La formación de los sistemas políticos. Watts John
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Bernard Guenée tomó un camino bastante distinto. En varios ensayos publicados en la década de 1960 y en su libro de 1971 sobre Les États, lanzó una poderosa y multifacética crítica contra las antiguas obras que hablaban del crecimiento estatal. Una parte esencial de su interés era apartarse del énfasis en «la transición» que realizaban los relatos del periodo. Pensó que las formas de estado de la Baja Edad Media debían ser vistas en sus propios términos, como algo distintivo de los siglos XIV y XV. Lo que en su visión caracterizaba a los estados de este periodo era un tipo de dualidad: la prominencia equivalente del gobernante, por un lado, y del país, la nación o la comunidad, por el otro, en las ideas y estructuras de la época. El primero era normalmente un príncipe; el segundo estaba parcialmente representado por organizaciones estamentales, pero también podía manifestarse a través de redes aristocráticas o revueltas populares. La cultura política prescribía el «diálogo» como la mejor manera para hacer funcionar dicha estructura dual, y el desarrollo de las instituciones gubernamentales y las prácticas políticas del periodo se combinaron para asegurar que aquella fuera ciertamente la figura clave de la evolución política. Una consecuencia del intento de Guenée por rescatar el periodo de la posición que ocupaba en las narrativas de gran escala fue que se centró más en describir las estructuras de los estados bajomedievales que en explicarlas u observar sus transformaciones con el paso del tiempo. Con todo, su obra no está desprovista de un elemento narrativo y, como se ha indicado anteriormente, ofrece, de forma esquemática, un modelo de tres fases para el periodo. Según proponía, desde finales del siglo XIII a mediados del XIV se habría producido un largo periodo de crecimiento burocrático que incluía la aparición de oficinas de gobierno y la multiplicación de los oficiales, lo que acabaría favoreciento a los estados regios y estimulando la conciencia nacional, aunque no hubiera una continuidad. Las crisis de las décadas de 1340 y 1350, causadas por las pestes, la guerra y la escasez de plata, habrían frenado el desarrollo gubernamental e introducido un segundo periodo de cincuenta a setenta y cinco años protagonizado por las órdenes caballerescas, las instituciones representativas, las revueltas populares y la concesión de privilegios a nobles, municipios y provincias. Estas tendencias descentralizadoras habrían producido una corriente democrática que habría alcanzado una especie de cénit en torno a 1400, aunque el caos que acompañaría los acontecimientos posteriores, como el «movimiento conciliar», la revolución husita de Bohemia o las luchas entre los Borgoña y los Armañac en Francia, habrían llevado a un tercer periodo de reafirmación monárquica, que ganaría fuerza a partir de 1425 aproximadamente. En muchos sentidos, la Baja Edad Media habría finalizado con un regreso a la situación de finales de siglo XIII –reyes fuertes que gobernaban mediante burocracias nacionales–, pero con ciertos avances permanentes por la experiencia de aquellos dos siglos: un sentido más fuerte del estado nacional, quizás, y una sociedad más organizada y estratificada.
Estas ideas llegaron demasiado tarde como para causar un impacto notable en el contenido de los manuales británicos, que fueron redactados mayoritariamente en la misma época. En todo caso, además, a pesar del refrescante razonamiento que había detrás, el modelo de tres fases de Guenée se basaba en ciertas explicaciones habituales sobre el cambio constitucional que recordaban a las antiguas narrativas de crisis y recuperación. En su énfasis en el diálogo, sin embargo, y en su serio intento de conectar con la sociedad política y con la cultura política (o con los propios procesos políticos en sí mismos), el trabajo de Guenée anticipó en cierta manera los proyectos europeos de estudio del crecimiento estatal iniciados por Jean-Philippe Genet y Wim Blockmans en la década de 1980. Gracias a la iniciativa de estos, ha empezado a emerger un relato comparativo más rico y razonado sobre la formación de los estados europeos en la Baja Edad Media. Los volúmenes temáticos publicados por la European Science Foundation abarcan de 1200 a 1800 y prestan una atención variable a nuestro periodo, pero, en cualquier caso, el «modelo de funcionamiento» de Genet sobre la «génesis» del estado moderno está directa y sensiblemente relacionado con los siglos XIV y XV, y ha ejercido una influencia muy amplia, en particular en Francia y en España.45 En esta interpretación el nacimiento del estado moderno se da aproximadamente entre 1280 y 1360, y su factor clave es, nuevamente, la presión de la guerra y los mecanismos fiscales y de representación vinculados a ella. Los cambios socioeconómicos, que junto al desarrollo de la fiscalidad estatal erosionaron la independencia política de los señores feudales, facilitaron su crecimiento y aseguraron que las jerarquías sociales informales se remodelaran en torno a las estructuras estatales en expansión, buscando controlarlas más que rechazarlas. Este patrón, conocido como bastard feudalism en la historiografía inglesa, pudo implicar alguna perturbación del poder estatal, pero Genet destaca que también ayudó a confirmarlo y a esparcir su influencia entre la sociedad; así, la ambivalente relación entre gobierno y sociedad política puede ayudar a estructurar y explicar tanto los convulsos hechos políticos de la Baja Edad Media como su resultado a comienzos del siglo XVI en un tipo de estados con menos impugnaciones y mayor centralización. De manera similar, el temprano desarrollo del estado secular habría tendido a producir conflictos con la Iglesia, pero en el largo plazo las técnicas clericales, el personal y en definitiva la institución en sí misma habrían sido asimilados con éxito. Finalmente, no habrían sido solo los factores sociales y políticos los que habrían determinado el progreso del estado, sino también los culturales. Genet pone un especial énfasis en tres desarrollos: la creación de una comunidad política nacional en diálogo con el príncipe, que sitúa en la década de 1290; la gradual evaporación del monopolio eclesiástico sobre los lenguajes del poder, en favor de una diversidad de campos discursivos, y la creciente preeminencia de un lenguaje específicamente político a finales de siglo XV. Ciertamente el estado afrontó problemas en dicho periodo y aún más tarde, pero constituía ya irreversiblemente el presente de la política europea.
Wim Blockmans, por su parte, presta más atención al papel de las ciudades en el desarrollo de los estados.46 Según argumenta, después de que una primera ola de formación estatal en los siglos XI y XII creara reinos y principados feudales, una segunda ola, vinculada a la comercialización del siglo XIII, habría producido un escenario más complejo, en el que los gobernantes pudieron crear a menudo gobiernos más poderosos, al tiempo que los municipios recién enriquecidos aprovecharon su concentración de capital y población para adquirir derechos políticos. En consecuencia, los siglos XIV y XV se habrían caracterizado por un espectro de formas políticas que iba desde las ciudades autónomas, allí donde los gobernantes eran notablemente débiles, hasta los reinos aristocráticos, allí donde los municipios estaban menos desarrollados. Entre ambos extremos se daría otra situación más habitual en la que unos reyes y príncipes razonablemente vigorosos se enfrentaban a unos municipios cuyo poder era sustancial, pero no arrollador. Normalmente, estos municipios se unirían con otros en ligas o estamentos representativos, lo que acabaría contribuyendo a una política de negociación con los gobernantes circundantes. A finales del siglo XV, sin embargo, las exigencias de los «sistemas estatales» en desarrollo llevarían a los gobernantes más poderosos a reunir ejércitos más grandes e imponer tributos más onerosos, mientras que la estagnación económica habría reducido la riqueza relativa y el poder de negociación de la mayor parte de los municipios. Bajo estas circunstancias, los municipios quedarían definitivamente subordinados, las instituciones representativas