Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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para ayudarle a levantarse. Victoria se quedó quieta, sin acabar de creer lo que estaba sucediendo, y supo que guardaría aquella imagen en su corazón durante el resto de su vida: la imagen de Jack cargando con Christian, que avanzaba cojeando, con el brazo en torno a los hombros de su enemigo.

      Victoria no pudo más. Corrió hacia ellos y los abrazó, y los tres parecieron, por un momento, un solo ser.

      Alexander se volvió hacia Shail, como exigiendo una explicación.

      —Déjalos, Alexander –murmuró el joven mago, sacudiendo la cabeza–. Kirtash ya es uno de los nuestros.

      —¿Cómo puedes estar tan seguro?

      Fue Allegra la que contestó, con una sonrisa:

      —Porque el Alma le ha franqueado el paso. ¿Cómo, si no, crees que ha podido entrar en Limbhad?

      Christian abrió los ojos lentamente. Una cálida sensación recorría su cuerpo, regenerándolo, vivificándolo, desterrando de su organismo el mortífero veneno que le habían inoculado los colmillos de los otros sheks, antes sus aliados, su gente. Percibió algo muy suave rozándole la mejilla, y supo que era el pelo de Victoria, que estaba muy cerca de él. Hizo un esfuerzo por despejarse del todo.

      Se encontró tendido en una cama, en una habitación circular. Victoria estaba junto a él, muy concentrada en su tarea, y no se dio cuenta de que se había despertado. Le había quitado el jersey negro y sus manos recorrían la piel del shek, sanando sus heridas. Christian entornó los ojos y pudo ver la luz de Victoria, aquella luz que brillaba en su mirada con más intensidad que nunca; también logró ver algo que a los humanos en general pasaría desapercibido: una chispa que despertaba de vez en cuando en la frente de la joven, como una pequeña estrella, en el lugar donde Lunnaris había alzado, orgullosa, su largo cuerno en espiral.

      Victoria examinaba ahora una fea cicatriz que marcaba el brazo izquierdo de Christian.

      —Esa me la hiciste tú –dijo él con suavidad, sobresaltándola–. En Seattle. Cuando peleamos junto al estadio, ¿te acuerdas?

      Ella miró la cicatriz con más atención.

      —¿Esto te lo hice yo? ¿Con el báculo? Christian asintió.

      —Han pasado tantas cosas desde entonces... –dijo ella–. Parece mentira, ¿verdad?

      Él sonrió.

      —Tú también sabes quién eres –dijo. Victoria asintió.

      —Tú te diste cuenta antes que nadie –murmuró–. Bueno, tú y mi abuela.

      —Tu abuela –repitió Christian–. Si hubiera sabido desde el principio que era una hechicera idhunita exiliada, y de las poderosas, la habría matado sin vacilar. Pero se ocultó muy bien de mí.

      —¿Cuánto hace que lo sabes?

      —Lo sospechaba desde hacía tiempo, pero lo supe con certeza la noche en que te regalé a Shiskatchegg. Ella me sorprendió en la casa. Nos miramos, supe quién era...

      —No le hiciste daño entonces.

      —No. Porque te protegía, Victoria, y cualquiera que te quiera y te proteja merece mi respeto.

      —Como Shail. Por eso le salvaste la vida. Porque demostró que estaba dispuesto a darlo todo por mí... por Lunnaris –se corrigió.

      Christian no vio necesidad de responder.

      —O como Jack –añadió ella en voz baja.

      —He tratado de evitar la profecía –dijo Christian en voz baja–. No solo para salvaguardar el imperio de los sheks, sino también... porque no quería que te enfrentaras a mi padre. Podrías morir en la batalla, y yo no quiero tener que pasar por eso.

      Los ojos azules de Christian se clavaron en los suyos. Por un momento, Victoria olvidó su traición, olvidó el dolor que había soportado por su causa, y le apartó el pelo de la frente con infinito cariño.

      —Siento haberme quitado el anillo, Christian. Te lo dije en la torre, pero te lo repito ahora. Siento que tuvieras que pasarlo tan mal por mi culpa.

      Él se encogió de hombros.

      —También tú sufriste a manos mías –dijo–. Estamos en paz.

      Pero no pidió perdón, y Victoria sabía por qué. Su ascendencia shek era parte de él, y no podía evitar ser como era. Sin embargo... al saberla al borde de la muerte en la torre, sus emociones humanas habían vuelto a salir a la luz.

      —Esto –dijo entonces Victoria, señalando las heridas que marcaban el cuerpo de Christian–, ¿te lo ha hecho Ashran?

      —Sí, en parte. Pero también fui atacado por los sheks –hizo una pausa y concluyó–: Ya no soy uno de ellos.

      —¿Eres, pues, uno de nosotros? –inquirió la voz de Jack, desde la entrada.

      Los dos se volvieron. El chico estaba de pie, con los brazos cruzados ante el pecho y la espalda apoyada en el marco de la puerta. Su expresión era seria y serena, pero sus ojos exigían una respuesta.

      —¿Soy uno de vosotros? –le preguntó Christian, a su vez.

      Jack sacudió la cabeza y avanzó hacia ellos.

      —¿Fue Ashran quien te obligó a secuestrar a Victoria?

      —En cierto modo. Él despertó mi parte shek, pero esa parte ya estaba ahí, es mi naturaleza. Así que... puede decirse que fuimos los dos.

      —¿Podría volver a pasar? ¿Podrías volverte contra nosotros otra vez?

      Christian sostuvo su mirada.

      —Podría –dijo lentamente–, pero, aunque mi parte shek me dominara de nuevo, ya no tendría nada contra Victoria. Soy un traidor a mi pueblo, ya no me aceptan entre ellos y, por tanto, mis intereses ya no son los suyos.

      —Pero tu instinto te pide que luches contra mí. Porque me odias tanto como yo te odio a ti. Así que, en un momento dado, podrías intentar matarme otra vez.

      —Sí.

      Victoria miraba a uno y a otro, incómoda. Pero Jack sonrió y dijo, encogiéndose de hombros.

      —Bien, asumiré el riesgo. Pero –le advirtió–, como vuelvas a hacer daño a Victoria, te mataré. ¿Me oyes?

      Christian sostuvo su mirada. Pareció que saltaban chispas entre los dos, pero finalmente, el shek sonrió también. Ninguno de los dos podía pasar por alto los siglos de odio y enfrentamiento entre sus respectivas razas y, sin embargo, había algo que ellos tenían en común y que servía de puente entre ambos: su amor por Victoria, un amor que podía enfrentarlos, pero también unirlos en una insólita alianza.

      Porque, tiempo atrás, ella había pedido a Christian que perdonara la vida a Jack, y él lo había hecho... por ella.

      Y porque aquella noche, Victoria también había suplicado por la vida de Christian... y Jack había preferido reprimir

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