Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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¡Ashran lo matará!

      Examinó con ansiedad el Ojo de la Serpiente, pero Shail la cogió del brazo y la obligó a mirarlo a los ojos.

      —No podemos hacer nada, Victoria. Estaba escrito en la profecía.

      —¿A qué te refieres?

      —Es otra de las cosas que he averiguado en este tiempo. Es la parte que los Oráculos ocultaron y que casi nadie conoce, ni siquiera Ashran. La profecía dice que solo un dragón y un unicornio unidos derrotarán al Nigromante... y un shek les abrirá la Puerta. Eso ya ha ocurrido, ¿entiendes? Kirtash ya ha cumplido su papel en la profecía.

      Hubo un pesado silencio, que Jack rompió de pronto:

      —No, Shail. Si eso es cierto, esa parte aún no se ha cumplido. ¿No lo entiendes? Abrió la Puerta para Victoria, pero nosotros seguimos aquí, atrapados. Si él es el shek de la profecía, lo necesitamos todavía para regresar a Idhún.

      Shail iba a responder cuando se oyó un sonido atronador que pareció partir el cielo en dos. Los tres se pusieron en pie de un salto y alzaron la mirada. Y vieron una especie de relámpago sutil y fluido como el mercurio que surcaba el cielo nocturno de Limbhad, errático y claramente desorientado.

      —¡Es un shek! –exclamó Jack, poniéndose en pie de un salto, dispuesto a correr en busca de Domivat–. ¡Han conseguido entrar en Limbhad!

      —¡Espera, Jack! –lo detuvo Victoria–. ¡Es Christian!

      —¿Qué? –Jack se detuvo y miró con más atención el cuerpo ondulante que cruzaba el cielo–. ¿Cómo lo sabes?

      —¡Está herido! –gritó Victoria, sin hacerle caso. Echó a correr, y los dos chicos la siguieron.

      Vieron al shek cruzar el firmamento en su inestable vuelo, rizar su largo cuerpo de azogue y caer en picado sobre el bosque. Atravesaron a toda velocidad la explanada que rodeaba la casa, y allí se encontraron con Allegra y Alexander, que también habían oído el estruendo. Alexander había cogido las dos espadas, la suya y la de Jack, bien protegida en su vaina, y se la entregó al muchacho.

      —¿Qué pasa? ¿Qué ha sido eso? –preguntó, ceñudo. Pero nadie tenía tiempo para contestar.

      Por fin llegaron al lugar donde el shek había aterrizado. Pero no vieron a lo lejos el flexible y esbelto cuerpo de una serpiente alada, sino la figura de un muchacho vestido de negro, tendido de bruces sobre la hierba, junto al bosque. Victoria fue a correr junto a él, pero Jack la retuvo, cogiéndola del brazo.

      —Espera.

      —¡Pero, Jack! –protestó ella; trató de liberarse pero Jack no la soltó–. ¡Está herido! ¿No lo entiendes?

      Jack sacudió la cabeza.

      —La última vez que lo vi, Victoria, acababa de engañarte para entregarte a Ashran. Y no sé lo que te han hecho en esa torre, pero, a juzgar por las cosas que murmurabas en sueños, no debió de ser nada agradable. ¿Me equivoco?

      Victoria recordó lo mal que lo había pasado en la Torre de Drackwen, desvió la mirada y no dijo nada. Jack apretó los dientes.

      —Si te ha hecho daño, juro que lo mataré.

      —No, Jack. Cambió por mi culpa, ¿entiendes? Porque lo dejé solo. Pero, aun así... me ha salvado la vida. Deja que me acerque, por favor. Puedo curarle si está herido.

      —No, Victoria. Iré yo primero. Hablaré con él.

      —Jaaack...

      —Confía en mí, ¿vale? Mírame, Victoria. ¿Confías en mí?

      Ella lo miró, y se sintió reconfortada por la sinceridad, la seriedad y la dulzura de sus ojos.

      —Confío en ti, Jack.

      —Bien. Entonces, espera aquí, ¿de acuerdo?

      Victoria asintió. Jack se volvió y vio que Shail mantenía a Allegra y Alexander a una prudente distancia, como si quisiera dejar que Victoria, Christian y él mismo resolvieran solos sus propios asuntos. Respiró hondo y asintió. Así tenía que ser.

      Se aproximó al shek y desenvainó a Domivat. Percibió que Victoria los miraba, preocupada. Pero le había dado un voto de confianza y esperaría.

      Jack se inclinó junto a su enemigo. Christian alzó la mirada, con esfuerzo. Jack vio que estaba gravemente herido. Se preguntó si debía sentir lástima o alguna clase de compasión, y recordó que, apenas unas horas antes, había jurado que mataría a aquel monstruo en cuanto volviera a tenerlo delante.

      Por Victoria.

      Los ojos azules del shek relucieron un instante al descubrir la llama de Domivat, pero no dijo nada. Esperó a que fuera Jack quien hablara, y este lo hizo:

      —¿Qué has venido a hacer aquí? Christian le dirigió una larga mirada.

      —No estoy seguro –dijo finalmente, con esfuerzo–. Solo trataba de... escapar.

      —¿Has venido a hacer daño a Victoria?

      —No. Ya no.

      —¿Has venido a matarme a mí?

      Christian lo miró de nuevo, como si meditara la respuesta.

      —Ya sabes quién eres –comprendió.

      Jack dudó un momento; todavía no había asimilado del todo la idea de que en su interior latía el espíritu de Yandrak, el último dragón. Pero se acordó de que Victoria lo había reconocido, y asintió.

      —Mátame, entonces –dijo el shek–. Nuestros pueblos... han estado enfrentados desde hace... incontables generaciones. Nosotros hemos acabado... con toda tu raza. Ahora... puedes vengarte. Estoy indefenso.

      Jack cerró el puño con tanta fuerza que se clavó las uñas en la palma de la mano; aquel ser había hecho mucho daño a Victoria y, sin embargo, ella aún lo quería. Y eso le resultaba muy difícil de asimilar, más incluso que su condición de dragón.

      Pero, cuando habló, su voz sonó tranquila y serena:

      —Si vas a hacer daño a Victoria, si quieres llevártela, te mataré aquí y ahora. Si quieres enfrentarte a mí, entonces le diré a ella que te cure, y lucharemos, en igualdad de condiciones, cuando estés recuperado. A muerte, si lo prefieres.

      Christian sonrió débilmente.

      —Eso es noble –susurró, con sus últimas fuerzas–, pero ya no quiero matarte. Ya no debo lealtad al Nigromante. Me he convertido... en un traidor y... por tanto... no tengo que obedecer sus órdenes. Es verdad que... mi instinto me pide a gritos que acabe... contigo. Pero Victoria te quiere, te necesita, y yo...

      —Tú la quieres de verdad.

      Christian no tenía ya fuerzas para contestar. Cerró los ojos, agotado.

      Jack se quedó mirándolo y se mordió el labio inferior, inseguro. Entonces tomó

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