Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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ojos de Kirtash emitieron un breve destello de odio. Cuando Victoria muriese ya no sería necesario destruir al dragón, pero Kirtash pensaba hacerlo de todos modos.

      Cuando Victoria muriese...

      Algo en su corazón se estremeció ante aquel pensamiento, y el joven hizo lo que pudo para reprimir la emoción que empezaba a despertar en su interior. Pero era cada vez más y más consciente del sufrimiento de Victoria, de que su vida se apagaba poco a poco, y de que pronto la luz de sus ojos se extinguiría para siempre.

      Entonces vio que una de las aves doradas se había acercado peligrosamente a las almenas, y se obligó a sí mismo a centrarse en la defensa de la torre. Pero enseguida se dio cuenta de que aquel pájaro no quería luchar. Su jinete lo conducía directamente hacia las almenas, tratando de esquivar a los sheks... y Kirtash comprendió que él era el objetivo. Se puso en guardia y desenvainó a Haiass.

      Pero el ave se detuvo en el aire, a escasos metros de él. La persona que la montaba se quedó mirando a Kirtash un breve instante. Cubría su rostro con una capucha, y solo la luz de las tres lunas bañaba su figura, pero el joven supo inmediatamente quién era, y a qué había venido.

      En el fondo de su corazón, Victoria seguía sufriendo. Su luz era cada vez más débil.

      Kirtash vaciló.

      Ashran entrecerró los ojos y se apartó de la plataforma. Victoria sintió que el caudal de energía que pasaba a través de ella se reducía considerablemente.

      —Alguien ha entrado en la torre –dijo.

      —¡No puede ser! –susurró Gerde.

      Ashran cerró los ojos un momento, intentando comunicarse con su hijo.

      —Kirtash no responde –murmuró–. Si ese intruso es tan poderoso como para traspasar las defensas de la torre, es posible que haya tenido problemas con él.

      Gerde desvió la mirada, pero no dijo lo que estaba pensando: que también cabía la posibilidad de que Kirtash hubiera vuelto a traicionarlos, franqueando el paso a sus enemigos. Pero Ashran parecía demasiado seguro de su propio dominio sobre Kirtash, e insinuar que el muchacho se hubiera liberado de él supondría poner en duda el poder de su señor.

      De modo que no dijo nada.

      Ashran salió de la habitación sin una palabra. Gerde sabía que iba a ver qué había sucedido con Kirtash, y sabía también que ella debía encargarse ahora de seguir extrayendo la magia de Alis Lithban a través de Victoria. La muchacha estaba tan agotada que no tardaría en morir. Pero, para cuando lo hiciera, la Torre de Drackwen ya sería inexpugnable.

      Faltaba tan poco para que eso sucediera que ya no eran necesarios dos hechiceros junto a los obeliscos. De todas formas, Gerde pensó que no había nada de malo en acelerar las cosas. Se aferró a dos de las agujas y, con una sonrisa aviesa, puso en juego todo su poder para hacer que el artefacto succionase toda la energía posible. Victoria reprimió un grito. En aquel instante sintió como si algo se desgarrase en su interior, y supo que iba a morir.

      Pensó que habría sido hermoso morir mirando los cálidos ojos verdes de Jack, pero él no estaba allí. Y, casi sin darse cuenta, volvió la cabeza hacia la puerta, deseando que regresase Kirtash para, al menos, poder llevarse con ella una imagen de él... porque, a pesar de todo, una vez había sido Christian, y su recuerdo todavía le quemaba el corazón.

      Pero la energía la atravesó de nuevo, con tanta violencia que ella no pudo evitar lanzar un grito de angustia y dolor, con las pocas fuerzas que le quedaban. Sus ojos se le llenaron de lágrimas y, aunque trató de contenerlas, en esta ocasión no lo consiguió. Notó que las fuerzas la abandonaban definitivamente, y pensó en Jack, pensó en Christian, y los rostros de ambos fueron lo último a lo que se aferró antes de perder el sentido.

      Volvió en sí, y lo primero que notó fue una inmensa sensación de alivio. Y agotamiento.

      La energía ya no la atravesaba. Todo había terminado. Pero ella estaba cansada, tanto que ni siquiera tenía fuerzas para moverse. Sintió algo muy frío junto a su mano, y abrió los ojos con esfuerzo. Se le escapó un débil gemido cuando vio el filo de Haiass justo junto a ella.

      Pero la espada se limitó a rozar las cadenas que la retenían, y estas estallaron al contacto con aquella hoja de hielo puro.

      Victoria alzó la mirada y vio a Kirtash inclinado junto a ella; el rostro de él estaba muy cerca del suyo, y la miraba con seriedad y una chispa de emoción contenida en sus fríos ojos azules.

      —Qué... –pudo decir.

      El shek sacudió la cabeza.

      —No podía dejarte morir, criatura –murmuró.

      La alzó con cuidado y la abrazó suavemente, y Victoria, con los ojos llenos de lágrimas, le echó los brazos al cuello con sus últimas fuerzas, y susurró:

      —Christian...

      XIV

      ALIANZA

      E

      L joven ayudó a Victoria a ponerse en pie. La muchacha se apoyó sobre su hombro, temblorosa, y miró a su alrededor.

      No estaban solos. Gerde temblaba en un rincón, entre furiosa y asustada, con la vista fija en el filo de Haiass. Victoria supuso que Christian había tenido que luchar contra ella para poder liberarla. Estaba claro cuál había sido el resultado.

      —Pagarás muy cara tu traición, Kirtash –susurró la hechicera, mirándolos con odio a los dos.

      Christian le dirigió una breve mirada, pero no dijo nada. Ayudó a Victoria a caminar hacia la puerta.

      Los momentos siguientes fueron confusos para la muchacha. Por lo visto, la inesperada rebelión de Christian no había pasado desapercibida a los ocupantes de la torre. En el pasillo les salieron al paso varios hombres-serpiente y un par de hechiceros, y Christian dejó a Victoria apoyada contra la pared de piedra mientras enarbolaba a Haiass y se enfrentaba a todos ellos.

      Victoria quiso ayudar, pero no tenía modo de hacerlo. Su magia resultaba inútil sin el báculo de Ayshel, que se había quedado en la casa de su abuela. Y se sentía demasiado débil como para pelear. Odiaba tener que permanecer inactiva, pero no tuvo más remedio que quedarse allí, viendo cómo Christian acababa con sus contrarios, rápido, certero y letal, y tratando de asimilar todo lo que estaba sucediendo.

      Christian había cambiado de idea con respecto a ella, eso estaba claro. Victoria estaba demasiado confusa como para intentar comprender los motivos de su extraña conducta, pero había algo que, desde luego, no se le escapaba: Christian se estaba enfrentando a los soldados de su propio bando, estaba luchando por salvarla... abiertamente.

      Ashran no se lo perdonaría jamás. Contempló un momento el semblante impenetrable del shek, sus ojos azules, que brillaban a través del flequillo de color castaño claro; lo vio moverse con la agilidad de un felino, y se preguntó, una vez más, qué habría visto en ella aquel joven tan extraordinario.

      —Vía libre, Victoria –dijo él entonces, tendiéndole la mano.

      Victoria lo miró un momento, de pie en el pasillo, blandiendo a Haiass, cuyo filo todavía temblaba

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