La formación de los sistemas políticos. Watts John
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La formación de los sistemas políticos - Watts John страница 7
Se considera que esta mezcla de transición y depresión habría tenido una relevancia tanto general como específica para la política del periodo. Para historiadores marxistas como Robert Brenner, Rodney Hilton y Guy Bois esto es axiomático –para ellos, el orden sociopolítico dirige el movimiento de la economía, independientemente de lo que dicho orden deba a su vez al modo predominante de producción–, pero las principales bases que sirvieron para abordar la política bajomedieval desde un punto de vista socioeconómico fueron puestas por un grupo de historiadores franceses de posguerra con unas afiliaciones ideológicas más variables e imprecisas: Édouard Perroy, Robert Boutruche, Jacques Heers, Michel Mollat y Philippe Wolff, entre otros.16 Los estudios de esta tradición proponen que las adversidades de la sociedad del siglo XIV crearon una atmósfera general de dislocación que estaría en la base de las revueltas, parcialidades y guerras del periodo. Más específicamente, las condiciones socioeconómicas habrían provocado los alzamientos populares y pogromos que estallaron tanto en las áreas urbanas como en las rurales en torno a las décadas de 1320, 1350 y 1380, al tiempo que una crise nobiliaire, resultante de la caída de los ingresos señoriales, habría estimulado la violencia aristocrática y la agitación a lo largo del continente. En Occidente, los nobles empobrecidos habrían impulsado a sus gobernantes a la guerra para sacar provecho de los «presupuestos por el servicio nobiliario» –ya llegaran en forma de sueldos militares pagados a los capitanes o en forma de derechos para controlar la recaudación y el gasto de los tributos reales que se imponían sobre la población local–.17 Así pues, la dependencia resultante de la nobleza respecto a los sueldos, los oficios y las pensiones del rey estaría supuestamente en la base de las diversas guerras civiles y conflictos del periodo, especialmente en el siglo XV: la distribution of patronage, por usar la expresión típica en la historiografía inglesa, habría sido una cuestión de profundo significado económico y social para los propietarios que ya no eran capaces de mantenerse únicamente con los ingresos de sus tierras; se ha sugerido así que esta era la realidad subyacente a las intrincadas luchas que dominaron la política de los estados emergentes. Mientras tanto, en áreas donde el poder central era menos efectivo, especialmente en la Europa Centro-Oriental, pero también en España, los señores habrían tenido éxito limitando las libertades del campesinado, imponiendo una «segunda servidumbre» y defendiendo vigorosamente su control de los excedentes campesinos contra las intrusiones reales. Al mismo tiempo, gentes como los raubritter («caballeros-ladrones») o los routiers («mercenarios ambulantes») habrían protagonizado abiertamente «guerras por la tierra», buscando reemplazar los ingresos señoriales perdidos a través del antiguo arte del saqueo. Así pues, gran parte de la cultura y la política de la Baja Edad Media se ha explicado teniendo en cuenta esta intensa serie de alteraciones demográficas, económicas y sociales, y el papel adjudicado a la economía ha sido central en la mayor parte de la bibliografía acabada de citar, por no decir que en toda.
Existen, sin embargo, importantes problemas con las interpretaciones políticas invocadas por dicho contexto socioeconómico generalizado. En primer lugar, hay –y siempre lo ha habido– un desacuerdo sustancial entre los historiadores sociales y económicos acerca de qué estaba sucediendo en verdad durante aquel periodo. Como el propio Perroy señalaba en 1949, «crisis» es una palabra ambigua –puede significar punto de inflexión, pero también depresión y, en este sentido, los historiadores han disentido profundamente sobre la condición de la economía bajomedieval, por no hablar de la naturaleza de su relación con la vida social y política–.18 Si bien existe un gran consenso sobre la estagnación de la primera mitad del siglo XIV y la deflación de mediados del XV, las valoraciones sobre el final de ambas centurias varían ampliamente, con algunos autores que enfatizan la vitalidad y la expansión (especialmente en las manufacturas) y otros que destacan la recesión y el declive. Puede parecer obvio que el descenso generalizado de la población de finales del siglo XIV y principios del XV produjera una contracción de la economía, pero, evidentmente, el mismo descenso demográfico también generó un balance más positivo entre población y recursos, creó nuevos mercados para bienes y, como han enfatizado especialmente los historiadores marxistas, coincidió con ciertos progresos socioeconómicos agudamente divergentes en Oriente y Occidente. Incluso se han llegado a cuestionar algunas de las presunciones más básicas de la historiografía, con un destacado historiador que ha desafiado la antigua creencia universal de que Europa había llegado al límite de su sostenibilidad demográfica en torno a 1300, mientras que otro ha sugerido que la población de Francia en 1328 era quizás tan solo la mitad de lo que solíamos creer.19
Al mismo tiempo, los historiadores franceses y alemanes son cada vez más escépticos sobre el supuesto empobrecimiento de la nobleza bajomedieval: por más que las rentas estrictamente agrarias pudieron haber declinado, dichas familias siempre habían extraído ingresos de una notable variedad de recursos –molinos, mercados, peajes, tallas, diezmos, jurisdicciones– y siguieron haciéndolo; ciertamente se pudieron beneficiar de los nuevos mecanismos gubernamentales, como la fiscalidad real, pero también continuaron beneficiándose de los antiguos.20 No en vano, la propia noción de «crisis» ha quedado en entredicho: el difunto Stephan Epstein la reconfiguró como una «crisis de integración» –un proceso de ajuste de las estructuras mercantiles del continente– y muchos historiadores italianos han abandonado el término en general, prefiriendo hablar de «reconversión» o «transformación».21 Por supuesto, para los historiadores de la economía que trabajan con datos fragmentarios y locales resulta complicado distinguir las sacudidas cíclicas de las tendencias a largo plazo, por lo que es difícil decidir dónde poner el énfasis cuando cada cambio demográfico o social produce una mezcla de resultados positivos y negativos. Si alguna vez fue posible llegar a un cierto consenso, o si existieron debates manejables entre los que enfatizaban los aspectos depresivos de la economía y los que se centraban en las áreas de crecimiento, la imagen es ahora demasiado compleja como para resistir a una generalización. Bajo estas circunstancias, la pretensión de que la economía sirva como mecanismo central de explicación e interpretación de la vida política medieval parece endeble.
De hecho, los intentos por relacionar las causas económicas y las consecuencias políticas siempre han sido algo escurridizos. En primer lugar, los modelos principales de la economía política tienden a centrarse en el siglo XIV, dejando para el XV una mezcla relativamente poco teorizada y explorada de estagnación y recuperación.22 Es cierto que hay un énfasis bien establecido en el papel de los factores monetarios en los problemas de mediados de siglo y que ha habido también cierto interés en la «economía del Renacimiento», pero, en conjunto, las explicaciones economicistas no dominan los relatos de la política del siglo XV como lo hacen con el XIV.23 A su vez, a partir de investigaciones más detalladas ha quedado claro que ni las dificultades económicas ni el bienestar explican demasiado sobre las revueltas políticas del periodo, ya fueran populares o aristocráticas. La visión de Mollat y Wolff acerca de que el empobrecimiento habría dado lugar a los alzamientos de las décadas de 1350, 1370 y 1380 se ha mostrado errónea en suficientes casos como para que la descartemos definitivamente como causa general, mientras que la explicación alternativa –la prosperidad