Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000). Rolando Álvarez Vallejos

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Hijas e hijos de la Rebelión. Una historia política y social del Partido Comunista de Chile en postdictadura (1990-2000) - Rolando Álvarez Vallejos

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imaginarios sociales son producto de las tradiciones culturales y valóricas de una sociedad y, asimismo, son la manera como estas son representadas en determinados momentos históricos9. De esta manera, Castoriadis reivindica la capacidad creadora de las sociedades, en contra de las visiones deterministas de lo social, que exaltan su dimensión estructural y/o material. Complementando este planteamiento, Tomás Moulian señala que esta creación cognitiva combina deseos, mitos colectivos, sueños compartidos, conocimiento científico, orientando la acción y movilizando voluntades. En el fondo, los imaginarios sociales producen una «realidad objetiva», sobre la base de mezclar aspectos subjetivos e irracionales con otros lógicos y calculados10. Por su parte, en un trabajo clásico, George Duby estableció que la problemática que encierran los imaginarios colectivos no es la determinación de lo material sobre lo mental, sino la correlación entre ambos planos, la mutua influencia entre ellos. En este sentido, recalca que los valores culturales son altamente resistentes al cambio y pueden actuar como freno a las modificaciones materiales. Por ello, la relativa rapidez de los cambios de los imaginarios políticos, por ejemplo, no debe significar olvidar que, en otras esferas, como las culturales, ocurren de manera mucho más lentas11. Asimismo, el libro empleará el concepto de cultura política. Como ha sido señalado, esta categoría se ha popularizado de tal manera, que se utiliza con sentidos inclusive opuestos. En este caso, cuando nos refiramos a la cultura política comunista chilena, estaremos aludiendo a «valores y visiones del mundo en el que las personas han sido socializadas». En esta línea, visualizamos a la noción de cultura política como una herramienta que permite ampliar los factores que explican el comportamiento político de las personas y los grupos, incorporando «el contexto cultural e intelectual» en el análisis12. En este sentido, el gran aporte que el concepto de cultura política ha realizado para la renovación de las investigaciones sobre historia política, radica en considerar que «las motivaciones de los actores políticos no son meras decisiones personales, sino que se conforman a partir de las ideas culturalmente establecidas que los individuos han interiorizado al socializarse». Así, la visión de mundo que porta una cultura política, contiene sus propios medios de expresión (símbolos, discursos, mitos, un vocabulario y palabras claves). Además, ayuda a los grupos políticos, conformar una identidad propia, pues «la adhesión a sus principios constituye la base de su pertenencia política»13. Desde el punto de vista de esta investigación, examinaremos la manera cómo la cultura política comunista se desenvolvió durante la crucial década de 1990. Las coyunturas históricas nacionales e internacionales que la atravesaron a lo largo de estos años, provocaron una compleja relación entre continuidad y cambio de la cultura política comunista.

      En un segundo nivel sobre la cuestión de la historiografía del comunismo, este libro pretende aportar a la discusión sobre las distintas suertes que corrieron los partidos comunistas luego del fin de los «socialismos reales». En efecto, a nivel internacional, el debate sobre la suerte de la izquierda, y en particular del comunismo luego del fin del «socialismo real», demuestra que este ha seguido distintos caminos. En el caso del PC uruguayo, se vio afectado por una profunda crisis interna a partir de la década de 1990, lo que se tradujo en el desgajamiento de militantes y fracturas en sus organismos de dirección. Sin embargo, a partir de adaptaciones ideológicas, el PC uruguayo recuperó protagonismo político, lo que se reflejó en el triunfo el 2010 de su candidata a la Intendencia de Montevideo, la principal del país14. Por el contrario, el Partido Comunista de Francia, que tuviera un papel muy relevante en la política francesa de posguerra, ha sido incapaz de recuperarse de la crisis que golpeó a los partidos comunistas luego del fin del socialismo. En efecto, tras haber sido uno de los representantes de la corriente eurocomunista, que buscaba sintetizar democracia y socialismo alejándose de la Unión Soviética, el comunismo francés tuvo una regresión estalinista. Esto le impidió, en la década de los noventa, adaptarse a la nueva realidad del país, basada en cambios en el mundo del trabajo y el desprestigio de la otrora orgullosa condición obrera. Así, el PC francés casi ha visto extinguido su antiguamente poderoso caudal electoral15. Por su parte, el Partido Comunista Italiano optó por abandonar su identidad comunista, reconstruyéndose como un partido «democrático». En este caso, por la trayectoria histórica del PC italiano, la disolución del partido apareció como un camino previsible producto de su temprana heterodoxia ideológica, lo que ha valido ser considerado un «comunismo socialdemócrata». Reorganizando su memoria histórica y teniendo como base una fuerte presencia en la vida política italiana, el abandono de la denominación «comunista» le permitió convertirse en un actor democrático incuestionable en la vida política del país16. Teniendo en cuenta esta diversidad de experiencias, el caso de los partidos comunistas enfrentados a la era poscomunista ha sido un campo propicio para la ciencia política, que ha indagado el comportamiento y capacidad de adaptación de los partidos políticos ante presiones internas y externas. De esta forma, se pueden distinguir dos polos para hacer frente a la crisis terminal del proyecto comunista global: uno que reafirmó su fidelidad al ideal original, aceptando cambios menores (caso de Francia, Portugal y Grecia) y otro que optó por abandonar la matriz comunista, disolviéndola en nuevas colectividades (caso de Italia, Finlandia, Suecia, entre otros). Asimismo, existirían los casos intermedios, como el representado por el PC español17.

      Por último, el tercer eje del debate historiográfico sobre el comunismo en el que interviene este libro, se relaciona con la forma de entender la relación de los partidos comunistas con su ambiente exterior. Algunos autores, centrados especialmente en la experiencia de la década de 1930 y siguientes, definieron a los partidos comunistas como «instituciones totales», es decir, que cubrían el conjunto de las actividades de sus integrantes, inclusive a nivel de su vida privada. Siguiendo la tesis de Erving Goffman, se visualiza a la militancia comunista como una especie de contra-sociedad que, durante un prolongado periodo de tiempo, llevaba un estilo de vida cerrado apartado de la sociedad18. Este enfoque «totalitario» resalta que estas organizaciones, a nivel interno, no toleraban las disidencias y los matices. En base a complejos aparatos de control, intentaban construir una compleja maquinaria partidaria monolítica19. A partir de esta constatación, algunos influyentes expertos en la historiografía del comunismo han concluido que los partidos comunistas, de manera genérica, eran portadores de un proyecto totalitario. Este sería el caso de los PC de Francia e Italia, los más influyentes de Europa Occidental20. En sentido opuesto, desde diversas perspectivas, se ha polemizado con esta mirada, proponiendo en cambio que la historia de los comunismos no puede entenderse sin la interrelación con la sociedad y el entorno en el que se desenvuelven. Por ejemplo, una importante obra colectiva ha reivindicado como programa de investigación la necesidad de matizar fuertemente aquellas ópticas que visualizan al comunismo como un proyecto totalizante y mundial. Por el contrario, a través del concepto de cultura política, se propone complejizar la relación entre lo nacional y lo internacional. En este sentido, la integración de los factores nacionales sería decisiva para entender las experiencias comunistas de cada país. Por ejemplo, algunos autores, en debate con Marc Lazar, plantean como hipótesis que la trayectoria del PCF y el PCI solo se termina de entender reconociendo la fuerte influencia que tuvo la democracia liberal de sus respectivos países en la ideología y accionar de estas organizaciones21. Por su parte, otros estudios han cuestionado el carácter absoluto de la tesis «totalizante», proponiendo que, para entender la dinámica de construcción del modo de ser comunista, se deben analizar las «multicomplejidades» correspondientes a cada caso. En ese sentido, habría que diferenciar aquellas experiencias en donde los comunismos en el poder llevaron a cabo políticas de control y represión, que los aproximó a las nociones de «instituciones totales», con la de partidos poderosos que construyeron «contra-sociedades», pero que contaron con apoyo masivo, como en Francia e Italia. En este caso, la organización lograba, a través de sus amplias redes, un control sobre la militancia, pero, siguiendo a Annie Kriegel, en base a distintos niveles concéntricos. Por lo tanto, no constituirían «instituciones totales» propiamente tales. Por último, en el caso de los militantes comunistas británicos, habría coexistido una pluralidad de representaciones sobre su estilo político, en constante tensión con la concepción bolchevique, rompiendo claramente con el concepto de Goffman22.

      Desde la perspectiva de la cultura política, se ha propuesto

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