Punta de lanza. Jorge A. Freire

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Punta de lanza - Jorge A. Freire

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      gilipollas,

      estupendo,

      y hasta guapo.

      Quiero que me miren con saña,

      que me juzguen con distancia,

      que me besen con cariño,

      que me desnuden con prisa,

      que me vistan despacio,

      que me sirvan el desayuno,

      volver a dormirme

      y soñar contigo,

      que sigues a mi lado,

      digo yo,

      y si no,

      me basta con imaginarte,

      ser punta de lanza,

      adalid,

      caballero andante,

      molino de viento manco,

      vagabundo,

      buscavidas,

      rompecorazones,

      caracola,

      kraken,

      criatura abisal,

      alienígena,

      barro en tus manos,

      saliva en tu boca,

      trombo en tu cerebro,

      adrenalina,

      pulso en tu muñeca.

      Y si no quieres,

      no pasa nada,

      ya vestí tus ropas

      y quemé tus naves,

      y viví en tu cuerpo,

      como un virus,

      sin vacuna deseada,

      sin salida buscada,

      sin ventanas,

      sin quicios en las puertas,

      sin aire,

      sin canciones,

      sin recuerdos que me maten,

      y tal vez en otra vida te encuentre,

      y no te reconozca,

      y no valga de nada,

      ni esto,

      ni aquello,

      ni de lo más allá,

      pero las cosas son así

      y así se muestran,

      como un tesoro escondido,

      como la brisa tímida,

      como un accidente,

      como Hansel sin Gretel,

      como una bruja con diabetes,

      como una risa sin dientes,

      como un cascanueces,

      como tu yo sin mí,

      como yo sin mi tú.

      Y en esas ando,

      tratando de encontrar un sitio,

      que no me pertenece,

      que me acoja,

      que me baste,

      que me alcance,

      que me sobre.

      Ciudadano universal

      De todos los lugares de los que pude haber sido

      no me quedo con ninguno,

      en todo caso con Irlanda,

      porque soy borracho,

      y algo bohemio,

      y me gustan los acantilados,

      con sus rocas ahí abajo,

      mirando hacia arriba,

      invitándote a una pinta con mucha espuma,

      y mis tierras altas no te llegan ni a la mitad

      de tus tacones de aguja,

      que se clavan en mi alma de perdedor compulsivo,

      de matarife acostumbrado a perdonar vidas,

      a celebrar soledades,

      de cobrador sin frac que condona deudas

      por besos mal dados,

      que tiene alma de oveja,

      pero se viste de lobo,

      porque el hábito sólo es hábito si te habitúas a ello.

      De todos los lugares de los que pude haber sido

      no me quedo con África,

      aunque me gustan sus paisajes y sus árboles invertidos,

      y sus negros sin sus mantas,

      pero no soporto el calor si no es humano,

      y a veces con reservas,

      que las fiebres son muy suyas.

      Ni tampoco con Europa,

      que iguala monedas,

      pero hace excepciones,

      confunde credos,

      impone aranceles,

      abona trincheras,

      que olvida los pasados

      que le hacen repetirse,

      que pone diques al mar,

      como si valiera de algo.

      Ni

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