Memorias de Idhún. Saga. Laura Gallego

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Memorias de Idhún. Saga - Laura  Gallego Memorias de Idhún

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una lástima...»; el pensamiento de Kirtash fue apenas un susurro lejano en su mente, y Victoria tuvo que concentrarse para no perderlo. «Eres hermosa», añadió él, por último.

      Victoria aguardó un poco más, pero la voz de Kirtash no volvió a introducirse entre sus pensamientos. En aquel momento vio que las agujas vibraban otra vez, con más intensidad, y comenzaban a generar sobre ella aquella espiral de oscuridad que ya conocía tan bien. Se le encogió el estómago de angustia y terror, pero Gerde y Ashran estaba delante, y no pensaba darles la satisfacción de verla de nuevo en aquella situación tan humillante, de manera que les dirigió una mirada llena de antipatía. Gerde esbozó una de sus encantadoras sonrisas, se colocó junto a ella y se asió con las manos a dos de las agujas. Victoria percibió tras ella la presencia de Ashran, entre las otras dos agujas.

      De inmediato, el artefacto comenzó a succionar energía a través de Victoria. Ella jadeó e intentó frenar aquel torrente de energía que la atravesaba, pero fue como si se hubiera plantado de pie bajo una violenta catarata.

      Apretó los dientes y pensó en Jack, como le había aconsejado Kirtash. Y, para su sorpresa, funcionó. Evocó la dulce mirada de sus ojos verdes, su cálida sonrisa, su reconfortante abrazo, la ternura con la que él había cantado aquella balada, acompañado de su guitarra. Recordó el tacto de su pelo, su primer beso y la agradable sensación que había experimentado al despertar, apenas unas horas antes, y verlo dormido tan cerca de ella. Sonrió con nostalgia y se preguntó si volvería a verlo. En cualquier caso, se alegraba de haber podido decirle lo que sentía por él, antes de morir.

      —Jack... –suspiró Victoria en voz baja, mientras el poder del Nigromante se aprovechaba de ella, una vez más, y la forzaba a extraer hasta la última gota de la magia de Alis Lithban.

      Y, aunque no era consciente de ello, la estrella de su frente brillaba con la pureza e intensidad de la luz del alba.

      Jack acarició el tronco del sauce.

      —Te dije que te esperaría aquí mismo... –susurró, aun sabiendo que Victoria no podía escucharlo–. Que te esperaría... aquí mismo...

      Desolado, se dejó caer sobre la raíz en la que solía sentarse cuando Victoria estaba allí. Ni siquiera la suave noche de Limbhad era capaz de mitigar su dolor.

      Habían regresado a la Casa en la Frontera gracias a Allegra, que era una maga; incluso el Alma la había reconocido como aliada, pese a que era la primera vez que contactaba con ella, y le permitió la entrada en sus dominios, acompañada de Jack y de Alexander. Tal y como estaban las cosas, era mejor volver a Limbhad; si Victoria lograba regresar a la Tierra, aquel era el primer lugar al que acudiría.

      Jack había rondado por toda la casa como un tigre enjaulado y, finalmente, había optado por dar un paseo por el bosque. Pero todos los rincones de aquel lugar le recordaban a Victoria, y en especial aquel sauce. Se le llenaron los ojos de lágrimas al comprender, por fin, por qué su amiga pasaba tantas noches en aquel lugar. Era un unicornio, una canalizadora. La energía pasaba a través de ella, y eso a la larga agotaba su propia energía; necesitaba, por tanto, recargarse, como se recarga una batería, y en aquel lugar se respiraba más vida que entre las cuatro paredes de una casa. Jack la recordó allí, acurrucada al pie del sauce, y evocó la noche en que le había dicho lo que sentía por ella. Entonces le había parecido que la muchacha brillaba con luz propia.

      Tragó saliva. Ahora que sabía que Victoria era un unicornio, una criatura sobrehumana, comprendía mejor su relación con Kirtash. Ambos eran seres excepcionales en un mundo poblado por humanos, mediocres en comparación con ellos. Recordó que Victoria le había dicho a él, a Jack, que lo quería también; el chico se preguntó qué había visto en él. Seguramente, cuando ella asumiera su verdadera naturaleza, no se molestaría en volver a mirarlo dos veces.

      Y, sin embargo, Jack no podía dejar de quererla, no podía dejar de sufrir su ausencia. En aquel momento no le importaban nada Idhún, la Resistencia ni la profecía. Solo quería que Victoria regresase sana y salva, aunque la perdiera para siempre. Deseó que Allegra estuviese en lo cierto y Kirtash la estuviera protegiendo en el fondo.

      «Renunciaría a ella», se dijo. «Si Kirtash la trae a casa, si nos la devuelve... me resignaría a verla marchar con él, no me entrometería más en su relación... solo quiero verla viva, una vez más».

      Se recostó contra el tronco del sauce y levantó el rostro hacia las estrellas. Llevaba un buen rato sintiendo una horrible angustia por dentro, y tenía la espantosa sensación de que, en alguna parte, Victoria lo estaba pasando muy mal. Y él no podía hacer nada por ayudarla, porque no podía llegar hasta ella. Lo cual era frustrante, sobre todo teniendo en cuenta que estaba dispuesto, sin dudarlo, a dar su vida por salvarla. Y aún más.

      Se secó las lágrimas y murmuró a la oscuridad:

      —Hola, Alexander.

      Su amigo retiró las ramas del sauce, que colgaban como una cortina entre los dos, para llegar hasta él.

      —¿Por qué no duermes un poco, chico? Debes de estar agotado.

      Jack se volvió hacia él para mirarlo a los ojos.

      —¿Crees que podría dormir? Ella lo está pasando mal, Alexander, lo sé. Y yo no puedo hacer nada.

      —Maldita sea, yo también me siento impotente. Tanto tiempo buscando al unicornio de la profecía y resulta que lo teníamos a nuestro lado y lo dejamos escapar... nuestra última esperanza de ganar esta guerra...

      Jack se volvió bruscamente hacia él y un destello de cólera brilló en sus ojos verdes.

      —¿Eso es todo lo que te importa? ¿La guerra y la profecía?

      Alexander lo miró.

      —Claro que no –dijo despacio–. Pero tengo que pensar en ella como Lunnaris, el unicornio, porque es la única manera de conservar un mínimo de calma. Si la recuerdo como Victoria, nuestra pequeña y valiente Victoria, me volveré loco de rabia.

      Jack bajó la cabeza y se puso a juguetear con el colgante que llevaba, el que la propia Victoria le había dado el día en que se conocieron.

      —Ahora lo entiendo –dijo a media voz–. Ahora entiendo lo que sentía ella cuando estaban torturando a Kirtash y no podía hacer nada para ayudarlo. Es... –no encontró palabras para describirlo y hundió la cara entre las manos, desolado–. Aún me cuesta creer que él la haya traicionado, después de todo –concluyó.

      —Ya sabíamos que era un shek –murmuró Alexander–. Y, aunque Allegra diga que ha sido por culpa de Ashran, que sigue teniendo poder sobre él... yo no sé hasta qué punto esa cosa es humana. Maldita sea... –añadió, apretando los dientes–, si Shail estuviera con nosotros, esto no habría pasado. Él conocía muy bien a Victoria, la comprendía, habría sabido qué hacer para ayudarla.

      —Alexander –dijo Jack, tras un momento de silencio–. ¿Crees que Shail sabía que Victoria es un unicornio?

      El joven meditó la respuesta y finalmente sacudió la cabeza.

      —No, no lo creo. Pero adoraba a Lunnaris, y puede que en el fondo... eso le hiciera sentir un afecto especial por Victoria.

      —A lo mejor inconscientemente sí lo sabía –opinó Jack–. Quizá por eso... quizá por eso dio su vida para salvarla hace dos años. ¿No crees?

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