Tocqueville en el fin del mundo. Gabriela Rodríguez Rial

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Tocqueville en el fin del mundo - Gabriela Rodríguez Rial Filosofía y Teoría políticas

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sí fue de la partida, lo mismo que Dalmacio Vélez Sarsfield (1800-1875), igualmente oriundo de la provincia mediterránea y que había viajado por muchos lugares de la entonces Confederación Argentina6 acompañando al caudillo federal Juan Facundo Quiroga (1793-1835). Marco Avellaneda (1813-1841), nacido en Tucumán, donde volvió a residir en 1834, fue parte de la audiencia que escuchó la alocución pronunciada por su coterráneo, Alberdi. Pero el íntimo amigo de este último, Miguel Cané padre (1812-1852), con quien compartió libros y cuya abuela, Bernabela Farías de Andrade, lo adoptó como un nieto más,7 leyó las intervenciones impresas días más tarde, porque ya se encontraba exiliado en Montevideo. Además de Santiago Cazaldilla (1806-1896) y Vicente Fidel López (1815-1903), que escribieron en sus años de vejez memorias donde contaron este acontecimiento junto con otras aventuras de juventud, asistieron al acto de apertura de esta sociedad filosófico literaria María Sánchez (1786-1868), viuda de Martín Thompson desde 1819 y ya separada de Washington de Mendeville, en cuya casa de interpretó por primera vez, en 1813, el Himno Nacional Argentino, y Vicente López y Planes (1814-1856). Este último, de 52 años, autor de la letra de la ya mencionada canción patria y político experimentado, cerró la velada con unas palabras que auguraban a la sociedad y sus jóvenes miembros un futuro promisorio. Juan Thompson (1809-1873), hijo de Mariquita, charlaba con su amigo Félix Frías (1816-1881) y se manifestaban algo recelosos del anti-hispanismo del discurso de Gutiérrez. Como buenos católicos practicantes no compartían el rechazo a la religión y culturas heredadas de la madre patria. Y sentado en un rincón, quizás cerca de Rafael Corvalán (1809-1860), hijo del edecán del gobernador Juan Manuel de Rosas (1793-18), el napolitano Pedro de Angelis (1784-1859) escuchaba atento para redactar una detallada crónica en los periódicos oficiales. No muy lejos, se encontraba José Mármol (1817-1871), futuro autor de Amalia, que charlaba acaloradamente en sus contertulios. Algo más desapercibido pasaba Juan Bautista Cuneo, que se había escapado de la península itálica por las persecuciones sufridas por los partidarios de Giuseppe Mazzini. Él fue quien seguramente relató, años después, a su amigo Bartolomé Mitre, ausente del encuentro, lo que dijeron Alberdi, Sastre y Gutiérrez.

      Meses después del acto inaugural, Sastre le escribe a Esteban Echeverría para que organice un plan de lecturas para debatir en el Salón Literario. Luego de algunas dilaciones, el escritor acepta. Más tarde, se cree que el poeta asumió la presidencia de la asociación. Sin embargo, el 10 de enero de 1838, con un escenario político convulsionado, dentro y fuera de la Confederación, el Salón Literario cierra sus puertas y Sastre remata los libros que le quedaban en el stock del gabinete de lectura. Quizás este hecho haya sido el incentivo para que Echeverría pusiera en marcha un proyecto político cultural que tuvo su impronta: la Asociación de Mayo, fundada el 8 de julio de 1838. Esta sociedad, que en su origen se denominó Joven Argentina, bajo el influjo de los conspiradores de la Joven Italia, tuvo filiales en otras ciudades, además de Buenos Aires, y sus miembros se juramentaron un código que expresaba sus expectativas respecto del porvenir político y social de la futura nación Argentina. Ese fue el manifiesto liminar de la Generación de 1837 que la posteridad conoció con el nombre de Dogma Socialista.8

      Lo relatado hasta aquí está documentado, aunque los testimonios no coinciden en las fechas exactas en que estos eventos sucedieron. Quienes han narrado los primeros momentos de la Generación de 1837, contemporáneos o no, han tendido a mitificar estos hitos institucionales con la intención de que los orígenes de esta sociabilidad estén a la altura de las expectativas que tiene todo aquel que evoca a estas figuras fundacionales de la política y la cultura argentinas.

      En este capítulo se cuenta la historia colectiva de la Generación de 1837 como grupo cultural y político. A diferencia de los capítulos siguientes, el foco no está puesto en personas singulares ni en sus roles de autores de textos emblemáticos de una embrionaria ciencia política argentina sino en la sociabilidad generacional que les da unidad como un colectivo. Y lo que resulta más llamativo es que esa identidad colectiva sigue operando cuando amistades o relaciones cercanas se deterioran a partir de 1852, tras la caída del régimen político encabezado por Juan Manuel de Rosas en la provincia de Buenos Aires.9 Entonces, varias figuras representativas de la Generación de 1837 asumen posicionamientos políticos que los distancian entre sí.

      Hemos utilizado el término sociabilidad aplicado a la Generación de 1837 sin explicar su sentido. Desde un punto de vista técnico, es decir, como categoría de la historia política, según Pilar González Bernaldo de Quirós (2004: 434), “la sociabilidad remite a prácticas sociales que ponen en relación un grupo de individuos que efectivamente participan de ellas y apunta a analizar el papel que pueden jugar esos vínculos”. Pero también la sociabilidad es un vocablo nativo que utilizan algunos miembros de la Generación de 1837 para referirse a un conjunto de reglas o valores compartidos que caracterizan a un determinado momento del proceso civilizatorio occidental moderno en un contexto temporal y geográfico determinados. Es un sinónimo de civilidad, tal vez un término más preciso desde un punto filosófico político, aunque esta categoría es más usada por los analistas de la Generación de 1837 que por quienes se identificaban como parte de ese colectivo (González Bernaldo de Quirós, 2004: 423-424, 427, 430-431; Villavicencio y Rodríguez, 2011). A su vez, es factible referirse a una sociabilidad conceptual común que remite la concepción tocquevilliana de la Ciencia Política y permite articular los usos de democracia, nación, república, gobierno representativo, ciudadanía observables en diferentes intervenciones de referentes de la Generación de 1837 en distintos momentos de sus trayectorias (Betria y Rodríguez Rial, 2018).

      Un estudio historiográfico de la Generación de 1837 como una sociabilidad político-cultural implica, en un plano epistemológico, que se deben tener en cuenta prácticas e instituciones y analizar cualitativamente elementos estructurales (capitales sociales o culturales, posiciones, relaciones) que pueden cuantificarse. Para poder abordar esta última dimensión, identificamos un conjunto de agentes sociales compuesto por más de cincuenta individuos, todos hombres con excepción de una mujer, María Sánchez, y un conjunto de indicadores que remiten a propiedades posicionales o relacionales.10 En lo que sigue de este capítulo, luego de dar cuenta de espacios, más o menos formalizados, donde se vincularon y explicar por qué creemos que la denominación Generación de 1837 es la más adecuada para referirse a la identidad compartida por esta elite político intelectual, se describirán las etapas de este colectivo político generacional y se analizará esa sociabilidad desde un punto de vista estructural a partir de una metodología que combina la sociología de los campos y habiti de Pierre Bourdieu (1998) con el análisis de redes.

      Comenzamos la introducción de este capítulo refiriéndonos al Salón Literario y al juramento de la Joven Argentina, que constituyen hitos institucionales tan míticos como reales de la sociabilidad de la Generación de 1837. Para comprender las características y el impacto de los mismos en la configuración de una identidad generacional es necesario distinguir tres tipos de espacios de sociabilidad presentes en los distintos momentos de la trayectoria de este colectivo intelectual.

      Un primer tipo corresponde a los espacios de encuentros fuertemente institucionalizados por las asociaciones o sociedades que cuentan con al menos una nómina relativamente explícita de miembros. La Joven Argentina contó con al menos treinta y cinco miembros (Gutiérrez, 1940: 42) y sus filiales, por ejemplo la de San Juan organizada a instancias de Manuel Quiroga Rosas y Sarmiento (2001:133) y de la que participaron Indalecio Cortínez, Aberastain, Guillermo Rawson (1821-1890) y Benjamín Villafañe, o la de Córdoba, organizada por Vicente Fidel López, constituyen un claro ejemplo de sociedades políticas (Echeverría, 1940: 105-107). Estas últimas, sin dejar de lado el debate cultural, tenían como objetivo proponer un modelo de hacer política, protagonizada por los miembros de la joven generación, que superara las deficiencias que, a su juicio, tenían tanto los federales como los unitarios, hasta entonces los partidos o facciones políticas predominantes.11 El carácter claramente político de estas asociaciones se vio reflejado no solamente por

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