Mandarinas. Diego Alfaro Palma
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MANDARINAS
Diego Alfaro Palma
Alfaro Palma, Diego
Mandarinas. Crónicas de la primavera negra chilena/ Diego Alfaro Palma. - 1a ed .
Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Neural, 2020.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-987-86-5240-5
1. Historia de Chile. 2. Crónicas. I. Título.
CDD A863
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Las regalías de este libro serán donadas por el autor a la Red de colaboradores en apoyo a las víctimas de daño ocular y a sus familias.
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Neural
Editores: Martín Jali, Matías Buonfrate
Diseño de portada: Sergio Calvo
1a edición en Argentina: julio de 2020
Equipado con un cuaderno de notas, una botella de agua y una mochila liviana, Diego Alfaro Palma avanza por las calles de Santiago de Chile durante la gran explosión popular que comenzó los primeros días de octubre y se extendió hasta el final del 2019. Durante el día marcha, se mezcla en movilizaciones multitudinarias, charla con vecinos y con poetas, y con la garganta lastimada por las lacrimógenas, encara a militares armados con tanquetas y carabinas, mientras los chicos bailan al ritmo de los caceroleos y recitan versos de Raúl Zurita en las avenidas.
Por las noches, agotado, el autor transcribe sus notas y da forma a las crónicas eléctricas que componen este libro Mandarinas. Crónicas de una primavera negra chilena es un retrato de una sociedad en llamas que brota de una voz alimentada por la urgencia y el ímpetu, casi en trance, en sintonía con la gran tradición de la crónica chilena. Este es el tiempo –anudado a otras grandes protestas sociales alrededor del mundo– en que los cuerpos se encontraban en las calles al calor de sus propias reivindicaciones, para mostrar las marcas de una realidad que hendía la piel. Un tiempo que se funde con el crujir de la peste y la deflación de los aparatos neoliberales de los estados nacionales que avanzan sobre la educación, la salud y el trabajo; pero, por sobre todas las cosas, un tiempo único en que las nervaduras y las texturas de la voz de los pueblos salen a las calles.
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Una manera de contar lo que pasó
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Una manera de contar lo que pasó
“Es la tercera vez que intento este relato, esta tragedia, esta parodia”, escribe Adolfo Couve en el comienzo de su novela La comedia del arte. Para comenzar este prólogo no hay nada que me represente más; mientras estas crónicas salían con la agitación de los días, reorganizarlas y hacer esta presentación resultó un gesto tedioso. Quizás lo que más me complicaba era cómo comenzar, sin ser del todo altisonante o completamente fuera de foco, como varios de los personajes de la narración de Couve. Lo cierto es que con la contingencia uno siempre es altisonante y está fuera de foco, e incluso puede llegar a parecer un bobo. Sólo el tiempo lo dirá. Y eso es justamente lo que me complicaba, porque hablar de un evento así de crudo para la sociedad chilena tiene la dificultad de que se trata de un continuo y que pareciera no tener cierre. Jornada a jornada algo se suma, algo remueve y eso para un prólogo es quizás letal, una especie de kriptonita de deux ex machinaque interrumpe en un guion más o menos armado y por lo que todo termina yéndose a las pailas. Por eso, antes de ir al análisis hay que sincerarse primeramente con algunos sucesos. Corre película.
Para octubre de 2019 yo llevaba tan sólo 3 meses de haber vuelto a mi país. Volver es un decir, ya que siempre retornaba en las vacaciones, pero esta no era una vuelta común. En marzo de 2012 había decidido tomar mis bártulos y partir por un par de años a la Argentina y específicamente a Buenos Aires a realizar estudios de posgrado. Eso también era un decir, porque tal vez si empezaba en Buenos Aires, pensaba, podría terminar en cualquier otro lugar. La cosa es que me pasé casi ocho años en esa ciudad magnífica, trabajando en librerías, gestando lecturas y talleres de escritura y todo eso que hace un joven poeta para sobrevivir –incluso escribir prólogos. Por lo que en ocho años me había deshabituado casi por completo del día a día en una ciudad chilena y el shock terminó siendo más fuerte de lo que pensaba: al final de cuentas con mi regreso me había convertido en un extranjero en mi propio país: hablaba raro, pensaba raro y hasta era optimista. Pero algo nunca se terminó de ir de mi mente, porque siempre tuve la certeza de que esta larga nación no era un ají, ni mucho menos un morrón alargado, era más bien una extraña forma de olla a presión a punto de explotar.
En la primera versión que hice de este escrito, remarcaba mucho que para poder ensayar algunas páginas sobre lo sucedido en Chile había que volver a las primeras fotos que registraron el octubre del levantamiento. Justamente yo había tomado una en lo que antes era Plaza Italia y hoy es Plaza Dignidad. Mientras cientos de miles de ciudadanos caminaban para volver a sus casas, luego de que el sistema de transporte público colapsara, ahí, en ese sitio, decidí sacar una foto con mi celular de algo que me resultaba inusual. Y entonces, revisando ese archivo, en un costado de esa imagen aparece un muro en blanco con la siguiente frase escrita: “Esto podría ser peor”. Lo cierto es que quien grafiteó eso no era una persona normal, era más bien una de esas völva, una pitonisa urbana que quería adelantarnos a las jornadas de fuego que vendrían. He llegado a pensar incluso que ese rallado puede haber sido una especie de portal en el espacio tiempo, abierto por algún descuido burocrático del futuro. Como sea estaba ahí y fue uno de los primeros que aparecieron y que luego fue cubierto por billones de marcas desesperadas por querer dar a conocer su rabia o tan sólo llamar la atención.
Entonces muchos analistas creen que con ese día 18 de octubre Chile mágicamente despertó y que ese abrir de ojos fue como el Big Bang o el origen de los tiempos contados por los mapuches, en que un manojo de arcilla fue moldeado por una gran fuerza.