Punta de lanza. Jorge A. Freire

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Punta de lanza - Jorge A. Freire

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      ni tú tan bella,

      y el lobo no era feroz,

      y Caperucita odiaba el rojo

      y además era daltónica,

      cursi,

      ninfómana,

      mala vecina

      y abandonó a su abuela en una gasolinera.

      La bruja del cuento era ignífuga,

      y la leña estaba húmeda,

      y los dulces se pusieron duros,

      y los niños no murieron de un torzón,

      pero poco les faltó,

      mientras sus compañeros de clase

      comían en comedores sociales,

      sufrían acoso,

      no tenían móvil de última generación,

      ni paga que gastar.

      Los enanitos jugaban al baloncesto,

      hay madrastras que cocinan bien,

      manzanas sin veneno,

      ni sabor,

      ni gusanos,

      y Blancanieves sufría de insomnio.

      No hay besos suficientes para despertarte,

      y los espejos no saben mentir,

      ni traen mala suerte si se rompen,

      porque eso viene de serie.

      Los tres cerditos se llevaban mal,

      y el casero no soplaba,

      sólo regentaba un fondo buitre

      y les subía el alquiler.

      Pinocho tomaba viagra para poder mentir,

      la ratita presumida era cleptómana

      y lo confesaba en sueños,

      y nadie fue feliz,

      ni comieron perdiz,

      pero cada uno cuenta los cuentos a su manera

      y se engaña como puede,

      porque los príncipes rara vez son valientes,

      y los patitos feos.

      Si me quedara un minuto

      Si me quedara un minuto,

      no lo perdería diciéndote te quiero,

      trataría de besarte,

      me agarraría a tus muros,

      y dejaría un grafiti en tus paredes,

      me ahorraría en notarios,

      testamentos,

      epitafios,

      declaraciones.

      Si me quedara un minuto

      de la última de mis siete vidas,

      no saldría a la calle a coger aire,

      que después no podría gastar,

      me tumbaría contigo

      en mi lecho de papel de fumar

      a esperar tranquilo mi regreso,

      a que me cante mi cisne,

      a que se doblen mis campanas.

      Si me quedara un minuto

      y me alcanzara el aliento,

      rondaría por tus aceras

      de miradas tristes,

      de pupilas desgastadas,

      de iris miopes,

      desprendiendo retinas,

      agujereando vítreos,

      entornando párpados,

      tratando de fijar una imagen

      que llevarme a mi alma famélica

      de hambres atrasadas

      y quimeras incumplidas.

      Si me quedara un minuto,

      no lo perdería escribiendo tonterías.

      Punta de lanza

      No quiero ser la prioridad de nadie,

      ni ser imprescindible,

      ni apoyo,

      ni soporte,

      ni regazo.

      No aguanto ese tipo de presión,

      pero cargo sobre mis hombros el peso del mundo

      y no me atrevo a quejarme,

      porque los privilegios son transparentes,

      prístinos,

      ineludibles,

      intransferibles,

      no dependen del albedrío,

      ni de las formas de las nubes,

      ni de cuerdas de instrumentos,

      ni de voluntades,

      ni testamentos.

      Quiero besar pies limpios,

      y bocas sucias,

      y sacar conclusiones,

      y plantearme cuestiones ya sabidas,

      y resolver ecuaciones trilladas,

      y volver a empezar,

      y saberme inútil,

      sabio,

      genial,

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