Tanis y la esfera dorada. Sixto Paz Wells
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Tanis y la esfera dorada - Sixto Paz Wells страница 4
No recuerdo más de aquel sueño pero por la mañana estaba deseosa de contárselo a mis papás y a mi hermana. Al ser un sueño no les resultaría difícil aceptarlo.
Ellos, al escucharlo, se maravillaron de todo lo que les narraba, pero más que nada por mi entusiasmo y alegría.
Al subirnos al coche le pregunté a mi papá, camino al colegio, si hay OVNIS chiquitos del tamaño de una pelota de voleibol.
Mi papi me contó lo que él había leído sobre esas esferas en un libro que trataba sobre OVNIS. Me dijo que en las grandes guerras mundiales se habían visto esas bolas de luz observando a los aviones durante sus bombardeos o misiones de reconocimiento, y hasta se habían dado casos en que esas esferas atravesaban el fuselaje, así creo que se le dice a la estructura de los bombarderos, recorriéndolos por dentro como si no fuesen sólidas. Les llamaban «cazas foo» (Foo-fighters) o «cazas fantasma». Y las veían con sorpresa tanto los de un bando como los del otro. Al parecer esas esferas vienen dentro o debajo de los OVNIS grandes, que son las naves, que las sueltan a discreción. Serían como cámaras robot de televisión controladas a distancia. Hay algunos investigadores que las llaman «caneplas».
–¿Las esferas observaban lo que hacían los soldados? –pregunté muy preocupada.
–Sí, al parecer están muy interesadas en lo que hacemos los humanos en la Tierra –precisó mi papá.
–¡Que vergüenza entonces, porque nos han visto peleando entre nosotros! –comenté bastante contrariada.
–Ciertamente, hijita mía, es muy lamentable que si estos seres existen y vienen de tan lejos se encuentren con ese panorama.
–Ahora ya sé por qué no han bajado todavía. Tienen miedo de que los ataquemos –le dije a mi papá.
–Quizás su temor sea otro. Posiblemente piensen que si se manifiestan abiertamente su sola presencia podría provocarnos daño, trayendo una crisis mundial, y que por temor podríamos reaccionar agresivamente haciéndonos más daño a nosotros mismos que el que les podríamos ocasionar a ellos.
»Tal vez sepan que la mejor ayuda que nos pueden dar es no interferir en nuestro proceso de madurez – me contestó papá mientras con una mano sujetaba el volante y con la otra hacia atrás buscaba acariciar mi cabeza y la de mi hermana.
–¡Yo, si fuera extraterrestre, vendría con mis naves y pelearía contra los malos y ayudaría a todos los buenos, imponiendo la paz y haciendo desaparecer la pobreza y la enfermedad! –dijo con énfasis mi hermana Yaya.
–En el camino espiritual y en la vida uno debe saber distinguir entre lo que puede, quiere y debe hacer. Hay cosas que aunque uno pueda y quiera, no debe hacer, porque haría más mal que bien. Todo nos enseña y de todo debemos aprender –comentó papá con esa forma tan suya.
–¿Por qué no, papi? ¿Por qué no obligar a los malos a no hacer maldades? –dijo Yayita.
–Para todo hay una edad. Quizás, hace siglos, la humanidad era como un niño y se le podía imponer lo que se consideraba lo mejor. Pero ahora ha cambiado; es adolescente y rebelde. Precisamente por ello no se le debe obligar, sino que se debe enseñar a la gente para que madure y tome conciencia, y vea por sí misma que el camino adecuado de la convivencia fraterna es la responsabilidad y el respeto entre nosotros y hacia la naturaleza. Todo lo que es obligado genera rebelión, rechazo y conflicto. La gente se tiene que unir y aprender a elegir a sus dirigentes para que estos sean justos y sabios.
Cuando mi papá terminó de decir eso, habíamos llegado y nos bajamos del coche. Al descender agarramos nuestras bolsas con el desayuno y nuestras mochilas, le dimos un beso a papi y entramos por la puerta del colegio. Allí estaba una señora mayor que cuida de que los alumnos entren a la que llamamos con cariño «La Chichi». Ella se acuerda de los nombres de todos los alumnos y hasta los de los padres de familia. Parece que tiene mal genio porque habla siempre en voz alta, pero es buena persona. Muchas veces las cosas, como las personas, no son lo que aparentan.
La esfera dorada
Ese día en el colegio tuvimos un tema libre de pintura y yo escogí dibujar la esferita roja en mi habitación. También dibujé a mi papi y a mi mami en su cuarto descansando, y a mi perezoso gato durmiendo en el cuello de mi hermana como si fuera una bufanda.
Cuando presentamos los dibujos a la profesora, ella celebró mi originalidad, porque pensó que había dibujado el sol al amanecer dentro de mi cuarto. Y también trató de explicarme lo que es la perspectiva para que coincida con la realidad. Yo le dije que esa bolita no era el sol, sino que era una «canepla», y que venía de dentro de una nave espacial. Era una cámara de televisión extraterrestre. Lo sabía porque mi papá me lo había contado y porque la había visto en mi cuarto. Eso generó que mi mamá fuera llamada al colegio para conversar con la profesora.
Mis papis por la noche me llamaron la atención con mucho cariño, haciéndome ver que tenemos que tener mucho cuidado con nuestra imaginación. Que podemos jugar y tener nuestro mundo, pero otra cosa es cuando tratamos de involucrar a otros en nuestras cosas.
–¡Yo no me lo imaginé! ¡Fue real! –dije bastante triste porque no me comprendían.
Papá, al ver mi tristeza se me acercó tratando de consolarme y se disculpó porque no querían hacerme sentir mal.
–Debemos cuidarnos de comentar abiertamente ciertas experiencias de la vida, porque podemos exponernos a que la gente no comprenda lo que le estamos tratando de decir; o que no estén preparados para tocar determinados temas.
–¿Pero por qué? –dije yo.
–Porque hay mucha gente que ignora muchas cosas y, mientras no les ocurran a ellos mismos, siempre estarán negándolas.
–¿Por qué? –insistí.
–Bueno, porque hay muchas experiencias que son personales y requieren de nosotros discreción hasta poderlas entender, para así, más adelante, saber compartirlas –comentó papá.
–Pero ¿por qué?...
–Porque así es, Tanisita.
Poco a poco me fui dando cuenta de que, aunque no me creyeran, mis papás se esforzaban en ser comprensivos y respetuosos, enseñándome a respetar y valorar el testimonio de las personas, procurando escuchar más allá de las palabras y sintiéndolas. Desde ese entonces fui más prudente a la hora de comentar lo que veía. Me dirigía a mis papás buscando su consejo y trataba de dibujar en el colegio cosas más normales. Pero en casa sí daba rienda suelta a mis reportajes con la esferita aunque no me creyeran del todo.
Una de esas noches, la esfera nuevamente apareció. Pero esta vez era dorada y un poco más grande que la anterior. Había entrado por la ventana, produciendo el ruido como de una brisa que juguetea entre las ramas de los árboles, y se dirigió lentamente hacia la puerta de mi habitación sin detenerse. La seguí con curiosidad y también molesta porque no me había saludado. Después de la última vez pensé que se animaría a intimar. ¡Pero no! Pasó de largo, entrando en la habitación de mi hermana. Chuchi, que esta vez estaba durmiendo sobre el edredón a los pies de Yaya, se espantó y se escondió debajo de la cama. Pero el sueño tan pesado de Yaya, sumergida en su propio pelo, hizo