Antes de que Mate . Блейк Пирс

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Antes de que Mate  - Блейк Пирс Un Misterio con Mackenzie White

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que les dijo que Omaha estaba a veintidós millas de distancia.

      “Creo que a veces te esfuerzas demasiado,” dijo Porter. “Te rompes el trasero trabajando y mucha gente se ha dado cuenta. Pero seamos honestos: da igual lo mucho que lo intentes, no todos los casos van a tener alguna conexión importante que vaya a crear un monstruo de caso para ti.”

      “Entonces dime,” dijo Mackenzie. “En este momento, ¿qué te dice tu instinto sobre este caso? ¿Con qué estamos tratando?”

      “Es un perpetrador común que tiene asuntos sin resolver con su mami,” dijo Porter con desdén. “Si hablamos con suficiente gente, le encontramos. Todo este análisis es una pérdida de tiempo. No se encuentra a la gente entrando en su cabeza. Les encuentras haciendo preguntas. Trabajo de calle. De puerta a puerta. De testigo a testigo.”

      Cuando se quedaron en silencio, Mackenzie comenzó a preocuparse al ver qué simplista era su percepción del mundo, qué blanca y negra. No dejaba ni un resquicio para los matices, para nada que no encajara con sus creencias predeterminadas. Ella pensaba que el psicópata con que estaban tratando era demasiado sofisticado para eso.

      “¿Qué piensas tú de nuestro asesino?” le preguntó finalmente.

      Podía detectar el resentimiento en su voz, como si realmente no hubiera querido preguntarle pero el silencio hubiera podido con él.

      “Creo que odia a las mujeres por lo que estas representan,” dijo en voz baja, resolviéndolo en su mente mientras hablaba. “Quizá sea un hombre virgen de cincuenta años que piensa que el sexo es vulgar—pero también existe esa necesidad de sexo en él. Matar a mujeres le hace sentir que está conquistando sus propios instintos, instintos que él considera vulgares e infrahumanos. Si puede eliminar el origen de donde parten esas necesidades sexuales, siente que está al mando. Los latigazos en la espalda indican que está casi castigándolas, seguramente por su carácter provocativo. Además, está el hecho de que no hay señales de abuso sexual. Me hace preguntarme si esto es algún tipo de intención de pureza a los ojos del asesino.”

      Porter sacudió la cabeza, casi como un padre decepcionado.

      “Eso es lo que quiero decir,” dijo él. “Una pérdida de tiempo. Te has metido ya tanto en esto que ya no sabes ni lo que piensas—y nada de eso nos va a servir de ayuda. Has perdido la perspectiva de conjunto.”

      Un silencio incómodo se cernió de nuevo sobre ellos. Cuando parecía que había terminado de hablar, Porter encendió la radio.

      Solamente duró unos minutos. A medida que se acercaban a Omaha, Porter bajó el volumen de la radio sin que se lo tuvieran que pedir esta vez. Porter habló y cuando lo hizo, sonó nervioso, pero Mackenzie también pudo escuchar el esfuerzo que estaba realizando para sonar como que él estaba al mando.

      “¿Alguna vez has entrevistado a unos chicos después de que pierdan a uno de sus padres?” preguntó Porter.

      “Una vez,” dijo ella. “Después de un tiroteo desde un coche. Un niño de once años.”

      “También yo tuve unos cuantos. No tiene ninguna gracia.”

      “No, no la tiene,” Mackenzie asintió.

      “Bueno, mira, estamos a punto de hacer preguntas sobre su madre muerta a dos chicos. Va a acabar por salir el tema de dónde trabajaba. Tenemos que manejar esto con guantes de seda.”

      Ella se enfureció. Él estaba haciendo eso de hablarle con condescendencia como si fuera una niña.

      “Deja que me encargue de todo. Puedes ofrecerles consuelo si se ponen a llorar. Nelson dice que la hermana también va a estar allí, pero no me puedo imaginar que sea ninguna fuente confiable de apoyo. Probablemente esté tan destrozada como los hijos.”

      La verdad es que Mackenzie no pensaba que esto fuera la mejor idea. También sabía que allí donde Porter y Nelson estuvieran implicados, tenía que escoger sus batallas con cuidado. Así que, si Porter quería encargarse de la tarea de preguntar a dos niños huérfanos por su difunta madre, le iba a dejar que se diera ese extraño placer.

      “Como quieras,” dijo ella con los dientes apretados.

      El coche enmudeció de nuevo. Esta vez, Porter dejó la radio apagada; Mackenzie pasando páginas en su regazo producía los únicos sonidos. Había una historia más amplia en esas páginas y en los documentos que había enviado Nancy; Mackenzie estaba segura de ello.

      Por supuesto, para que la historia estuviera completa, había que desvelar todos los personajes. Y por el momento, el personaje central estaba escondido entre las sombras.

      El coche bajó la marcha y Mackenzie elevó la cabeza cuando doblaron una manzana silenciosa. Sintió un vacío familiar en el estómago, y deseó estar en cualquier parte menos aquí.

      Estaban a punto de hablar con los hijos de una mujer que había muerto.

      Mackenzie se sorprendió al entrar al apartamento de Hailey Lizbrook; no era tal y como lo esperaba. Estaba ordenado y limpio, con los muebles colocados con buen gusto y libres de polvo. La decoración era sin duda la de una mujer domesticada; se veía hasta en las tazas de café con leyendas simpáticas y las cazuelas que colgaban de ganchos ornamentados junto al fogón. Era evidente que había manejado un presupuesto ajustado, hasta en los cortes de pelo y los pijamas de sus hijos. Se parecía bastante a la familia y el hogar con los que ella siempre había soñado.

      Mackenzie recordó por el informe que los chicos tenían nueve y quince años; el mayor era Kevin y el pequeño era Dalton. Cuando le conoció, estaba claro que Dalton había estado llorando de lo lindo; sus ojos azules estaban ribeteados de manchas rojizas y abultadas.

      Kevin, por otra parte, parecía más enfadado que otra cosa. Cuando se acomodaron y Porter tomó la palabra, fue perfectamente obvio que Porter trataba de hablarles en un tono que estaba a caballo entre la condescendencia y un maestro de preescolar esforzándose demasiado.

      Mackenzie se encogió por dentro mientras Porter hablaba.

      “Necesito saber si tu madre tenía amigos,” dijo Porter.

      Estaba en pie en el centro de la habitación con los chicos sentados en el sofá de la sala de estar. La hermana de Hailey, Jennifer, estaba de pie en la cocina contigua, fumando un cigarrillo junto al fogón con la campana extractora en funcionamiento.

      “¿Quiere decir como un novio?” preguntó Dalton.

      “Claro, eso podría ser un amigo,” dijo Porter. “Pero no quiero decir eso. Cualquier hombre con el que pueda haber hablado más de una vez. Incluso alguien como el cartero o alguien en la tienda de comestibles.”

      Ambos chicos miraban a Porter como si esperaran que realizara un truco de magia o quizá que entrara en proceso de combustión espontánea. Mackenzie hacía lo mismo. Nunca le había oído hablar en un tono tan suave. Era casi gracioso escuchar un tono tan apaciguador saliendo de su boca.

      “No, creo que no,” dijo Dalton.

      “No,” Kevin asintió. “Y tampoco tenía un novio. No que yo sepa.”

      Mackenzie y Porter miraron a Jennifer junto al fogón en busca de una respuesta. Ella se encogió de

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