Blanco de tigre. Andrés Guerrero

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Blanco de tigre - Andrés Guerrero страница 3

Blanco de tigre - Andrés Guerrero Gran Angular

Скачать книгу

sabíamos que aquello era tan imposible como encontrar un tesoro en el fondo del río.

      Sabíamos perfectamente que ninguno de nosotros cazaría nunca un tigre, pero nada nos impedía alardear de ello.

      Nos hacía sentir mayores.

      Importantes.

      Duna solía formar parte de estos corrillos, pero no decía nada.

      Jamás manifestó miedo, ni tampoco alardeó de valentía.

      Siempre nos pareció normal, porque era una chica y, aunque buceara junto a nosotros, pronto tendría que dejarlo: se convertiría en mujer, se casaría y tendría hijos.

      Como les ocurría a todas las jóvenes cuando dejaban atrás la niñez.

      Un día, el azar quiso que su destino se truncara de tal manera que ninguno de nosotros lo hubiera podido imaginar.

      Sucedió durante un amanecer, cuando echábamos las redes al río con la primera luz del alba.

      Duna navegaba en la barca que estaba más cerca de la orilla de la selva, en un extremo. Allí era donde se encontraba la mejor pesca, escondida entre los raizales de la ribera más agreste. El lugar más cercano a los dominios del tigre.

      Asel era un muchacho algo mayor que Duna, uno de nuestros primos.

      Debéis saber que, cuando hablo de mi familia, me refiero a toda mi familia, incluidos los dos hermanos de mi padre, sus mujeres y todos sus hijos. Entre todos gobernábamos las cuatro barcas y, por así decirlo, formábamos la misma empresa.

      Tengo que decir que Asel era un buen nadador y un buen pescador. Pero su atrevimiento no conocía límites.

      Aquella mañana, desde la embarcación, divisó unas huellas en el barro de la orilla.

      –¡Son de tigre! –gritó.

      Y, sin pensárselo, se lanzó al agua. Con unas rápidas y decididas brazadas alcanzó la orilla, que apenas distaba unos cuatro o cinco metros de nuestra barca.

      –¡Mirad esto! ¡Mirad! –gritó de nuevo llamando nuestra atención.

      Ni siquiera tuvimos tiempo de advertirle de que aquello era peligroso.

      El tigre saltó sobre él desde la espesura, tan silencioso como un fantasma.

      Solo rugió cuando sus fauces se cerraron sobre la cadera de mi primo.

      Nos quedamos inmóviles.

      Petrificados.

      Ninguno de nosotros había visto antes un tigre vivo.

      Salvo los cazadores, la mayoría de las personas que ven un tigre vivo no llegan a contarlo.

      La impresión, al verlo tan cerca zarandeando a Asel de aquella forma tan violenta, nos sobrecogió de puro terror.

      La única que se movió fue Duna.

      En lugar de quedarse paralizada como nosotros, gritó como poseída y se hizo con uno de los ligeros arpones de caña que utilizábamos para ensartar a los peces más grandes.

      Lo lanzó con arrojo y alcanzó a la fiera en su zarpa derecha, atravesando su garra de lado a lado. El tigre, que sangraba enfurecido, soltó repentinamente a Asel, y tras desembarazarse del arpón, se giró hacia Duna y se enfrentó a su inesperado enemigo con un rugido que nos heló la sangre.

      Duna tomó una de las varas largas que se utilizaban con las redes y, de forma temeraria, golpeó el agua con fuerza una y otra vez, gritando fuera de sí.

      Los varazos restallaban sobre la superficie del río como latigazos y mantenían al tigre a distancia, disuadiéndolo de saltar a la barca desde donde lo hostigaba mi hermana.

      Sorprendido por los gritos y rabioso por el dolor de la zarpa desgarrada, el animal debió de pensar que aquella joven era mucho más que un simple humano. Porque los tigres, como los hombres, también creen en los demonios.

      Aunque estos sean otros y pertenezcan a otro mundo.

      O a otro infierno.

      Y, soltando un gruñido de frustración, el animal se internó en la selva de un solo salto. Desapareció de nuestra vista de la misma sorprendente manera que había aparecido, pero dejó tras de sí un mundo nuevo: un mundo de miedo, asombro y valentía.

      Así sería el mundo de Duna desde aquel día.

      Y para siempre.

      Asel se abrazó a Duna, que fue la primera en llegar junto él. Después llegaron su padre y el mío. Los muchachos, aturdidos aún por lo que habíamos presenciado, no nos atrevimos a abandonar la seguridad de nuestras barcas.

      Cuando lo subieron a cubierta, mi primo se agitaba violentamente y no paraba de gritar blasfemias mientras se desangraba por la herida.

      Aquel día renunciamos a la pesca.

      Regresamos de inmediato a casa con Asel. Las mujeres de la familia intentaron remediar el daño producido por la bestia con ungüentos y plantas, cuidados en los que eran auténticas expertas y que sabiamente transmitían de generación en generación.

      Nuestro primo no murió en aquel ataque.

      Sobrevivió.

      Se convirtió en una de las pocas personas que podían contar que habían seguido con vida después del ataque de un demonio rayado.

      Pero, desde entonces, odió y temió a los tigres.

      En la misma medida.

      Asel siempre le estuvo agradecido a Duna por salvarle y, años después, se lo demostraría con creces.

      LA BODA

      –Deberías dejarla en casa; o mejor, ¡cásala! Ya es casi una mujer. Es mayor para andar faenando con los hombres y jugando con los muchachos.

      Eso dijo el padre de mi padre aquella noche cuando se reunieron los adultos de la familia.

      –Solo es una niña…

      –Tu madre, a su edad, ya estaba prometida conmigo.

      –Sí, lo sé. Pero no me gusta la idea.

      Mi padre no estaba convencido de que aquello fuera lo más correcto.

      Ni siquiera pensaba que fuera bueno para Duna.

      –¿No eres capaz de verlo en sus ojos? Su mirada no es como la de las demás mujeres. No lo es. Es la mirada de la selva. Lleva el demonio de la selva dentro.

      Duna y yo escuchábamos la conversación de los mayores sin que nadie se diera cuenta de nuestra presencia.

      Mi imprudente hermana me había convencido para seguirla por los tejados de las casas, haciéndome trepar tras ella, hasta que nos situamos encima de la vivienda

Скачать книгу