Rebaños. Stephen Goldin

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Rebaños - Stephen  Goldin

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terminaron llamando “Comuna Totido”. Por culpa de su extraño comportamiento y vestimenta, fueron considerados por los residentes del lugar como hippies y tratados como tales. Su líder era un hombre mayor, de casi cuarenta, el cual parecía mantener aquel grupo en orden según sus leyes.

      —¿Estás hablando de Carl Polaski? —preguntó Stella incrédula.

      —No me refiero a Papá Noel.

      A pesar de su nerviosismo, Stella rió —Eso es ridículo. Y además, él no es ningún hippie. Es un profesor de psicología investigando el fenómeno del abandono.

      —La gente me dice que suele venir a esta cabina a menudo, Stell. No me gusta.

      —No hay nada malo en ello. Viene para algunos recados y de paso me hace alguna chapuza. Le pago dejándole la cabaña para escribir. Escribe aquí porqué no tiene otro lugar con suficiente intimidad para decir lo que realmente piensa en la comunidad.

      A veces hablamos. Es un hombre muy interesante, Wes. Pero no, no hemos tenido nada junto, y no lo tendremos.

      —¿Y que es lo que te corroe por dentro? ¿Por qué quieres el divorcio? —fue hacia el sofá y se sentó sin apartar la mirada de ella un instante.

      Stella caminó de un lado a otro delante de él unas pocas veces. Juntó y separó sus manos, para al final dejarlas a los lados.

      —Me gustaría ser capaz de tener cierto respeto hacia mi mismo— dijo.

      —Ya lo eres. Puedes llevar la cabeza bien alta ante cualquiera en este país.

      —No es lo que quería decir. Me gustaría, aunque fuera una vez, ser capaz de firmar como “Stella Stoneham” en lugar de “La sra. Wesley Stoneham”. Quizás hacer una fiesta para la gente que yo quiera, no para tus compinches políticos. Sí, me gustaría sentirme alguien igual que tu en este matrimonio, no otro de tus objetos sin gracia que tienes en casa.

      —No te entiendo. Te he dado todo lo que cualquier mujer desearía.

      —Excepto identidad. Por la parte que te toca, no soy un ser humano, tan sólo tu esposa. Hago de florero en cenas de cien dólares el plato mientras le río las gracias a las esposas de otros posibles políticos. He hecho a un abogado de empresa lo suficientemente respetable socialmente como para presentarse como candidato. Y, cuando no me usas, me olvidas, enviándome a una pequeña cabaña junto al mar o me dejas hablando conmigo misma por alguna de las quince habitaciones de la casa. No puedo vivir de esta manera, Wes. Quiero irme.

      —Que tal una separación temporal, quizás un mes.

      —Dije I-R-M-E. Una separación no serviría de nada. Lo malo, querido marido, está en nosotros mismos. Te conozco bien, y se que nunca cambiarás a algo aceptable para mi. Y nunca estaré contenta siendo un adorno. Por lo tanto, una separación no será bueno para nosotros. Quiero el divorcio.

      Stoneham cruzó las piernas.

      —¿Ya has hablado de esto con alguien?

      —No— dijo mirando su rosto.

      —No, tenía pensando verme con Larry mañana, pero siento que tenía que decírtelo a ti primero.

      —Bien— dijo Stoneham en un susurro casi imperceptible.

      —¿Y eso, qué significa? —preguntó Stella rápidamente. Sus manos se movían nerviosamente, lo que provocó que fuera hasta el escritorio a por un paquete de tabaco. Necesitaba un cigarrillo.

      Pero no fue hasta que tuvo un cigarrillo entre sus labios cuando se dio cuenta que no le quedaban cerillas.

      —¿Tienes fuego?

      —Sí—

      Stoneham hurgó en el bolsillo de su abrigo y sacó una caja de cerillas.

      —Quédatelos— dijo dándoselos a su mujer.

      Stella los cogió y los examinó con interés. El dorso de la caja era plateada, con estrellas rojas y azules alrededor del borde. En el centro habían unas palabras que decían:

      

       WESLEY STONEHAM

       SUPERVISOR

       CONDADO DE SAN MARCOS

      Dentro, el papel alternaba rojo con blanco y azul.

      Miró a su marido de manera burlona, el cual le estaba sonriendo.

      —¿Te gustan? —preguntó él.

      —Me las dio esta tarde el impresor.

      —¿No es algo precipitado? —preguntó ella sarcásticamente.

      —Solamente por un par de días. El viejo Chottman ha renunciado al Consejo por enfermedad a finales de la semana, y han permitido que nombre como sucesor a quien quiera el puesto. No será oficial, por supuesto, hasta que el gobernador lo nombre, pero sé de fuentes fiables que mi nombre será uno de los tenidos en cuenta. Si Chottman dice que me quiere para el puesto, el gobernador aceptará. Chottman tiene setenta y tres años y muchos favores.

      Algo empezó a vislumbrarse en la mente de Stella. —O sea, es por eso que no quieres el divorcio, ¿no es así?

      —Stell, tú sabes tan bien como yo lo puritano que es Chottman —dijo Stoneham— el viejo se opone rotundamente a cualquier tipo de pecado, y para él el divorcio es uno de ellos. Solamente Dios sabe porqué.

      Él se levantó del sofá y regresó junto a su mujer otra vez, agarrando sus hombres esta vez con cuidado.

      —Es por esto que te pido que esperes. Será una semana o dos.

      Stella mostró una sonrisa triunfante en su rostro.

      —Bueno, ahora ya sabemos porqué el grande y poderoso Wesley Stoneham ha venido reptando hasta aquí. No me dejarás ni con un mínimo de respecto hacía mi, ¿verdad? No me dejarás ni con la certeza de que tu llegada era para salvar el matrimonio, por poco que quedara de él. No, es por un favor que tú quieres.

      Ella dejó sacó con furia una cerilla y la encendió junto al cigarrillo como una locomotora de vapor subiendo una montaña. Tiró la cerilla usada en el cenicero, y la caja junto a este.

      —Bueno, ya tengo suficiente con tu cosas, Wesley. Estoy cansada de hacer tanto para tu imagen ante la ciudadanía de San Marcos. La única persona que tienes en cuenta eres tú mismo. Supongo que nunca me darás el divorcio si me quedo esperando, ¿verdad?

      —Sí, si es lo que quieres.

      —Sí. El Gran Político en búsqueda de acuerdos mutuos. Haz lo que tengas que hacer, si es lo que te lleva a lo que realmente quieres. Bueno, tengo una pequeña sorpresa para ti, Señor Supervisor. No hago tratos con gente como tú. No me importa una mierda si eres político o no. Mañana iré a la oficina de tu abogado para empezar con el papeleo.

      —Stella.

      —Quizás

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