La democracia de las emociones. Alfredo Sanfeliz Mezquita
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу La democracia de las emociones - Alfredo Sanfeliz Mezquita страница 14
• El otro grupo, en el extremo, se representa poniendo de forma permanente el peso en la necesidad de igualdad y en el mundo de los derechos. De forma expresa o tácita considera que las diferencias son equivalentes a injusticia y justifican sus argumentos atribuyendo los logros de otros a las ventajas de partida con las que han contado quienes han conseguido alcanzar posiciones privilegiadas. Viven estimando que tienen el mismo derecho a disfrutar de lo que pueden disfrutar otros. Pueden tender a mirar a los más privilegiados con cierto resentimiento e incluso reproche por haberse apropiado de las ventajas de un orden establecido favorable para ellos y por someter a los más desfavorecidos. Argumentan que los más necesitados deben recibir ayuda o compensación de quienes más tienen, no por compasión sino por tener pleno derecho a ello, y por ser lo justo, y consideran que cooperando se producen mayores frutos y bienestar que compitiendo. En general este bloque se siente de mejor condición moral, a la vez que rehuye hacer un análisis de las consecuencias para la sociedad y su desarrollo del hecho de mantener este principio durante largo tiempo. De alguna forma parece que para ellos la riqueza se asocia a explotación o especulación, que son generadoras del sufrimiento que provocan las injustas diferencias. Por último, admiten mejor el prohibir lo que siempre se ha podido hacer y la mayor presencia del Estado en la ordenación de nuestras vidas. Nos referiremos en lo sucesivo a quienes encarnan estas ideas, creencias o ideologías como más de izquierdas, progresistas, reivindicadores o gritones.
Dentro de esta simplificación, me atrevo a decir que cada una de esas posturas impregna la ideología y forma de pensar de las posiciones polarizadas que en muchos aspectos existen en nuestra sociedad en relación con las libertades individuales, el nivel de impuestos adecuado, las exigencias de renta mínima y solidaridad, los niveles de desigualdad tolerables o las formas de relacionarse con lo políticamente correcto. Entre medias de estas posiciones extremas y simplificadas se encuentran versiones moderadas, intermedias, combinadas y equilibradas con todo tipo de matices. Cada una de ellas es fruto de nuestra educación, moral, costumbres, y en definitiva de los principios aceptados o rechazados de nuestro contrato social. Y cada una de estas variantes modula las creencias y visiones de una y otra de las dos posturas, contribuyendo con ello a la creación de múltiples grupos o colectivos de personas que nacen y se desarrollan en torno a las distintas visiones en relación con unos y otros temas sociales. Y con esas distintas visiones vemos la vida con uno u otro color.
Cada una de estas visiones tiene sus atractivos y sus riesgos de degeneración si no tienen contrapesos, y por ello el mundo solo podrá sobrevivir con una lucha permanente en el tiempo entre una y otra visión sin que ninguna de ellas pueda quedar impuesta de forma definitiva sin caer en una u otra forma de degenerante tiranía. Esperemos que esa lucha sea siempre mínimamente civilizada.
La confusión entre «comprender» y «aceptar». Lo que no nos interesa no somos capaces de verlo o comprenderlo
Cuando leemos o escuchamos las reflexiones que vengo haciendo sobre la sociedad y el ser humano es muy posible que se despierte en nosotros cierto rechazo. La visión ideologizada de unos y otros puede impedirnos comprenderlas adecuadamente. En general a los privilegiados les cuesta entender y aceptar que lo son y el hándicap que sufren los que no lo son para disfrutar y hacer efectivas las mismas oportunidades. Seguramente sienten que el hecho de comprender la posición de los menos privilegiados y entender sus opiniones respecto a determinados temas les obliga a compartirlas, con el riesgo de contribuir con ello a la pérdida del privilegio. En otras palabras, parece que quien es un privilegiado y reconoce las ventajas de serlo frente a los que no lo son en la carrera de la vida debe ceder y renunciar a sus beneficios al sentirse incómodo ante una injusticia o desequilibrio. Y es que en cierto modo la toma de conciencia que surge en nuestro interior al visualizar las ventajas de ser un privilegiado nos produce una incomodidad. Recordemos que nos negamos a aceptarnos como seres interesados y ello exige ciertas dosis de autoengaño para creernos los relatos legitimadores de nuestra ideología. Dicho de otra forma, preferimos mantener la ignorancia y no comprender al desfavorecido para evitar el incómodo dilema moral que nos produce la comprensión.
Por su parte, los gritones y reivindicadores y los que representan las causas de los menos favorecidos rehuyen de forma consciente o inconsciente el análisis o debate sobre las consecuencias de aplicar los principios de justicia que representan pues saben que de hacerlo tendrían que aceptar que esos principios, aun siendo muy atractivos moralmente y en el plano humano, están faltos de realismo. Se niegan a ver que su visión buenista y algo naif muy posiblemente llevaría a la sociedad a una reducción de la eficacia y de la creación de riqueza, pudiendo degenerar en su no funcionamiento. Piensan en gran medida que los ricos son más felices, sin comprender que su grado de satisfacción está relacionado con su trayectoria y con el nivel de bienestar material al que están acostumbrados, precisamente porque no entienden que el disfrute de la riqueza y el sentimiento de riqueza es en gran medida relativo.
Son esas dificultades de unos para comprender las posturas de los otros y viceversa las que llevan a la dificultad de entender con normalidad el inevitable comportamiento del ser humano en la sociedad, y consiguientemente el funcionamiento de los distintos fenómenos que nos llevan en la sociedad a la complejidad actual, a la indignación, al caos y a fricciones internas y externas.
Pero si miráramos todo desde Marte, como extraterrestres sin interés o implicación alguna en los asuntos de la Tierra que estamos estudiando, seguramente todos estaríamos de acuerdo en admitir con normalidad y sin fricciones las explicaciones de lo que mueve al ser humano, y veríamos como normales o comprensibles los fenómenos y en cierto modo el caos y complejidad actuales de nuestra sociedad.
Es precisamente nuestra implicación, nuestro lugar en el mundo, nuestra historia, y en definitiva nuestra posición relativa en él respecto a la posición de los demás (de nuevo haciendo una simplificación), lo que condiciona y más bien limita nuestra capacidad de comprender las cosas y admitir con normalidad que otros que viven en diferentes contextos y circunstancias se comporten como lo hacen, aunque no nos guste. Es muy posible que no podamos comprender que un «okupa» se meta en una casa que no es suya, pero ello es así porque damos por incuestionable nuestro sistema de principios, reglas y leyes de respeto a lo establecido y a la propiedad. En definitiva, porque, en sentido genérico, quienes así pensamos somos más bien conservadores privilegiados, ya que tenemos mucho que conservar frente a muchos otros que no pueden hacerlo pues poco tienen que les merezca la pena conservar en el ámbito material o de los privilegios.
Espontánea y emocionalmente me enerva cada vez que escucho alguna noticia sobre «okupas» y sobre cuál es el tratamiento que en nuestra sociedad se da a ello con la débil protección para el propietario. Y esa emocionalidad condiciona mi limpia mirada y mi reflexión y me impide poder comprender a los «okupantes». Pero, si lo miro con serenidad, la realidad es que mi dificultad no es tanto para comprender que en sus circunstancias y en nuestro contexto social «okupen» inmuebles; lo que me cuesta y soy incapaz de hacer es aceptarlo por no convenirme aquello a lo que puede llevar esa aceptación. En general, lo que no conviene a nuestros intereses lo convertimos en incomprensible y nos hace desarrollar estrategias de defensa de nuestra posición que supuestamente se apoyan en razones objetivas, pero que, en realidad se sustentan en nuestra capacidad de crear relatos legitimadores de la posición