Mandarinas. Diego Alfaro Palma
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Así fue como me instalé por casualidad en la Plaza Brasil. En un principio eran unas veinte personas las que caceroleaban y dos horas más tarde éramos más de quinientas, al ritmo de la cueca del Frente Cuequero con panderos y tambores que nos hicieron cantar a todos “El pueblo unido jamás será vencido”, de Quilapayún (pero en la versión completa). Porque hay algo que debo explicar antes: todo este día fue de canciones viejas, ya que en cuanto salí de la casa oí desde un balcón a Illapu y más allá a Inti Illimani. Por ahí pensé que alguien podría levantar la voz con un “Por qué no se van, no se van del país”, de Los Prisioneros, pero eso no pasó. Lo que sí pasó fue la fiesta, el quilombo, el mambo, la parranda de chicas y chicos hermosos, de una señora de 95 años saliendo en silla de ruedas, de un caballero que me dijo que estaba desde la mañana, de una mapuche con su cultrún, de los ciclistas, de las bailarinas y de los niños con sus ollitas de juguete. Qué más unidad y espontaneidad que esa; lo mismo pasaba en Plaza Ñuñoa y en distintos sectores del país, incluso fuera de él: mi primo me escribía de Freiburg (Alemania) enviándome un video de su protesta.
Día de la madre y desmadres, porque la TV sólo transmitía noticas de saqueos y quemas, del descontrol en lugares donde no estaban las fuerzas de orden: el lumpen se movía a su gusto en la periferia; como contaba una compañera de trabajo: los vecinos organizados contra el robo de casas y autos. Así las cosas este panorama le conviene bastante a la imagen del terror que quiere entregar el gobierno para escudar su incompetencia, cuando ya se confirman siete muertos en la jornada, lo que no se debe olvidar nunca, menos a esta hora de la noche cuando los cacerolazos siguen, los estudiantes cantan y hay cada vez menos helicópteros, aunque los militares siguen allí. Si se quedan viendo las noticas en la TV van a terminar deprimidos y asustados como mi mamá, mejor hagan como la señora de la bolsa que nunca le tuvo miedo nada y que caminó y caminó para contárnoslo.
Ilustración 2 - "Sin pena ni miedo", reza el poema que Raúl Zurita escribiera en el Desierto de Atacama. En Plaza Dignidad todos parecen conocer ese verso.
El futuro es un lugar extraño
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