Del feudalismo al capitalismo. Carlos Astarita
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Esta última referencia nos recuerda que El Capital, una obra proverbialmente considerada como excesivamente abstracta, se apoya en plurales informaciones históricas y sociológicas obtenidas directamente de informes múltiples. Este hecho transforma la visión media sobre una supuesta naturaleza invariablemente especulativa de la práctica teórica. Para Marx, la elaboración de teoría tuvo como un supuesto estudios empíricos, tal como se nos revela cuando nos asomamos a su laboratorio de trabajo. Honró su convicción acerca de que no existía otra ciencia más que la historia con anotaciones de datos cronológicamente ordenados con severo detallismo (esto recuerda, de paso, que el fundamento para establecer el tiempo no continuo de la historia está en determinar su tiempo continuo) (ver Rubel, 1970).
En estos aspectos se dirimen paralelismos y oposiciones metodológicas. Los hechos, lejos de ser el camposanto donde el positivista entierra su inteligencia, eran, para Marx, el abono natural de su desenvolvimiento.
Avanzar más allá del positivismo es un asunto delicado. Debería ponerse todo el esmero en comprender la necesidad de «superar» sus limitaciones en el alcance que Hegel daba a la palabra aufhebet, es decir, mediante la negación relativa, o la preservación relativa de las cualidades que se superan. Incluso, la negación categórica del positivismo puede constituir un formalismo que lleve a la inopinada reposición de sus premisas. La virulenta reacción de la escuela de Heildelberg contra el objetivismo, plasmada en metas programáticas, sin mediaciones, como denegación absoluta, no se sobrepuso al empirismo sociológico. En este sentido, es un matiz muy distinto lo que separa a Marx del positivismo, cuando resguarda su base positiva mediante un análisis circunscrito destinado a resolver el enigma del funcionamiento social. El procedimiento abstractivo es la herramienta de ese examen, estableciéndose en este punto una separación profunda con respecto a los sistemas que consideramos. Para el positivismo, la teoría es la oportunidad de la especulación incontrolada y liberada de todo control fáctico. De manera inevitable, la crítica más rigurosa se diluye en conjeturas sin crítica; se evidencia esta carencia en nociones como el ser nacional. La abstracción paulatina aspira a resolver el paso que el positivismo nunca logró dar para llegar a la esencia. En suma, Marx plantea una diferencia pronunciada con respecto al positivismo, al esencialismo kantiano y a la teoría por generalización de casos de Weber.[12]
En la medida en que el estudio se concentre sobre el funcionamiento de una sociedad sin interposiciones preconcebidas, es decir, desestimando una generalización construida por la reunión de elementos comunes, la singularidad del objeto, la «anomalía», que el tipo ideal descarta, pasa a ocupar el centro del escenario.
Las consecuencias de ese desarrollo problemático son incalculables de manera apriorística, y establecen las condiciones para reformular cualquier esquema. Esto se contempla con claridad meridiana en el ejemplo citado sobre las irregularidades de la economía mundo: si se despliegan las consecuencias teóricas que nos brindan los países desarrollados productores de materias primas, surgen de manera encadenada conceptos que, esclareciendo la producción capitalista (disciplina de los precios, ley del valor mercantil a escala mundial, tendencia a la igualación de la tasa de ganancia entre diferentes ramas de la producción, etc.), imponen la crítica al esquema recibido en la teoría de la dependencia. El exclusivo recaudo para estimar la singularidad de manera indubitable estriba en la sujeción al objeto real; la construcción del modelo, en cambio, ofrece, con sus imprecisas y caprichosas alternativas de elección, la posibilidad cierta de anularla. La búsqueda de esa peculiaridad es un criterio que se desprende de estas consideraciones y rige el tratamiento de los temas de este libro, desde los caballeros villanos hasta la inserción de Castilla en los flujos económicos externos.
Advertirá ahora el lector que no fue ocioso recorrer la cuestión epistemológica que sigue dividiendo el estudio del pasado, y que incluso aísla a los investigadores en reductos sin comunicación mutua. De alguna manera, los estudios que aquí se ofrecen pueden ser contemplados, desde esta perspectiva, como un diálogo medievalista entre los padres fundadores de las ciencias sociales. Si, como creo que ha quedado explícito, mis inclinaciones son definidas hacia Marx, el aporte de Weber no ha dejado de admitirse en muchos aspectos particulares de los estudios de este libro, desde el concepto de estamento hasta el de expropiación política de la nobleza por la burguesía. La distancia crítica no impide la recepción de proposiciones, y este aspecto atañe a cuestiones expositivas.
ACERCA DE LA EXPOSICIÓN
El franco compromiso con la interpretación y el método presupone una representación combinada de análisis histórico y análisis de teorías recibidas. No se toman estos dos abordajes como momentos separados de la investigación sino como una práctica única y complementaria. Dilucidar el problema que esconde la obra examinada es, también, resolver el problema que esconde el objeto que atrajo nuestra atención.
En estas condiciones, la controversia se torna inevitable. No es un desprendimiento secundario, o accidental, del examen fáctico sino la sustancia de un pensamiento que se desenvuelve, como un diálogo platónico, por oposiciones. Cuando en la antinomia se halla la riqueza de un contenido, la disidencia enriquece. Cada quaestio es, pues, una potencial disputatio.
Con la refutación aparece el peligro de confundir crítica con descalificación. Esta última, la descalificación, sólo se disculpa cuando la indigencia del juicio se recubre de soberbia. No es el caso de este libro. Aquí sólo se disputan cuestiones con investigadores cuya labor infunde respeto, y, como hicieron los escolásticos, las soluciones se encuentran en el exclusivo plano argumental.
No creo que los estudios que aquí se presentan estén destinados a un ateneo de iniciados. La experiencia que realicé como docente en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo de Buenos Aires me reveló que la historia de la Edad Media está al alcance de todo el que desea comprender el presente. Y con deseos de transformarlo. Cada intervención en las ciencias sociales tiene una inevitable carga política.
ACERCA DEL PASADO Y DEL PRESENTE
Mis orientaciones son definidas: trato de afrontar una compresión crítica, que no es sinónimo de retórica condenatoria. Ese entendimiento está contenido en el estudio de cuestiones sustanciales del proceso histórico, el único abordaje que permite disolver la forma aparencial inmutable del marco de nuestra existencia. Es el procedimiento que también revela la posibilidad de transformación implícita en la estructura, con lo cual la crítica adquiere una connotación revulsiva para el estado de cosas. Incluye no detenerse ante ningún corolario que surge de la indagación, lo que es en general molesto para los que militan preservando el sistema. Pero también suele inquietar a quienes lo enfrentan cuando ese comportamiento intelectual afecta a alguna ortodoxia.
La investigación, guiada por este principio, adquiere un movimiento propio que, en estos estudios, condujo a revisar ciertos postulados de Marx con referencia a la génesis del capitalismo. El sistema teórico que apoya los presentes trabajos ha pasado, entonces, a ser objetado en cuestiones que se incorporaron a la tradición del materialismo histórico. En este procedimiento está el presupuesto para construir el pensamiento marxista (una construcción permanente, como dijera ese extraordinario historiador que fue Pierre Vilar). Es a su vez una condición para reformular un proyecto de acción que incluya no sólo socializar los medios de producción (lo que se llevó a cabo en el socialismo real), sino también la disolución del estado burocrático policial para conquistar el reino de la libertad (la tarea que raras veces se intentó). Esta confesión, que mezcla el trabajo con aspiraciones políticas, se justifica en el nexo orgánico que une la inquietud práctica de un ciudadano con la práctica cotidiana del historiador.
Ese vínculo rigió, con prescindencia de posiciones específicas,