Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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palabra.

      Pronto lo descubrió, de todas formas.

      La energía manó como un surtidor, procedente de la misma tierra, y pasó a través de ella, atravesándola, como si hubiera metido los dedos en un enchufe. Y no fluía con la calma de un arroyo, sino con la fuerza y la violencia de un torrente desbordado. Victoria gritó, sintiéndose avasallada, maltratada, utilizada. Dolía, pero lo peor era aquella sensación de indefensión, de vergüenza, de vejación, incluso. Quería parar, quería dejar de entregarles energía, pero no era algo sobre lo que pudiera decidir, y eso era lo peor de todo; que ella intuía que aquello debía ser un acto de libre entrega, que no debía ser arrebatado por la fuerza.

      —¡Parad! –gritó, con desesperación–. ¡No quiero seguir con esto!

      Se calló cuando vio a Kirtash de pie junto a ella. Jadeó y lo miró, tratando de descubrir algo de compasión en sus ojos, pero lo único que encontró fue, si acaso, cierta curiosidad, como quien observa un nuevo experimento científico.

      —Christian –suspiró ella.

      De repente, el flujo de energía cesó, y Victoria se dejó caer sobre la plataforma, desmadejada y muy débil.

      —No está utilizando toda su capacidad –comentó Kirtash.

      —Porque solo estamos usando dos de los extractores –respondió Ashran–. ¿Quieres ver cuánta energía es capaz de succionar este artefacto a través de ella?

      En los ojos de Kirtash apareció un destello de interés.

      —¿Por qué no?

      —Gerde –llamó el Nigromante.

      Victoria giró la cabeza al oír el nombre del hada. La vio pasar junto a Kirtash, sonriendo. La vio ponerse de puntillas para susurrarle algo al oído, mientras sus largos dedos acariciaban el brazo de él. Y vio a Kirtash sonreír, y responder a su insinuación, besándola breve pero intensamente. Tampoco se le escapó la mirada de soslayo que el hada le dirigió mientras besaba al muchacho. Victoria parpadeó para contener las lágrimas. Sabía que Kirtash no sentía nada por ella, que era solo una diversión para él, pero...

      Respiró hondo y dirigió a Gerde una mirada en la que esperó haber puesto una buena dosis de desprecio y desdén. Pero, cuando Kirtash se volvió también hacia ella, para mirarla, todavía con Gerde muy pegada a él, giró la cabeza con brusquedad para no tener que volver a ver aquella indiferencia que tanto daño le hacía. Habría preferido mil veces que él la odiara, que la despreciara incluso... pero no soportaba la idea de haber desaparecido por completo de su corazón.

      Gerde se separó de Kirtash y ocupó la posición que le correspondía, entre las dos agujas que todavía permanecían inactivas. Victoria la vio colocar las manos sobre ellas y, apenas unos instantes después, percibió de nuevo la espiral de oscuridad, pero en esta ocasión no se movió. Nada tenía sentido. No valía la pena luchar.

      Sin embargo, cuando el torrente de energía volvió a atravesarla, ahora con mucha más intensidad, Victoria no pudo reprimir un grito, no pudo contener las lágrimas, e hizo todo lo posible por seguir mirando en otra dirección, para que Kirtash, que seguía observándola en silencio, no la viera llorar, no la viera sufrir, no viera aquella angustia reflejada en su rostro.

      Porque podía soportar el dolor, la humillación, pero no la inhumana impasibilidad con que él la contemplaba.

      XIII

      LA LUZ DE VICTORIA

      T

      IENE que haber algo que podamos hacer –dijo Jack, por enésima vez.

      —Ya te lo he explicado, chico. No podemos volver a Idhún. El Nigromante controla la Puerta interdimensional. Y siéntate de una vez. Me pones nervioso.

      —¡Pero tiene que haber algo que podamos hacer! –insistió Jack, desesperado.

      —Solo podemos esperar, Jack –dijo Allegra, con cierto esfuerzo–. Esperar a que alguien la traiga de vuelta.

      —Nadie la va a traer de vuelta, Allegra. No entiendo lo que quieres decir.

      —Siéntate. Intentaré explicártelo, ¿de acuerdo?

      Jack se dejó caer sobre el sofá y clavó una mirada en la dueña de la casa. Allegra se estaba curando a sí misma con su propia magia, pero el proceso era lento, y parecía claro que tardaría bastante en recuperar las fuerzas. Con todo, se había negado a encerrarse en su habitación para descansar. La Resistencia estaba en una situación de crisis y todos necesitaban respuestas.

      —Nuestra única esperanza de recuperar a Victoria –explicó Allegra– se basa en que ella sigue viva todavía.

      —¿Cómo lo sabes? –preguntó Jack, comido por la angustia.

      —Porque se la han llevado viva, Jack. Eso significa que quieren utilizarla para algo, no sé exactamente qué; pero apostaría lo que fuera a que, sea lo que sea, ha sido idea de Kirtash.

      —Sigo sin entender adónde quieres ir a parar –intervino Alexander, frunciendo el ceño.

      Allegra movió la cabeza con impaciencia.

      —Lo único que le interesa a Ashran es matar a Victoria, Alexander. Ella es lo único que se interpone entre él y el dominio absoluto de Idhún. No se habrá planteado ni por un momento que pueda hacer con ella otra cosa que no sea eliminarla del mapa. La idea de secuestrarla viva tiene que haber sido de otra persona, y me inclino a pensar que ha sido cosa de Kirtash. Si eso es cierto... puede que, en el fondo, una parte de él todavía quiera protegerla.

      —Pero... ¿por qué es tan importante Victoria? –preguntó Jack, confuso.

      Allegra los miró a los dos fijamente y sonrió, con infinita tristeza, pero también con cariño. Cuando habló, sus palabras cayeron sobre lo que quedaba de la Resistencia como una pesada losa:

      —Porque ella, Jack, es el unicornio de la profecía. El unicornio que, según los Oráculos, acabará con el poder del Nigromante.

      Sobrevino un silencio incrédulo.

      —¿Qué? –soltó finalmente Alexander–. ¿Victoria, un unicornio? Pero... no es posible.

      Jack se quedó sin aliento. Le costó un poco asimilar las palabras de Allegra pero, cuando lo hizo, todas las piezas empezaron a encajar.

      —Ella es... Lunnaris –murmuró conmocionado–. Claro, eso... eso lo explica todo.

      —¿El qué? –murmuró Alexander, confuso–. Sigo sin entender...

      Pero Jack sacudió la cabeza.

      —La luz... esa luz de sus ojos. Es... mágica. Es única. Nunca había visto nada igual. Pensé que era porque yo... porque yo... –dijo, sintiéndose un poco violento; al final no llegó a terminar la frase, sino que concluyó–: Pero no, es verdad. No es que yo la vea así, es que ella es así.

      —La luz de Victoria –asintió Allegra–. Un unicornio puede ocultarse en un cuerpo que no es el suyo verdadero, pero lo delatará su mirada, siempre. Con todo, los humanos en

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