Un Giro En El Tiempo. Guido Pagliarino

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Un Giro En El Tiempo - Guido Pagliarino

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habían encontrado vida animal dentro de los océanos y las grandes superficies acuáticas lacustres, pero no sobre la tierra emergida, aunque pudieron advertir vestigios de una civilización ya extinguida. La vegetación en tierra firme, que era en buena parte desértica, iba de los musgos a los arbustos y las matas y sobre la superficie de las aguas iba de las algas a los nenúfares: no había presente en aquel mundo ninguna forma vegetal más compleja.

      Los exploradores científicos habían descendido a bordo de lanzaderas que se movían bajo el principio de la antigravedad, aprovechando la energía solar de la estrella más cercana y, como reserva, la producida por la fusión nuclear en la cronoaeronave y almacenada en los acumuladores de dichas lanzaderas. Cada una de ellas tenía como dotación estándar cuatro misiles equipados con bombas, dos eran potentes desintegradores y dos de fusión térmica, que no debían servir como armas, salvo en casos extremos, sino para operaciones científicas, como por ejemplo para levantar un terreno para investigación geológica. En caso de hostilidad de los nativos o presencia de animales feroces en el lugar de desembarco, por otro lado ausentes en este planeta, cada disco podía lanzar rayos que aturdían y paralizaban temporalmente. En cuanto a la defensa personal, cada investigador llevaba una pequeña pero eficaz arma paralizadora individual. Todos portaban también, para sus más diversas necesidades, una microcalculadora que, dependiendo de su psicología, estaba implantada quirúrgicamente en el cerebro y se activaba con el pensamiento o se llevaba en el bolsillo o la cintura y podía manejarse con la voz. Por fin, cada uno llevaba un pequeño contenedor con mosquitos electrónicos espías, activables mediante voz y útiles para la exploración del territorio de forma casi secreta, ya que parecían ser simples insectos.

      En el océano y los lagos del planeta, los astrobiólogos habían capturado numerosos ejemplares vivos de diversas especies acuáticas, guardadas en dos grandes tanques de cápsula, como se llamaba familiarmente a los tanques cronocósmicos, uno de agua salada y otro de agua dulce. Las plantas acuáticas se guardaban en esos tanques siguiendo un criterio ecológico.

      Los historiadores y arqueólogos de la expedición se concentraban en los vestigios y otras evidencias de la civilización desaparecida situada en torno al área de desembarco; se observaban, recuperaban y recogían inscripciones sobre monumentos y lápidas, sobre paredes del interior de los edificios y sobre las ruinas. Siempre en tierra firme, se habían recogido estructuras óseas de animales cuadrúpedos y bípedos de diverso tamaño y resultaban especialmente importantes unos esqueletos que recordaban, por forma y dimensión, con pocas diferencias, a los de los propios científicos: bípedos, con dos manos y dos ojos y, dada la posición de sus órbitas, de visión estereoscópica. Se habían descubierto restos de automóviles en las calles y fuselajes de aviones en viejos almacenes y amplios espacios que debían haber sido aeropuertos en un pasado lejano y ahora estaban cubiertos por una mezcla de arbustos y musgo. En lo que debían haber sido las habitaciones de la especie dominante se habían encontrado platos de cerámica, vasos de vidrio, calderos de aluminio y otros utensilios de cocina, así como lo que quedaba de neveras, lavadoras, radios y televisores. En ciertos edificios, los investigadores habían recuperado cuadernos y libros, algunos con páginas iniciales delgadas y delicadísimas y con escritos borrosos cuando no del todo desaparecidos y otros con hojas de mejor calidad que, gracias a una tinta mejor, habían resistido lo suficiente al tiempo, aunque sufriendo manchas y moho, y presentaban escrituras visibles. Algunos de esos hallazgos gráficos consistían en cálculos matemáticos. En un apartamento especialmente digno de mención, se había caído una pintura junto a lo que quedaba de un clavo oxidado ya casi convertido en polvo, que debía haberse desprendido de la pared hacía tiempo, arrastrando con él al cuadro. La habitación debía haber sido para la servidumbre. Se había recuperado también en el mismo lugar un aparato de audio con un disco de sonido registrado en el interior, en buen estado. A su lado, en el suelo, yacían dos esqueletos, uno de un adulto, envuelto en telas casi desparecidas debido al paso del tiempo, y el otro, sin ropa, de un recién nacido o tal vez un feto. En lo que parecía una sala de proyección se habían encontrado bobinas de películas, estando arruinadas las primeras que se encontraron; pero en la nave, buscando con cuidado, habían encontrado dos fragmentos de dos rollos que estaban en bastante buen estado. Se habían entregado al experto de restauración videosonora. El sonido de las películas sin embargo resultó irrecuperable, porque estaba absolutamente dañado el par de pistas, que no eran ópticas sino magnéticas y por tanto particularmente deteriorables, que se alineaban en los bordes de cada película: el sonido debía haber sido estereofónico. En uno de los dos fragmentos de película, el menos dañado y que se restauró el primero y se pasó a computadora, los estudiosos habían podido ver una calle con peatones en las aceras y un tráfico intenso de vehículos con motor de explosión, de formas similares a los chasis de automóviles y camiones recuperados. Restaurado también el segundo fragmento recuperable de película y transferido a la computadora, se había podido ver un lugar de vacaciones estivales con gente desnuda.

      Capítulo 3

      A primera hora de la mañana del 14 de junio de 1933, el “fascista veterano” Annibale Moretti, debidamente aleccionado y cansado por no haber dormido, salvo algunas breves cabezadas en una silla, quedaba libre para irse del cuartel Giovanni Berta y volver a casa, con grandes agradecimientos por la colaboración prestada.

      Su bicicleta se había quedado en la Comisaría de Carabineros porque la mañana anterior había sido transferido al presidio de la Milicia en una camioneta; Moretti se había resignado a hacer a pie todo el camino hasta casa, que estaba a una decena de kilómetros del cuartel, ya que a nadie, del comandante al ayudante principal, al centurión encargado de la seguridad de la unidad y al oficial de guardia había pensado en hacerle el favor de ordenar que le llevaran en algún vehículo. Y tampoco le habían dado de comer, ni una cena la noche anterior, ni siquiera el desayuno de esa mañana, aunque fuera al menos con la tropa, se decía Annibale, si no con el grupo de suboficiales o incluso con los oficiales. Con el estómago vacío, había entrado en el primer café que había encontrado, que se llamaba “La Megasciada”, que en realidad era más un “trani”12 que un café, pero que tenía una máquina napolitana13 para los poquísimos clientes abstemios y, por la noche, para aquellos “traneros” demasiado alcohólicos como para volver a casa junto a sus mujeres sin haber ingerido antes un buen litro de vino peleón. Eran las 8 en punto cuando Moretti se sentaba y pedía café y pan. Había visto que el local tenía un aparato de radio y había pedido escuchar las noticias. La habían hecho caso y Annibale había podido oír, siendo citado anónimamente, el comunicado que había esperado: “… y el meteorito el primero que lo ha visto ha sido un valiente agricultor, fascista desde antes de la Marcha, que ha avisado de inmediato, con la habitual diligencia de un verdadero fascista, a los Carabineros Reales, los cuales, con otras fuerzas del orden, han recuperado y entregado a la ciencia lo que quedaba del objeto celeste”.

      La noticia de ese meteorito había sido difundida al final de la tarde primero por el EIAR14 y algunas ediciones de última hora de la tarde de los periódicos y, al día siguiente, por los de la mañana y los primeros noticieros de la radio. Annibale no se había sorprendido al oír hablar del meteorito, ya que en el cuartel Berta había sido invitado respetuosamente por varios oficiales a aprenderse de memoria una frase que hablaba del artefacto, escrita con letras de molde sobre un folleto por el comandante Trevisan, pero antes ideada y comunicada por teléfono por el mismo y meticuloso Bocchini. Era una pequeña lección pedante para repetir en público y en familia: “Se trata de un meteorito, es decir, de un objeto natural caído del cielo, aunque no redondo, sino con una

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