Un Rastro de Vicio . Блейк Пирс

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Un Rastro de Vicio  - Блейк Пирс Un Misterio Keri Locke

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vergüenza de Keri, no había sido capaz de asegurar que fuese Evie.

      Cierto es, que habían pasado cinco años y la imagen era de baja resolución, tomada desde larga distancia. Pero el hecho de que ella no supiera de inmediato si la foto era o no la de su hija la había turbado. Incluso después que el gurú en tecnología de la unidad, el Detective Kevin Edgerton, le había dicho que su comparación digital de la imagen con las fotos de Evie a los ochos años de edad no era concluyente para establecer una correspondencia, su sensación de vergüenza permaneció.

      Simplemente debí haberlo sabido. Una buena madre sabría si era real de inmediato.

      —Llegamos —dijo Ray en voz baja, sacándola de sus pensamientos.

      Keri levantó la vista y se dio cuenta que habían estacionado justo calle arriba después de la casa de Lanie Joseph. Los Caldwell tenían razón. Esta zona, aunque a menos de ocho kilómetros de su hogar, era de un aspecto bastante hostil.

      Todavía eran solo las 5:30, pero el sol ya casi se había puesto y la temperatura estaba descendiendo. Pequeños grupos de jóvenes con atuendo de pandilla se estaban juntando en las bocacalles y las escalinatas de entrada, bebiendo cerveza y fumando cosas que no parecían cigarrillos. La mayoría de los céspedes estaban más marrones que verdes, y en todas partes las aceras estaban agrietadas, con la maleza abriéndose paso por entre los espacios. La mayoría de las residencias de la cuadra se veían como casas adosadas o dúplex, y todas tenían rejas en las ventanas y robustas puertas con tela metálica.

      —¿Qué piensas, debemos llamar y pedir respaldo al Departamento de Policía de Culver City? —preguntó Ray—. Técnicamente, estamos fuera de nuestra jurisdicción.

      —No... Tomará demasiado tiempo y quiero permanecer de bajo perfil, al entrar y al salir. Mientras más formal hagamos esto, más tiempo nos tomará. Si algo le pasó a Sarah, no tenemos tiempo que perder.

      —Okey, entonces vamos —dijo él.

      Salieron del vehículo y caminaron con presteza a la dirección que Mariela Caldwell les había proporcionado. Lanie vivía en el frente de una townhouse de dos unidades en Corinth, justo al sur de Culver Boulevard. La autopista 405 estaba tan cerca que Keri podía distinguir el color del cabello de los conductores que pasaban.

      Mientras Ray tocaba la puerta exterior de metal, Keri miró, dos casas más allá, a cinco hombres apiñados en torno al motor de un Corvette, sentados sobre bloques en la carretera. Algunos de ellos lanzaban miradas de desconfianza a los intrusos, pero nadie dijo nada.

      El sonido de varios niños chillando salía del interior. Al cabo de un minuto, la puerta de madera fue abierta por un pequeño niño rubio que no tendría más de cinco. Llevaba unos jeans llenos de agujeros y una camiseta blanca con una “S” tipo Supermán garabateada en casa.

      Contempló a Ray, echando la cabeza hacia atrás todo lo posible. Luego miró a Keri, y pareciéndole menos temible, le habló.

      —¿Qué quiere, señora?

      Keri sintió que el chico no había recibido mucha luz y dulzura en su vida, así que se arrodilló hasta quedar a su nivel y le habló con la voz más gentil que pudo adoptar.

      —Somos oficiales de policía. Necesitamos hablar un minuto con tu mami.

      El niño, sin inmutarse, se volteó y gritó hacia el fondo de la casa.

      —Mamá. Los policías están aquí. Quieren hablar contigo —aparentemente esta no era la primera vez que había recibido la visita de la ley.

      Keri vio que Ray echaba un vistazo a los hombres que rodeaban el Corvette y sin mirar ella misma, le preguntó en voz baja: —¿Tenemos un problema por allá?

      —Todavía no —contestó Ray por lo bajo—, pero podríamos tenerlo dentro de un rato. Debemos hacer esto rápido.

      —¿Qué clase de policías son ustedes? —exigió saber el pequeño— No llevan uniformes. ¿Están encubiertos? ¿Son detectives?

      —Detectives —le dijo Ray y aparentemente decidiendo que el chico no necesitaba ser consentido, le hizo a su vez una pregunta—. ¿Cuándo fue la última vez que viste a Lanie?

      —Oh, Lanie está en problemas de nuevo —dijo, con una sonrisa que abarcaba su rostro—. Nada sorprendente. Se fue a la hora del almuerzo para ver a su inteligente amiga. Supongo que esperaba que algo se le pegara. No apuesten a eso.

      Justo entonces una mujer que vestía pantalones de chándal y una gruesa sudadera gris que decía “Continúa caminando”, apareció al final del vestíbulo. Mientras se aproximaba con pesadez hacia ellos, Keri la examinó. Era como de la estatura de Keri pero pesaba muy por encima de los noventa kilos.

      Su pálida piel parecía fundirse con la sudadera gris, haciendo imposible asegurar dónde terminaba una y empezaba la otra. Su cabello rubio-grisáceo estaba recogido hacia atrás en una floja coleta, que estaba a punto de soltarse por completo.

      Keri supuso que tenía menos de cuarenta, pero su cara agotada y desgastada la podía hacer ver como de cincuenta. Tenía bolsas bajo sus ojos y su rostro abotagado estaba cubierto de zonas enrojecidas, posiblemente debidas al alcohol. Estaba claro que alguna vez había sido atractiva, pero el peso de la vida la había consumido y ahora solo se podían entrever destellos de belleza.

      —¿Qué ha hecho ahora? —preguntó la mujer, menos sorprendida que su hijo de ver a la policía en su puerta.

      —¿Es usted la Sra. Joseph? —preguntó Keri.

      —No he sido la Sra. Joseph en siete años. Fue cuando el Sr. Joseph me dejó por una terapista de masajes llamada Kayley. Ahora soy la Sra. Hart, aunque el Sr. Hart se fue sin despedirse apropiadamente hace unos dieciocho meses. Pero es demasiado complicado cambiar el nombre de nuevo, así que me he quedado con él por ahora.

      —Así que usted es la madre de Lanie Joseph —dijo Ray, tratando de encarrilarla de nuevo—, pero, ¿su nombre es…?

      —Joanie Hart. Soy la madre de cinco vándalos, incluyendo ésa por la que están aquí. ¿Y qué fue exactamente lo que hizo esta vez?

      —No estamos seguros de que haya hecho nada, Sra. Hart —afirmó Keri, que no quería crear un conflicto innecesario con una mujer que claramente vivía cómoda con él—, pero los padres de su amiga Sarah Caldwell no han podido contactarla y están preocupados. ¿Ha sabido de Lanie desde el mediodía de hoy?

      Joanie Hart la miró como si fuera de otro planeta.

      —No estoy pendiente de eso —dijo—. Estuve trabajando todo el día; 7-Eleven no cierra solo porque ayer fue Acción de Gracias, ¿saben? Regresé hace apenas media hora. Así que no sé dónde está. Pero eso no es especial. Ella está fuera la mitad del tiempo y nunca me dice adónde va. A ésa le encanta guardar secretos. Creo que tiene un chico, pero no quiere que yo lo sepa.

      —¿Alguna vez mencionó el nombre de este chico?

      —Como dije, ni siquiera sé si existe. Solo estoy diciendo que no me sorprendería. A ella le gusta hacer cosas para cabrearme. Pero estoy demasiado cansada u ocupada para enfadarme para que sea ella la que se cabree. Ya sabe cómo es —dijo, mirando a Keri, que no tenía idea de cómo era.

      Keri sintió crecer su molestia con

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