Los desafíos de la vida. Claudio Rizzo
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En la vida se suscitan inquietudes y problemas los cuales podemos tildar como preocupantes, complejos, especiales… Para el creyente las cosas no son ni se tornan fáciles o difíciles, lo cual equivaldría a pauperizar en cálculos humanos los desafíos, sino más bien en simples o complejas. La simpleza o complejidad están sujetas a nuestras circunstancias internas y/o externas propias (cultura, amistades, medio ambiente). El grado de crecimiento interior es fundamental para poder afrontar cada desafío.
Si nos ponemos a reflexionar, la vida es un desafío y nosotros vivimos inmersos en ese desafío que tiene distintas vetas bajo los términos de desequilibrio, infravaloración, desasosiego, per-
turbación, alegría, animosidad, esperanza. No todos los desafíos son negativos. Hay muchos positivos en sí mismos; por ejemplo, proyectar una vocación, hacer un viaje, esforzarse por progresar con lo que a cada uno le satisface, perfeccionarse en una ocupación o carrera, esmerarse por conocer y entrar a caminar en el Camino: imitar la vida de Cristo. En este sentido ser hombres bíblicos neotestamentarios nos ayudará notablemente.
A pesar de los avatares, las injusticias, las difamaciones, la envidia, la malicia y la codicia, el cristiano sabe que “puede gloriarse en la Cruz de Cristo” (Ga 6, 14). Para eso, se requiere una condición: El hombre viejo debe crucificarse con Cristo (Rm 6, 6). El hombre nuevo vive con él (Ga 2, 19).
Paralelamente a la enseñanza de Pablo, la Cruz sirve también, especialmente en Juan, como signo de la victoria de Jesús.
Con la introducción bíblica podemos aseverar, sin duda alguna, que el mensaje de San Pablo es la cruz de Jesús. A través de una serie de contrastes audaces y contundentes, Pablo nos acerca al misterio de Cristo crucificado: es un escándalo (skandalon, gr.: piedra de tropiezo), dice, para los judíos que esperan a un Cristo triunfador. Es una “locura”, añade, para los griegos que buscan y se apoyan en la razón y la sabiduría. El misterio de la cruz sólo puede expresarse ante los ojos de la sabiduría y la razón humanas como “locura y debilidad de Dios”, y precisamente por eso, es “fuerza y sabiduría de Dios” (v 24) para los creyentes. Pablo, ciertamente no es un fanático anti-intelectual que desprecia la razón, la ciencia o el progreso. A lo que el Apóstol se opone decididamente es a todo proyecto humano de la índole que sea-incluso religiosa- que, dejando de lado al Dios, que se revela en la cruz de Jesús, termina siempre por construir una sociedad basada en la injusticia, la discriminación, la opresión y la violencia.
Esta paradoja, la fuerza de la debilidad de Dios, se prolonga y manifiesta en la comunidad de Corinto, compuesta de gente socialmente sin importancia (Cfr. Sant 2, 5; Mt 11, 25). No abundan los intelectuales, los ricos, los poderosos, la nobleza. Como en otro tiempo a unos esclavos en Egipto (Cfr. Dt 7, 7s; Is 49, 7), así ahora elige a gente sin estudios, sin influjos y sin títulos. Es interesante resaltar la insistencia de Pablo en poner de relieve
en estos versículos (26-28-29), por una parte, la iniciativa de la elección de Dios, repitiendo cuatro veces el término “elegir” o “llamar” y, por otra, la condición social de los destinatarios de su elección: los locos del mundo, los débiles, los plebeyos, los despreciados, los que humillarán –lo dice dos veces– a los sabios y poderosos y anulará a los que se creen que son algo.
Esta iniciativa de salvación de Dios, absolutamente sorprendente, se hace realidad en Jesús que comunica a los suyos, los débiles de este mundo, la sabiduría, la justicia, la consagración y el rescate.
Estas expresiones densas de teología paulina, podrían resumirse en una palabra: “liberación, comenzando ya aquí y ahora”.
En definitiva, Pablo no hace sino presentar a los corintios y a nosotros el proyecto que Jesús anunció en la sinagoga de Nazaret Lc 4, 14-21 sobre su misión de “llevar la Buena Noticia a los pobres, anunciar la liberación a los cautivos y la dar la vista a los ciegos y a dar la libertad a los oprimidos…”.
En la espiritualidad carmelitana se sostiene una frase y es la siguiente: “Ave Crux – Spes Unica”, “Bendita seas, Cruz, esperanza única”. Vamos a acuñarla…
Empleamos la palabra esperanza con escasa sinceridad. Es también fácil utilizarla incorrectamente. Seguramente alguna vez pudimos haber dicho “ Tengo esperanza de que hoy voy a recibir un email a favor de un trabajo”; “tengo esperanza de que me saldrá el crédito”; “tengo esperanza de que mi amiga pueda venir a Buenos Aires”, etc. Cada vez que utilizamos la palabra esperanza en esa forma estamos expresando un deseo, pero también estamos deseando algo que es incierto. De otra manera estamos diciendo: “No estoy seguro si esto va a suceder. Puede que sí, y puede que no, pero me gustaría que sucediera”. Esa no es la definición bíblica de la esperanza. En la Escritura, la esperanza es algo sólido, es segura. Es una convicción. La certeza proviene de la aseveración que posee un juicio bien hecho por nuestra inteligencia. La convicción, en cambio, proviene de la fe anclada en Jesucristo. La esperanza es la expectativa espiritual gozosa de algo que Dios ha prometido y que ciertamente sucederá en el futuro. No hay duda de que las promesas de Dios se cumplirán. Son seguras.
La esperanza no es optimismo ciego; es optimismo realista. Una persona de esperanza siempre está consciente de las luchas y las dificultades que como consensuamos son desafíos
de la vida. No obstante, vivimos más allá de ellas con un sentido potencial y de posibilidad de cambios, de reacomodamiento, de reubicación. Nosotros no somos pensadores de imposibilidades.
Una persona de esperanza no simplemente vive para las imposibilidades del mañana, sino que ve las posibilidades de hoy, aun cuando no le esté yendo bien.
Una persona de esperanza no sólo espera lo que le hace falta a su vida, sino que experimenta lo que ya ha recibido. Puede decir un no enfático al estancamiento y un enérgico sí a la vida.
Esperanza es permitir que el Espíritu de Dios nos libere y nos lleve hacia adelante en nuestras vidas.
Vivir “en esperanza” es establecer interiormente que las heridas mutilantes y frustraciones existenciales no controlen más nuestras vidas. Jesucristo cura nuestras heridas. Sin embargo, nosotros, más de una vez, no nos dejamos alcanzar por su Poder Sanador.
Debemos decidir cambiar y así nuestra vida cambia gradualmente… Ese es el sentido acrisolador de la Cruz, dejarse alcanzar por el sacrificio redentor de Cristo. Así lograremos estar libres para vivir como Dios quiere que vivamos.
Como podemos apreciar hay una diferencia entre “ser libres” y “estar libres”. El nos libertó, sin embargo, el estado de vida interior depende de nuestra decisión.
No nos melancolicemos con nuestras heridas haciéndonos amigos de ellas. Aferrémonos a la esperanza que tenemos en Cristo sabiendo que su Cruz es Fuerza: aliento-esperanza-animosidad.
No nos atasquemos. La esperanza no es una ilusión. La esperanza es una realidad. Está disponible para ayudarte a decidir, cambiar y ser bendecido.
El núcleo de este propósito es decidirse a vivir el Evangelio día a día en mayor comunión con Su Mensaje, con la adoración a Cristo tanto cúltica como en verdad a través del servicio, a los demás y a la propia dignidad. Nos preguntamos, nos respondemos:
• ¿Cuáles son los desafíos positivos que te han tocado afrontar y cuáles son los actuales?
• ¿Estás dispuesto/a a emprender algo que seguramen te implica un desafío positivo en