La Incógnita. Benito Perez Galdos
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Llevóme al Retiro en su carruaje, y paseamos á pie desde la Casa de Fieras al Ángel Caído. Saludamos á muchos amigos, y de cuantas personas conocidas pasaron á pie ó en coche tuvo Cisneros algo que decir. Su feliz memoria, suplida á veces por ingeniosa inventiva, regalóme aquella tarde mil anécdotas, picantes unas, despiadadas y terribles otras, ninguna inocente, todas con ese singular acento que da la verosimilitud ó la probabilidad de los yerros humanos. Era aquello la historia, compuesta y adornada á lo Tito Livio, como arte verdadero; historia no inferior por su transcendencia y ejemplaridad á la que nos cuenta en fastidiosas páginas las bodas de los reyes, y las batallas que se ganaron ó se perdieron por un quítame allá esas pajas. Mi tío me ilustró también con algunas particularidades de su vida, en las cuales no pude menos de ver esa mano de gato con que algunos cronistas desfiguran y engalanan lo que les conviene; y por fin me dió este consejo: «Mira, Manolo, tú no seas tonto. Haz el amor á las mujeres de todos tus amigos, y conquístalas si puedes. No pierdas ripio por cortedad, ni por escrúpulos, ni por miramientos sociales de escaso valor ante las grandes leyes de la Naturaleza. Las prójimas que más respeto te infundan, son quizás las que más deseen que avances: no te quedes, pues, á mitad del camino. Sé atrevido, guardando las formas, y vencerás siempre. Toma el mundo como es, y las pasiones y deseos como fenómenos que constituyen la vida. La única regla que no debe echarse en olvido nunca es la buena educación, ese respeto, ese coram vobis que nos debemos todos ante el mundo.»
Algo más me dijo; pero yo dejé de oirle, porque el alma toda se me fué detrás de Augusta, á quien ví de lejos en su landó, con otra señora, su amiga, su encubridora quizás. Tal pensé en aquel momento, y con ellas, tieso y amable en la delantera, el hombre más cargante que alumbra el sol: Malibrán. Sí, le ví, y no quiero decirte más. ¿Qué tenía de particular que la acompañase como yo mil veces lo había hecho? ¿Qué podía significar cosa tan sencilla? Nada en rigor. Era una simpleza que me atormentaba, como nos atormenta el granito de tierra que en un ojo nos cae... Hasta debía pensar que la circunstancia de acompañarla públicamente revelaba la mayor inocencia, pues de haber algo, evitarían mostrarse juntos en el paseo... Pero nada de esto, que he pensado después, me ocurrió entonces. Habrás comprendido que yo estaba aquella tarde hecho un imbécil, un sentimental de la peor especie, digno de que me cogieran por su cuenta los novelistas chirles. Ahora estoy viendo que tú, con la sorna que sueles gastar, vas á decirme que merezco una camisa de fuerza. Pero yo sigo en mis trece: la idea es la madre de los hechos. ¿Qué importa que no aparezcan los hechos, si se ve que la idea, por el bulto que hace, está embarazada de ellos? No, no te hagas cruces... Mira, vete al cuerno y no fastidies más.
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