Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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carecía de emoción, y su tono era tan inhumano que la muchacha se estremeció.

      —¿Qué... qué te han hecho? –musitó.

      Intentó bucear en sus ojos, pero chocó contra una pared de hielo.

      Y, de alguna manera, supo que acababa de perder a Christian por segunda vez en el mismo día. Se le rompió el corazón en mil pedazos, quiso llorar todas sus lágrimas, quiso decir muchas cosas, pero no había palabras capaces de expresar su dolor; quiso entonces gritar al mundo el nombre de Christian para hacerlo volver de donde quiera que estuviera en aquellos momentos, aunque tal vez hubiera muerto ya, sepultado para siempre bajo la fría mirada de Kirtash.

      Quiso hacer todo eso, pero el instinto fue más poderoso. Victoria dio media vuelta y echó a correr como una gacela hacia la casa, lejos de aquella criatura que tenía el aspecto de Christian, pero no sus ojos.

      Apenas una fracción de segundo después, Kirtash ya corría tras ella. Y Victoria supo que, hiciera lo que hiciese, la alcanzaría.

      El dolor y la tristeza se convirtieron en miedo, rabia, frustración. Y, cuando sintió la fría mano de Kirtash aferrándole el brazo, se volvió hacia él, furiosa, y le lanzó una patada en la entrepierna.

      Kirtash abrió mucho los ojos y se dobló, sorprendido, pero no la soltó. Victoria echó la pierna atrás para coger impulso y le disparó una nueva patada, esta vez al estómago, con toda la fuerza de su desesperación. Logró liberarse y echar a correr otra vez, pero Kirtash consiguió agarrarla por el jersey, y la hizo caer de bruces al suelo, sobre la hierba. Victoria se revolvió, desesperada, cuando sintió al shek caer sobre ella. Chilló, y algo estalló en su interior. Hubo una especie de destello de luz, un resplandor que salía de su frente y que cegó a Kirtash por un breve instante. Victoria se dio la vuelta y trató de arrastrarse lejos de su perseguidor, pero pronto sintió la mano de Kirtash aferrándole el tobillo. Se debatió, asustada y furiosa. Kirtash se lanzó sobre ella y la sujetó contra el suelo por las muñecas. Estaban muy cerca el uno del otro y, sin embargo, Victoria solo podía sentir aquel terror irracional que no tenía nada que ver con el ambiguo sentimiento que le había inspirado Christian, ni siquiera en sus primeros encuentros.

      La muchacha cerró los ojos y llamó al Alma de Limbhad. Era la única manera de escapar de allí.

      Sintió que ella acudía a su encuentro, pero Victoria estaba demasiado asustada y no lograba conservar la calma necesaria para fusionar su aura con la del Alma.

      Kirtash se dio cuenta de sus intenciones. La cogió por la barbilla y la obligó a girar la cabeza y a mirarlo a los ojos. Estaba prácticamente echado sobre ella, y Victoria pensó, de manera absurda, que en otras circunstancias, apenas un día antes, su corazón habría latido a mil por hora de haber estado tan próxima a él, habría deseado que la besara, se habría derretido entera al mirarlo a los ojos.

      Pero ahora sentía solo... terror, desesperación... e incluso... odio.

      —Mírame –dijo él, con voz suave, pero indiferente.

      —No... –susurró ella.

      Pero era demasiado tarde. Se quedó prendida en la hipnótica mirada de Kirtash y supo, sin lugar a dudas, que él la había atrapado.

      Jack se despertó de golpe, con el corazón latiéndole con fuerza. Había tenido un sueño muy desagradable. No recordaba qué era, pero sí sabía que, en él, perdía algo muy importante, algo vital, y todavía sentía esa angustiosa sensación de pérdida.

      Tardó un poco en ubicarse y en darse cuenta de que se encontraba todavía en la mansión de Allegra d’Ascoli, en la habitación de Victoria, para más datos.

      Pero ella no estaba allí.

      Fue como si algo atravesara el corazón de Jack de parte a parte. Porque en aquel momento, de alguna manera, supo que su amiga estaba en peligro.

      Se precipitó fuera de la habitación, sin ponerse las zapatillas siquiera, pero sin olvidarse de recoger a Domivat, que descansaba en un rincón. Pasó como una tromba por el salón, corrió hacia la puerta de entrada y la abrió con violencia.

      Allegra se despertó, sobresaltada. Llegó a ver a Jack saliendo de la mansión con la espada desenvainada, llameando en la semioscuridad, y comprendió lo que estaba sucediendo. Se levantó de un salto y corrió a despertar a Alexander.

      Jack atravesó el jardín trasero como una bala. Sabía por instinto adónde debía dirigirse y, en su precipitación, por poco cayó rodando por los escalones de piedra. Pero consiguió llegar al pinar a tiempo de ver la figura de Kirtash, que se incorporaba, llevando a Victoria en brazos. Jack supo, de alguna forma, que lo que pretendía hacer el shek con ella, fuera lo que fuera, no podía ser bueno.

      —¡Suéltala, bastardo! –gritó, furioso.

      Kirtash se volvió hacia él, aún sosteniendo a Victoria. Algo en su mirada centelleó en la penumbra. Dejó a la muchacha sobre la hierba y se enfrentó a Jack, desenvainando a Haiass.

      Jack se quedó sorprendido. No esperaba que Kirtash hubiera conseguido reparar la espada; pero, en cualquier caso, ahora debía luchar, luchar por Victoria.

      De nuevo, Domivat y Haiass se encontraron, y el aire tembló con el impacto. Y Jack se dio cuenta, alarmado, de que la llama de su espada vacilaba ante el implacable hielo de Haiass. Retrocedió un par de pasos, en guardia todavía, y trató de visualizar cuál era la situación. Recordó entonces que su contrario era el mismo joven por el que Victoria había llorado tan amargamente aquella tarde, el mismo que había traicionado a los suyos para protegerla, el mismo que había sufrido por ello un horrible castigo. Intentó pensar con claridad.

      —¡Espera! –pudo decir–. ¿Qué te ha pasado? ¿Qué... qué vas a hacer con Victoria?

      Pero Kirtash no respondió. Se movió como una sombra en la oscuridad, y Jack se apresuró a alzar su arma para defenderse de Haiass, que caía sobre él con la rapidez de un relámpago. Un poco desconcertado, se limitó a defenderse, mientras intentaba comprender qué estaba sucediendo exactamente.

      Fuera lo que fuese, no podía ser bueno. Kirtash lanzó una poderosa estocada, y, ante la consternación de Jack, Domivat salió volando de sus manos para ir a caer sobre la hierba, un poco más lejos. El chico retrocedió unos pasos. Ambos se miraron. Kirtash sonrió, y Jack pensó que allí, de pie ante él, con Haiass en la mano, palpitando con un suave brillo blanco-azulado, parecía más alto, más fuerte, más seguro de sí mismo, más frío si cabe, e incluso más... inhumano.

      Pero en aquel momento llegaban corriendo Allegra y Alexander. Este último blandía a Sumlaris, y se lanzó contra Kirtash con un grito de advertencia. El joven shek se puso en guardia, y Jack aprovechó para recuperar su propia espada.

      Mientras, Alexander se las arregló para hacer retroceder a Kirtash, apenas unos pasos. Cuando este tomó la iniciativa de nuevo, Jack ya estaba otra vez frente a él, junto a Alexander, enarbolando a Domivat.

      Kirtash les dirigió una breve mirada. Y entonces, con una helada sonrisa de desprecio, se transformó.

      De nuevo, la enorme serpiente alada se alzó ante ellos, amenazadora y magnífica, y fijó sus ojos tornasolados en Jack. Este sintió un escalofrío al comprender que Kirtash había decidido matarlo por fin, y que no iba a poder escapar fácilmente en aquella ocasión. Tampoco podía contar con Alexander, de momento; se había quedado paralizado al

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