Papeles de Ana. Maria Ines Krimer

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Papeles de Ana - Maria Ines Krimer Novela

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todo.

      Después de que terminaron los discursos, empezaron los números en vivo. Cuando Los Trovadores aparecieron en el escenario, la tía Sara me dijo que me podía sentar en la mesa con los jóvenes. Suspiré de alivio, me dolía la boca de sonreír a tanto vejestorio. Me tocó al lado de un chico que no conocía. Al principio no me dirigió la palabra y como tampoco podíamos hablar porque la música estaba muy alta me pasó un papelito con su nombre y un número de teléfono. Yo le escribí el del tío en una servilleta de papel. Norberto Grossman me llamó el fin de semana para invitarme a pasear por Palermo. Me puse uno de los vestidos de Harrod’s, me pellizqué las mejillas como hacía la bobe y le robé a la tía Sara un poco de color para los labios, estuve como una hora arreglándome en el baño. Llegué sin problemas porque me sabía de memoria todas las combinaciones de los subtes. El bosque de Palermo es una belleza, los cisnes se desplazan como barcos, hay un rosedal y árboles por todos lados. En el medio hay un lago con unos botes a pedales. Norberto alquiló uno. Después de lo que me pasó en la balsa, aseguré bien el cierre de la cartera. Me ayudó a subir y nos sentamos uno pegado al otro. Yo lo miraba de reojo, tiene unas pestañas preciosas. Me hacía acordar un poco a José, ese chico que vivía a la vuelta de la calle Diamante. Norberto me contó que estudia para ser abogado y va a luchar por los pobres. Me explicó que la toma del poder por la clase obrera en Rusia fue el momento histórico más importante del siglo. Desde entonces el capitalismo no cesó la embestida contra el pueblo, aumentando la explotación de los desprotegidos (eso me lo acuerdo de memoria porque lo repitió como tres veces, colorado por el esfuerzo de hablar y pedalear al mismo tiempo). Después se quedó callado. Solo oíamos el ruido de las paletas chocar contra el agua. Los cisnes se desplazaban a nuestro lado. Me parece que somos novios, pero primero tenemos que pedir el permiso del Partido.

      • • •

      Querida tía Dora:

      No lo vas a poder creer, pero el otro día la crucé a Graciela Borges en la Richmond. Tomaba un té en una mesa cercana a la vidriera acompañada de un churro bárbaro. El vestido le quedaba pintado, el escote tenía la forma de corazón como el que te conté, el que le hizo la modista. Di una vuelta manzana. Al volver, ella terminaba su merienda. Se limpió las manos con una servilleta de tela, extendió los dedos, se paró y los dos salieron del salón. Ahí me fijé bien en él, me parece que es el marido, Juan Manuel Bordeu, vi su foto en la Radiolandia. Se despidieron con un beso. La seguí a lo largo de Florida. Pese a que había quedado en encontrarme con mi novio (ya te cuento), no quería perderla de vista. Por un momento se paró y miró hacia atrás, hacia el lugar donde estaba. Me quedé congelada. Quería pedirle un autógrafo pero seguí como un poste. Ella continuó en dirección a Santa Fe, de tanto en tanto se paraba en una vidriera para mirar los maniquíes, acá está el último grito de la moda. Se detuvo en un kiosco y compró una Tita (yo no me la podía imaginar haciendo las mismas cosas que hacemos todos). La vi abrir el papel metalizado. Siguió caminando. Se detuvo al cruzar Córdoba, el semáforo tardó una eternidad. Ahí me fijé en los zapatos, de charol, tacos altos, las medias con la costura derechita. Casi la pierdo entre el amontonamiento de turistas. Pasamos por Harrod’s. Cuando me quise acordar estábamos en la plaza San Martín. Se sentó en un banco y una paloma le picoteó el zapato.

      Como te habrán contado mis padres, estoy de novia con Norberto Grossman. Lo conocí en la fiesta del Festival de la Paz, es hijo de un médico del Partido, la madre es la secretaria en el consultorio (igual que la tía Ester). Los padres son conocidos de la familia, así que no hubo problema con los permisos. La primera salida fue a los lagos de Palermo, él insistió en alquilar un bote y yo no la pasé muy bien porque ahora le tengo miedo al agua y él no paraba de hablar, dale que dale. La segunda estuvo mejor, fuimos a comer panqueques a la Cabaña del Tío Tom, en Corrientes y Talcahuano. Son redondos, gruesos y sin arrollar y en el centro le ponen como un kilo de dulce de leche. Acá otra moda es el Candy, un helado de crema chantilly. Si sigo así voy a terminar rodando.

      Después fuimos al cine a ver Pasaron las grullas, Norberto no me soltó la mano en toda la película (de esto ni una palabra a mamá). Me conmovió mucho con la historia de amor de Verónica y Boris, la más triste que vi en mi vida. Al empezar la guerra ellos están por casarse. A él lo mandan al combate. Un bombardeo en Moscú mata a los padres de ella y se refugia en la casa de su novio. Cansada por no tener noticias y quedarse para vestir santos, se casa con el primo, que resulta un malvado. Se separan y ella sigue esperando el regreso de Boris. Pero al final, mientras los soldados bajan del tren, ella se entera de que su amor murió en el frente. Esa escena me partió el corazón, no paraba de llorar. Norberto me pasaba servilletas de papel. Seguí moqueando cuando prendieron las luces, mientras salíamos del cine. Norberto me besó cuando nos despedimos en la puerta del piso de Caballito. Yo estaba tan emocionada y no aguanté que en la cena el tío hablara del Partido. Cómo habla. Me fui a tomar aire a la cocina. Una de las shikses, Ramona, está de novia con un obrero de la construcción. La otra es paraguaya y tiene una hija que cuida la abuela, mientras lavaba los platos no paraba la mitakuñá aquí, la mitakuñá allá. Las dos trabajan con cama y salen los domingos, así que los fines de semana tardan en emperifollarse. Las escuché contar que van a los piringundines del Bajo (no entiendo qué quiere decir esa palabra, pero parece que ahí la pasan bárbaro) o a la Enramada, en Plaza Italia. Ramona se metió en un lío de la madona y quedó embarazada, pero los tíos solucionaron todo.

      Te escribo ahora para que me ayudes a convencer a mis padres, aunque no tengo la menor idea de cómo hacerlo. Sé que a mamá le va a dar otro patatús, no me animo a decirles. No voy a volver a la calle Diamante, al menos por ahora. Ellos tienen derecho a pensar que soy la peor del mundo, pese a que no se hablaban con la tía Sara un día mamá agarró el teléfono y le gritó otra vez robahijas tan fuerte que la tía alejaba el tubo de la oreja. Me encerré en la biblioteca para no ver ni escuchar más, todo es muy doloroso. No puedo darte más detalles por carta, pero quiero mandarla de una vez y sé que debería haberla escrito hace unos días.

      __

      P.D.: Adentro va otra para mi prima, ni se te ocurra abrirla.

      • • •

      Querida prima:

      Fuimos a una amueblada en el auto del padre de Norberto, no necesitamos hacer la calesita para esperar que se apagara la luz roja, podíamos dar las vueltas que se nos diera la gana. Durante el viaje él prendió la radio, Leonardo Favio cantaba Fuiste mía un verano, era para enloquecer ahí mismo. Cuando Norberto soltaba la palanca de cambio, metía la mano bien arriba. Yo me había comprado un soutien Peter Pan junior y una bombacha haciendo juego, casi esperaba que lo hiciera, sino era plata tirada a la basura. Ramona me prestó unos aritos que combinaban con el color del vestido. Antes de salir me hice un baño de inmersión con las sales de la tía, me pinté las uñas de los pies y de las manos y le robé unas gotas de Chanel número cinco. La amueblada estaba lejos del centro, tardamos bastante en llegar porque los viernes a la noche hay mucho tránsito en Buenos Aires. Intenté memorizar los nombres de las calles por si el auto se rompía y teníamos que volver en taxi.

      Al llegar, el portón subió en forma automática y estacionamos en la cochera. Norberto bajó y me abrió la otra puerta. Bajé mientras miraba hacia un lado y al otro, siempre puede aparecer un conocido, por suerte no cruzamos a ninguno. Un ascensor nos llevó al primer piso donde un mozo nos indicó la habitación. No lo vas a poder creer, Raquelita, nos tocó la 7, mi número de la suerte. Esperaba que tuviera la cabeza de un dragón pero esta era muchísimo mejor, un departamento completo, con sillones, mesa ratona y alfombrado de pared a pared. Espejos por todos lados, un ventilador de paletas en el techo. La cama estaba cubierta con un acolchado de raso bordó. Los veladores tenían pantallas del mismo color y sobre la cabecera un panel con botoncitos para manejar el televisor, la música y subir y bajar las luces. Norberto se sacó la ropa en un abrir y cerrar de ojos, ni se dio cuenta de que yo estaba de estreno ni del Chanel número cinco. Desnudo era mucho mejor que vestido. El preservativo era Velo Rosado, no ese del

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