Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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es absurdo –barbotó Alexander–. Él vino a este mundo expresamente para matar a Yandrak y Lunnaris. No tiene sentido que cometiera el error de perdonar la vida al unicornio... o, incluso, de salvarlo.

      —Kirtash sabe en el fondo –murmuró Allegra– que matar a Victoria es el mayor crimen que puede cometer... porque ella es la última, Alexander. El último unicornio. Cuando ella muera, morirá la magia en Idhún. A los sheks en general no les importa, ya que ellos no obtienen su poder de los unicornios, sino de su propia mente, superior a la de las razas que consideran inferiores. Y sospecho que también Ashran tiene otra fuente de poder.

      »Pero nuestro mundo nunca se recobrará del todo de la extinción de los unicornios. Y dudo mucho que nadie, ni siquiera un shek como Kirtash, quiera cargar con la responsabilidad de haber acabado con el último de la especie.

      Jack enterró la cara entre las manos, agotado.

      —Por eso el báculo no podía encontrar a Lunnaris. Porque ya estaba con ella.

      —Exacto, el báculo –asintió Allegra–. Solo puede ser utilizado por semimagos... o por unicornios, que, al fin y al cabo, fueron quienes lo crearon. La magia de Victoria no existe para ser utilizada, sino para ser entregada. Fluye a través de ella y de momento se manifiesta en forma de poder de curación, pero en un futuro, cuando sea más fuerte, será capaz de otorgar la magia a otras personas...

      —¿... de consagrar a más magos? –preguntó Alexander en voz baja.

      Allegra asintió.

      —Esta es la razón por la cual no se le daba bien la magia. Porque ella es una canalizadora, un puente, no un recipiente. Y no fue capaz de utilizar su poder hasta que el báculo cayó en sus manos. Ese objeto recoge la energía que pasa a través de ella para que no se pierda.

      —¿Pero cómo... cómo es posible? –dijo Alexander, todavía confuso–. Victoria nació en la Tierra...

      —... Hace quince años, Alexander –completó Allegra–. Cuando Lunnaris atravesó la Puerta interdimensional.

      »Shail y tú llegasteis a la Tierra diez años después de que esto sucediera. Por eso, tal vez, nunca sospechasteis que Victoria era el unicornio que estabais buscando. Porque ella llevaba ya diez años viviendo aquí cuando la encontrasteis, y vosotros pensabais que Lunnaris acababa de atravesar la Puerta interdimensional. Victoria nació ya siendo Lunnaris, ¿lo entendéis? Los unicornios no emplean la magia y, por tanto, Lunnaris no podía camuflarse bajo un hechizo. En este mundo no hay unicornios. Para sobrevivir, la esencia de Lunnaris tuvo que encarnarse en un cuerpo humano. En el cuerpo de Victoria, para ser exactos. Ambas son una misma criatura y, sin embargo, las dos esencias conviven en su interior.

      —¿Quieres decir... que ella es un... híbrido, como Kirtash?

      —De alguna manera, sí. Pero hasta hace dos días era más humana que unicornio. Ahora... ha despertado.

      —La luz de sus ojos es más intensa –murmuró Jack, asintiendo–. Me di cuenta enseguida.

      —También yo, hijo –sonrió Allegra–. En el último encuentro que tuvo con Christian, cuando él le entregó su anillo... creo que le dio algo más. De alguna manera, despertó al unicornio que dormía en su interior. Y me parece que fue entonces cuando Gerde los vio juntos y los delató al Nigromante –añadió, pensativa.

      —¿Gerde?

      —Tuvo que ser ella, Jack. Es un hada, como yo. Reconoció a Lunnaris nada más verla... como hice yo, hace más de siete años. Y le faltó tiempo para revelarle a Ashran el secreto que su hijo llevaba tanto tiempo ocultándole.

      Jack hundió el rostro entre las manos.

      —Sabía que Victoria era especial, lo sabía –musitó–. Tendría que haber adivinado...

      Allegra lo miró con cariño; abrió la boca para decir algo más, pero cambió de idea y guardó silencio. Era demasiada información, y Jack necesitaría asimilarla antes de estar preparado para saber más cosas... como la verdad acerca de sí mismo.

      —¿Entendéis ahora? –dijo, dando una mirada circular–. Ashran tiene a Victoria; tiene a Lunnaris, el último unicornio. Si ella muere, la profecía no se cumplirá, y el Nigromante nunca será derrotado. Para él y sus aliados, la muerte de Victoria es de vital importancia. Y, sin embargo... Kirtash pudo matar a Victoria esta noche y acabar con la amenaza, pero no lo hizo. De alguna manera, ha convencido a Ashran para que la conserve con vida... un poco más.

      —Entiendo. Por eso crees que tal vez, en el fondo...

      —... en el fondo, la luz de Victoria todavía brille en el corazón de ese muchacho, Jack. Me aferro a esa esperanza. Porque –añadió Allegra, dirigiéndoles una intensa mirada– es lo único que nos queda ahora.

      Victoria abrió los ojos lentamente, agotada. Era ya de noche, y hacía un rato que la habían dejado sola, aún atada a aquella especie de plataforma de tortura. Cuando se había desmayado de agotamiento, Ashran había decidido interrumpir el proceso para continuar un poco más tarde. Ahora estaba sola, y la luz de una de las lunas bañaba aquella helada habitación en la que la habían dejado. Era grande y muy blanca, y Victoria supuso que sería Erea, la luna mayor. Shail le había contado que, según la tradición, Erea era la morada de los dioses. Victoria ladeó la cabeza y contempló el suave resplandor de la luna idhunita, preguntándose si de verdad estarían allí todos los dioses: la luminosa Irial, el poderoso Aldun, la enigmática Neliam, el místico Yohavir, la caprichosa Wina, el sabio Karevan. Victoria sonrió levemente y repitió para sí los nombres que Shail le había enseñado años atrás: Irial, Aldun, Neliam, Yohavir, Wina, Karevan. Entonces solo eran nombres, solo ideas, igual que Idhún. Pero ahora, Idhún era real, y Victoria se preguntó si aquellos dioses de las leyendas lo serían también.

      Percibió una presencia tras ella, una presencia sutil, que no había hecho el más mínimo ruido al entrar pero que, a pesar de todo, ella podía sentir.

      —¿Qué quieres? –murmuró, sin volverse a mirarlo.

      —Hablar –dijo Kirtash con suavidad.

      —¿Y si resulta que yo no quiero hablar contigo?

      —No estás en situación de elegir, Victoria.

      —Supongo que no –suspiró ella; tenía los brazos entumecidos y se retorció sobre la plataforma, intentando encontrar una posición más cómoda, pero no lo consiguió.

      Kirtash se sentó junto a ella, y la luz de Erea bañó su rostro. Victoria vio cómo él volvía la cabeza para mirarla. Esperó a que dijera algo, pero no lo hizo.

      —¿Qué estás mirando?

      —A ti. Eres hermosa.

      Victoria volvió la cabeza, molesta. Kirtash había pronunciado aquellas palabras como si se estuviera refiriendo a un jarrón de porcelana china, y no a una mujer; pero no tenía fuerzas para discutir, no tenía fuerzas para enfadarse, por lo que permaneció en silencio durante un rato, hasta que al final susurró:

      —Kirtash... ¿qué estáis haciendo conmigo?

      —Renovar la energía de la torre –respondió él–. Es un conjuro mediante el cual extraemos la magia de Alis Lithban y la canalizamos a través de ti. Se recoge

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