puerta rota del eremita, y el grito de muerte del dragón y el estruendo del escudo! ¡Di, más bien, el ruido de su ataúd al rajarse, el chirriar de los goznes de hierro de su cárcel y sus luchas en el pasillo de cobre de la cripta! ¡Oh! ¿Dónde me esconderé? ¿No estará pronto aquí? ¿No se apresura a reprocharme mis prisas? ¿No he oído sus pasos en la escalera? ¿No distingo el pesado y horrible latido de su corazón?

      ¡INSENSATO! y aquí, furioso, de un salto, se puso de pie, y gritó estas palabras como si en ese esfuerzo entregara el alma:

      ¡INSENSATO! ¡TE DIGO QUE ESTÁ DEL OTRO LADO DE LA PUERTA!

      Como si la energía sobrehumana de su voz tuviera el poder del hechizo, los enormes y antiguos batientes que Usher señalaba abrieron lentamente, en ese momento, sus pesadas mandíbulas de ébano. Era obra de la violenta ráfaga, pero allí, al otro lado de la puerta estaba la alta y amortajada figura de la señorita Madeline Usher. Había sangre en sus ropas blancas, y huellas de un forcejeo en cada parte de su demacrado cuerpo. Por un instante se mostró temblorosa, tambaleándose en el umbral; luego, con un lamento sofocado, cayó pesadamente hacia dentro, sobre el cuerpo de su hermano, y en su violenta agonía final lo arrastró al suelo, muerto, víctima de los terrores que había anticipado.

      Huí horrorizado de aquella cámara, de aquella mansión. Fuera seguía la tormenta con toda su furia cuando me encontré cruzando la vieja calzada. De repente surgió en el sendero una luz extraña y me volví para ver de dónde podía salir tan increíble brillo, pues la enorme casa y sus sombras quedaban solas detrás de mí. El resplandor venía de la luna llena, roja como la sangre, que brillaba ahora a través de aquella grieta apenas perceptible, como he descrito, que se extendía en zigzag desde el tejado de la casa hasta su base. Mientras la contemplaba, la grieta se iba ensanchando, pasó un furioso soplo de torbellino, todo el disco de la luna estalló entonces ante mis ojos, y mi espíritu vaciló al ver que se desplomaban los pesados muros, y hubo un largo y tumultuoso clamor como la voz de mil torrentes, y a mis pies se cerró, sombrío y silencioso, el profundo y corrompido lago sobre los restos de la Casa Usher.

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       EL BARRIL DE AMONTILLADO

      

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